S E I S

6 0 0
                                    

Dos días después me encontraba corriendo por el pasillo vacío de mi edificio como si el mismo demonio me estuviera persiguiendo. Mis pulmones protestaban y mis pantorrillas quemaban, sentía que mi cuerpo estaba a punto de colapsar, pero no pensaba reducir la velocidad por nada del mundo.

Era el último día de entrega de trabajos y justamente esa mañana a mi despertador se le había ocurrido que era buena idea no sonar. Si no hubiera sido porque la alarma de Lev sonaba como si fuera una anti-incendios, entonces yo no me habría despertado y comenzado a moverme a la velocidad de la luz. Jamás en mi vida me había vestido tan rápido. Nada era mejor que la adrenalina para un efectivo despertar.

Eran poco más de las siete de la mañana y yo no paraba de rezar en mi interior por que el profesor no se hubiera retirado todavía.

«Que siga en el aula, por favor. Dios, no dejes que se haya ido todavía, te lo suplico.»

Mi corazón latía con miedo al imaginar el peor de los escenarios. Yo tropezando y rompiéndome la cabeza; yo rodando por las escaleras cuesta abajo; yo cayendo por el barandal del tercer piso... Cada pensamiento era peor que el anterior, pero no podía tener precaución en ese momento. Era mi vida o mi título, y digamos que mi vida no era lo más importante en mi mente. No podía permitirme el lujo de reprobar esa materia, ya que era mi última oportunidad de pasarla. Y si no entregaba la carpeta de evidencias... No.

Patiné frente a la puerta del aula y exhalé con alivio al ver al maestro Sheridan sentado en su escritorio con su saco arrugado y el corbatín chueco. Una mancha de café, yo pensaba, arruinaba su camisa blanca, pero le daba un aire de ingenuidad que contrastaba con su semblante estoico.

Exhalé ruidosamente tratando de calmar a mi corazón acelerado y abrí la puerta con una sonrisa plasmada en el rostro.

—Buenos días —saludé con dulzura.

El profesor elevó el rostro ante el sonido de mi voz y me hizo una seña para que me acercara a entregarle mi trabajo. No era la persona más conversadora que me hubiera tocado conocer, por lo que no me sorprendió que no contestara mi saludo.

Di unos cuantos pasos vacilantes y saqué mi carpeta de la mochila. La coloqué frente a él y esperé a que le diera una rápida hojeada.

—Eso sería todo entonces, Ebner. Parece estar en orden, así que ahora puede irse y disfrutar sus vacaciones. Le haré saber su calificación al final de la semana o, a más a tardar, a principios de la próxima.

Tragué saliva por su tono tajante y asentí.

—Está bien. Gracias.

Di un paso hacia atrás para irme rápido de ahí, pero entonces se me ocurrió echar un vistazo al lugar. No más de diez alumnos parecían quemarse las pestañas por la concentración que ejercían en la hoja de papel frente a ellos. Uno parecía querer llorar, otro estrangular al profesor y uno me miraba con ojos suplicantes, como si pudiera darle todas las respuestas al examen. Tuve que desviar la mirada cuando el profesor carraspeó.

—Que le vaya bien, Lucy.

—Lucette —le corregí entre dientes. Me ignoró.

Di media vuelta y salí de ahí sintiéndome un poco más ligera y esperanzada. Había cumplido con el plazo y tenía fe en que me iría bien. Gran parte de mi tiempo lo había dedicado a terminar todo como él lo había indicado y el resultado me había satisfecho, así que no estaba muy preocupada por mi calificación final.

Me coloqué mis auriculares mientras comenzaba a bajar las escaleras de dos escalones en dos y sonreí. Ya faltaba muy poco para poder recibir mi titulación.

Siempre Fuiste Tu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora