T R E S

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El viernes por la mañana desperté temprano y, adormilada, comencé a prepararme para ir a la facultad. Mi examen empezaría en poco más de una hora y no estaba segura de encontrarme bien preparada. Odiaba historia. Demasiados nombres de presidentes, fechas, guerras... No. Lo mío eran los números, las ciencias exactas. La única manera en la que podía pasar este examen era memorizando todo —cosa que había hecho—, pero ¿de qué servía si lo olvidaría todo una vez que saliera de la prueba?

Salí de mi habitación con calma hacia el silencioso y oscuro pasillo y escuché el ronquido de Levi a través de su puerta entreabierta. No pude evitar sonreír. Lo imaginé boca abajo sobre las sábanas, su espalda desnuda... y me dije que era mejor no empezar a fantasear con eso. Debía tener la mente puesta en el examen que presentaría, no en él. Ni en nada más. Aunque fue inevitable preguntarme a qué hora habría llegado la noche anterior.

¿Se habría enrollado con alguna chica? ¿Habría estado pensando en mí?

Bufé molesta conmigo misma y sacudí la cabeza en un intento por no pensar más en aquello. Fui a la cocina a prepararme un café al tiempo que recitaba en voz alta los nombres de los presidentes que había gobernado mi país y las fechas durante las que lo habían hecho. Abrí el refrigerador y sonreí al ver un pedazo de pay de limón con un post-it encima.

Suerte en tu examen, enana :) ♥

Pasé los dedos sobre su letra pequeña y decidí que mejor me comería el postre cuando regresara de la universidad. En ese momento me encontraba demasiado nerviosa, por lo que el estómago se me revolvía; no quería correr el riesgo de vaciar mis entrañas sobre mi hoja de prueba. Fruncí el ceño al recordar de repente que la noche anterior me había quedado dormida sobre el sofá. ¿O solo no recordaba haber regresado a mi habitación? ¿Me habría llevado Levi hasta mi cama cuando llegó o acaso era sonámbula y no lo sabía?

Todo pensamiento se borró de mi mente al ver la hora en mi celular y comprobar que se me había hecho tarde ya. Serví el café en un termo maldiciendo en voz alta y salí corriendo del departamento. Por suerte alcancé a llegar a tiempo.

El examen fue más fácil de lo que había imaginado. Lo contesté todo con una sonrisa en los labios en cuestión de minutos. Media hora después de haber llegado ya me encontraba cruzando el estacionamiento con rumbo a mi auto para marcharme a casa. Esa clase era la única que tenía por el día.

Cuando llegué al departamento vacío lo primero que hice fue dirigirme al refrigerador para comer el pedazo de pay que Levi me había guardado. Él sabía cuánto lo amaba y siempre apartaba un pedacito para mí. En ocasiones incluso, aunque no estuviéramos celebrando nada, él llegaba y me sorprendía con una enorme tarta completa.

En esos momentos lo amaba más.

No era de extrañar que estuviera subiendo tanto de peso. Claro, no me comía los postres yo sola, Lev también ayudaba, pero él iba al gimnasio, yo no. Yo... era un poquitín floja. El único deporte que me gustaba era el baloncesto y ya tenía mucho tiempo sin jugarlo.

Me dije que debía empezar a cuidarme o muy pronto me encontraría rodando en vez de caminando. No era vanidosa. No tenía razones para serlo. No era tan bajita como para provocar ternura ni tan alta como para provocar admiración. Era... normal. Mi piel no era dorada por el bronceado ni tan blanca como la nieve. No era un palillo ni tenía curvas pronunciadas, solo lo justo. A mi parecer, mi mejor atractivo era mi rostro aniñado. De vez en cuando me decían que parecía de dieciséis en vez de veinte. Tenía unas cejas delgadas y oscuras, bien delineadas; unos ojos pardos rasgados y pecas repartidas por todo el rostro, cuello y pecho que no me molestaba en tapar con maquillaje; una pequeña hendidura decoraba mi barbilla y me daba un toque... diferente. No lo sé. Peculiar.
Estaba a gusto conmigo misma, pero no me sentía como una modelo. Mis caderas eran redondeadas, pero tenía pancita y mis pechos eran pequeños. Una o dos tallas más no me habrían molestado en absoluto. No estaba acomplejada, pero sabía que había muchas cosas que podía mejorar.
Serví el pedazo de pay en un plato y me senté en la barra aprovechando el silencio y la tranquilidad que tanto me gustaban. Comencé a engullirlo con calma, saboreándolo, tratando de no pensar que gracias a esto lo más probable era que los pantalones me quedaran justos.

