—Buenos días —dijo la ronca voz de Levi a mis espaldas la mañana del sábado. Ni siquiera el sonido del aceite chisporroteando pudo enmascarar lo adormilado en su tono.
—Buenos días —respondí. No me volví a verlo. Me quedé con la vista puesta en la sartén frente a mí, contando mentalmente los segundos para voltear la tostada francesa.
Lo escuché arrastrar una silla del comedor y dejarse caer sobre ella. Me lo imaginé con el cabello alborotado, tallando uno de sus ojos en esa manera tan adorable que hacía cuando acababa de despertar, y me mordí el interior de la mejilla. A pesar de querer concentrarme en el desayuno delante de mis ojos, cada sentido había cobrado vida propia desde que había ingresado en la habitación y se había absorto en la presencia de Levi, lo que hizo que se me quemara la tostada.
Maldije entre dientes y Levi rio. Sin duda sabía lo que había pasado y la estaba pasando muy bien con todo el asunto.
«Imbécil.»
—¿Necesitas ayuda? —inquirió divertido.
—No, gracias —dije en un tono seco, aunque en verdad quería pedirle que se fuera. El tenerlo cerca, aunque fuera a unos metros de distancia, me distraía bastante.
—¿Seguuuuura? —preguntó alargando la palabra.
Le lancé una mirada molesta por encima de mi hombro, pero me arrepentí de inmediato al encontrarlo con ojos adormilados y sin camisa. Tenía una sonrisa pintada en el rostro y esta se amplió aún más cuando mis ojos viajaron inconscientemente por su torso desnudo.
Maldita fuera si el chico no estaba en buena forma.
Me volví para continuar con la preparación del desayuno y él carcajeó.
—Segura.
—No te pongas nerviosa, Luce. Pensé que a estas alturas ya te habrías acostumbrado a mi sensualidad —se burló.
Tomé una profunda respiración y me hice con el huevo que estaba a mi lado. Me giré a encararlo y sus cejas se elevaron al ver lo que tenía en la mano.
—Lo juro, Levi; si te atreves a decir algo más y no te vas justo ahora, te lo arrojaré a la cabeza. Sabes que tengo buena puntería.
Subí mi mano para dar énfasis a la amenaza y él rio entre dientes. Elevó sus manos y se puso de pie, retrocediendo con lentitud hacia la puerta de la cocina, pero nunca perdiendo su sonrisa. Lo vi girarse para salir, sin embargo, justo antes de hacerlo, me miró con malicia.
—¿Amaneciste de malas o solo necesitas un buen revolcón?
Una carcajada se hizo oír cuando el huevo se rompió en la puerta cerrada de la cocina. El maldito había logrado escabullirse antes de que pudiera darle.
—¡La próxima vez no fallaré! —le grité.
Volví a la tarea en la que había estado concentrada antes de que Levi llegara y traté de no sonreír.
Fallé.
—Hoy va a venir Elise así que espero que te comportes —dije sobre mi hombro en lo que terminaba de lavar los platos del desayuno.
Levi, que estaba sentado haciendo su tarea, me escuchó y despegó su mirada de la pantalla de su portátil para prestarme mayor atención. Demonios, se veía bien con gafas.
Como leyendo mis pensamientos, sonrió y se despojó de los lentes. Me volví a ver por la ventana frente a mí mientras seguía tallando los trastes.
—¿Elise tu prima sexy? —inquirió divertido.
—Esa misma —resoplé.
Para mi mala suerte, Elise era la bonita de la familia. Alta, llegando a casi el metro ochenta, más delgada que un palillo y con el cabello más negro que se pudiera imaginar. Ah, y no olvidemos los ojos azules. Prácticamente la gemela perdida de Megan Fox. Y me había llamado la tarde anterior después de que Lev y yo termináramos de ordenar el apartamento para avisarme que vendría de visita.