Llegué sintiéndome exhausta y al mismo tiempo feliz. Haber jugado después de tanto tiempo me hizo ver que no me mantenía en la misma forma de antes, pero también me ayudó a despejar la mente. Mi mamá y Levi no vinieron a mi cabeza mientras corría botando el balón, y era lo último en lo que quería pensar cuando encestaba y mi equipo me felicitaba.No podía borrar la sonrisa que se me dibujaba automáticamente en los labios. Había pasado tanto tiempo desde que me sentí tan... libre, desde que lo más importante para mí fuera yo misma. Siempre era agradar a mi madre, que me fuera bien en la escuela para no decepcionarla, gustarle a Levi, hacer que me notara, que me quisiera como yo a él... Me gustaba que un par de horas hubieran sido solo para mí. Debía seguir yendo a jugar, dedicarme un poco más de tiempo a mí y solo a mí.
Me dejé caer sobre el sofá y encendí el televisor. Tenía pensado ver la película que había dejado pausada más temprano, hacer algo de cenar y luego darme una ducha antes de dormir. ¿Era normal sentirse exhausta y al mismo tiempo con energías? Mi cuerpo exigía descanso, pero mi cabeza me decía que podía hacer todo en ese momento; que si quería volar, podía llegar a hacerlo.
Decidí dejar la película para otro día y mejor fui por mi portátil; una idea ya se había formado en mi cabeza. La encendí, abrí un documento nuevo y dejé mis dedos suspendidos sobre el teclado. Quería escribir, pero no sabía por dónde comenzar. Tenía la idea en mente, pero las palabras indicadas no llegaban.
De repente recordé lo que mi madre había dicho la última vez que fui a visitarla y, tontamente, le comenté sobre mi proyecto de escritura. Los puños se me cerraron de forma automática al volver a sentir el dolor que perforaron en mí sus palabras.
«Eso no te sirve para nada, Lucette. Mejor haz algo más productivo y deja de inventar munditos ridículos.»
Suspiré y froté los puños cerrados sobre mis ojos.
«Eres aburrida, Luce. No creo que seas capaz de escribir algo que no sea aburrido.»
Dejé caer las manos sobre mi regazo y fijé la mirada en el techo. Quería armarme de valor para poder comenzar a escribir y lograr mi propósito, para demostrarles a todos que se equivocaban acerca de mí. No era aburrida ni cuadrada ni una buena para nada. Era Lucette y podía lograr lo que quisiera en la vida si me lo proponía.
Volví a posar la mirada en el teclado frente a mí y tomé una profunda respiración. Presioné una tecla, luego otra y otra hasta que formé una oración completa. Seguí escribiendo como si mis dedos hubieran cobrado vida propia, las ideas salían de mi cabeza como la lava de un volcán en erupción. Escribí párrafos completos en pocos minutos, pasó una hora, luego otra y cuando menos lo pensé ya tenía diez hojas escritas. Sonreí a gusto conmigo y leí desde el principio.
«Hace millones de años atrás, cuando la tierra apenas comenzaba a poblarse, cuando el cielo no tenía color y el aire era irrespirable, el pueblo de los okiva ofendió a sus dioses de un modo imperdonable y estos decidieron castigarlos de la manera más cruel...»
Me gustaba cómo iba desarrollando mi historia de fantasía y romance. ¿Era posible enamorarse de una idea? Porque lo estaba completamente de la mía.
Me recargué en el reposabrazos del sofá y suspiré cerrando los ojos. Comencé a pensar en más escenas para escribir, pero entonces sin darme cuenta caí dormida y comencé a soñar en mundos perfectos. Abrí un ojo cuando sentí que me elevaba abruptamente en el aire.
—Hola, enana —saludó Levi asiéndome en brazos y pegándome contra su pecho. Me acunaba con seguridad y delicadeza, por lo que no pude evitar sentirme a gusto. Mis brazos fueron a rodear su cuello automáticamente cuando comenzó a caminar—. Te quedaste dormida en el sillón otra vez —señaló.