Apenas había dado un par de probadas, cuando la música explotó dentro de la habitación de Levi. Sonreí.

Solo había una cosa que hacía a Levi poner a todo volumen el reproductor por las mañanas.

—¿Limpieza profunda? —pregunté al verlo salir por la puerta de su habitación.

Él me miró sorprendido y entonces sonrió.

—Sí. Día libre —explicó. Me vio sentada sobre la barra meciendo los pies por la felicidad de estar comiendo pay y se acercó con calma—. ¿Qué tal tu examen?

—Fácil.

—Me alegro.

Le sonreí y él pasó un dedo por la superficie de mi postre. Se lo llevo a la boca sin despegar los ojos de los míos y enarco ambas cejas, mi boca seca al ver aquello. A veces quería tanto besarlo...

—Bueno, ¿no? —cuestioné en voz baja. Él asintió con ojos traviesos.

—Puedo ver por qué es tu favorito. —Elevó su mano hacia mi rostro y limpió una migaja que se aferraba a la comisura de mis labios. Volvió a llevarse el dedo a la boca y suspiré bajito—. Muy, muy bueno.

Se giró riendo y sentí mis hombros relajarse cuando se alejó. Tenerle tan cerca me ponía tensa.

Lo vi acercarse al gran librero que teníamos y me bajé de la barra de inmediato al ver su deseo por acomodar los libros. Era otro de nuestros constantes pleitos. Yo amaba acomodar los ejemplares por altura —de mayor a menor— y él por color.

Lo vi retirar el primer libro y las palmas comenzaron a sudarme. Ambos éramos unos locos del orden, pero cada uno tenía sus peculiaridades. Yo, por ejemplo, no soportaba ver las diferentes alturas de los libros en desorden.

—¿No crees que se ve más bonito así? —pregunté cuando comenzó a retirar todos los libros rojos. Sentía que me iba a dar un mini ataque cardíaco.

—Por eso tenía la esperanza de que siguieras en la universidad —dijo, su concentración puesta por completo en las repisas repletas de tomos—. Es más fácil cuando llegas y ves que está cambiado todo.

—No me queda más remedio que resignarme.

La comisura de sus labios se curvó al escucharme y yo fruncí el ceño. No era gracioso.

—Eres tan adorable cuando te enojas —murmuró, cosa que solo me hizo molestar más.

—¿Adorable? —clamé indignada. Los conejitos eran adorables, yo no. Yo era... yo.

Levi giró al escuchar mi tono irritado, la sonrisa en su rostro haciéndose más amplia, y asintió.

—Adorable —repitió.

Crucé los brazos sobre mi pecho y elevé la barbilla cuando el dio un paso más cerca. Solo así podía verlo directo a los ojos. ¿Por qué carajo tenía que ser tan alto?

—No soy...

—Lo eres —me interrumpió. Pellizcó mi nariz y lo alejé de un manotazo. Volvió a reír ante mi arrebato—. ¿Ves? Un minuto estás sentada sobre la barra balanceando las piernas y disfrutando de tu postre como una niña pequeña, y al siguiente eres como un gatito enfadado.

—Ay. Cállate mejor —gruñí. Yo no quería ser adorable. Esa palabra me hacía sentir como una cría.

Volvió a reír al darse la vuelta y continuar desorganizando mi adorado librero.

—Dios, me encantas —lo escuché murmurar sin dejar de mover los libros de lugar.

Aquellas palabras saliendo se su boca me hicieron parpadear confundida y preguntarme si no habría escuchado mal. ¿Levi acababa de decir que yo le encantaba?

Una pequeña sonrisa tiró de mis labios al pensar que tal vez sí había oído bien y que tal vez, solo tal vez, lentamente íbamos avanzando en nuestra relación; que estábamos a un solo paso de cruzar aquella línea de nuestra preciada amistad.

Siempre Fuiste Tu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora