-Mejores amigos.

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Séptimo capítulo.
"Mejores amigos"

[☁]

Bon llevaba escuchando golpes en su puerta desde hacían varios minutos. No deseaba ver a nadie ese fin de semana, por lo cuál simplemente se quedó en su hogar esperando que nadie vienese a visitarlo, pero sucedió.

—Bon, soy yo, Fred —dijo una voz desde el otro lado de la puerta.

El joven de orbes esmeralda estaba demasiado triste para abrir. ¿Qué sucedería de Fred lo viera en ese lamentable estado de soledad? No quería que pensase que era un cobarde, después de todo, ahora era la única persona que tenía.
Se levantó suspirando y luego fue hacía la puerta que separaba a su mejor amigo de él.

—Fred, no quiero verte.

El de cabello largo chistó y luego apretó los puños con furia, odiaba sentirse tan impotente, sin poder ayudar a una de las personas más importantes de su vida.
Golpeó una vez más la puerta, y al no recibir respuesta, emprendió camino hacía las calles.
Corrió con sólo una cosa en mente, alegrar a Bon.

Su cabello, esta vez atado en una coleta, ondeaba en el viento otoñal y cada paso que daba parecía ser más sonoro que él otro, ya qué las calles estaban casi desiertas.
Una idea pasajera hizo chispa en su cerebro, por lo cual paró en la librería más cercana y compró una libreta, completamente en blanco.
Se sentó en una banca y luego, con marcador permanente negro, escribió unas cuantas palabras en la primera hoja.

Sonrió satisfecho. Volvió, está vez con paso apresurado, a ese departamento que Bon tanto adoraba.
Y de nuevo, había un silencio sepulcral. Tocó por octava vez la puerta en todo él día, y como era de esperarse, nadie respondió. Pero Fred sabía que estaba allí.

—Sé que no te moviste del departamento.

Se escuchó un ruido dentro del lugar, obviamente el joven de orbes esmeralda estaba sentado contra la puerta, escuchando cada palabra.
Fred tomó aire, estaba muy preocupado por Bon, hacían días que no salía. ¿Y esa libreta haría que su compañero saliese de esa solitaria habitación? Realmente lo dudaba. Igualmente, no perdía nada con intentarlo.

—Fuí a buscar algo para alegrarte —comenzó con nerviosismo —. No es gran cosa, pero te compré una libreta.

Escuchó como el contrario chistaba, lo cual le provocó una risita.

¿Qué sería de su vida sin Bon? No lo sabía ni quería averiguarlo. Por ello y por mil cosas más, le dolía verlo así, indefenso y solitario. Lo conocía muy bien, obviamente intentaba guardar sus emociones y fingir enfado.

—¿Sabés qué? Puedes escribir tus poesías aquí —sonrió con cansancio —. Yo nunca he sido bueno en eso, pero tú eres diferente.

Las últimas palabras fueron casi un susurro. Bon seguía sin hablarle de manera apropiada y eso sólo aumentaba su tristeza, además, pensar en que su amigo estaba lastimado alimentaba esa idea.
Tragó saliva y fingió que sus orbes rojizos no se llenaban de lágrimas.

—Tal vez, podrías enseñarme a hacerlo —su voz temblo un
poco—. Y algún día, lograré escribir una para tí.

Rogaba para que en algún momento, su mejor amigo reaccionara. Solamente quería ayudarlo y sacarle una sonrisa, pero en esos momentos parecía imposible.

—Dudo que sea tan buena como las tuyas.

Se rascó la nuca, y escuchó como las zapatillas de Bon chirriaban detrás de la puerta, se había levantado y estaba justo frente a él, dos caras familiares separadas por una simple puerta.

—Pero, sí es por tí, haré el intento —paró en seco y apretó los puños, otra vez— ¿Somos mejores amigos, no?

De un momento a otro, la puerta se abrió y dio paso a un joven de cabello revuelto, con piel color caramelo y una mirada llena de sorpresa. Sus ojos estaban abiertos como platos y debajo de ellos recidían unas pequeñas, casi invisibles, ojeras.
Fred levantó la mano libre y le mostró a Bon una desgastada pulsera de hilo con forma de trenza, la cual contenía tres colores que, aún con el paso del tiempo, seguían mostrando su esplendor.
Los orbes esmeralda de Bon se llenaron de lágrimas que rápidamente descendieron por su rostro. Se abalanzó hacía el contrario, quién había guardado la libreta en su abrigo para no soltarla.

Fred correspondió el abrazo con dulzura, para después acercarse al oído de su mejor amigo.

—Estoy aquí, tranquilo —le susurró, mientras su voz también terminaba por quebrarse.

Bon se aferraba a él desesperadamente y soltaba suaves sollozos que parecían hacer en eco en las estrechas paredes del pasillo.
Fred metió la libreta en el bolsillo de Bon, para que luego no se olvidase de darséla.

Su mejor amigo, la persona más fuerte que conocía, realmente estaba destrozado. Pero él se encargaría de recomponerlo, pieza por pieza.

-"Sólo tú"-B&BDonde viven las historias. Descúbrelo ahora