C I N C O

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Necesitaba distraer mi mente un poco de todo el asunto que había ocurrido un momento atrás, así que fui al cuarto de lavandería y comencé a meter montones de ropa en la lavadora. Por alguna razón me relajaba escuchar el agua golpear contra el metal y el olor del jabón inundando el espacio.

Me dejé caer en el piso frente a la lavadora y me coloqué mis auriculares. Era mi extraña manera de perderme del mundo por unos instantes.

Lost souls sonaba y yo me dejé contagiar por el aire melancólico de la melodía.

Ella es un alma perdida a la deriva a través de este mundo.

Era gracioso, pero así me sentía algunas veces. Perdida. Como si no perteneciera a este mundo. Vagando... ¿en busca de algo, tal vez? ¿De alguien?

Reí sin ganas al darme cuenta de a dónde se dirigían mis pensamientos de nuevo. Dejé que las canciones siguieran junto con el ciclo de lavado y alejé cualquier pensamiento deprimente de mi cabeza.

Después de terminar de lavar toda mi ropa, me dirigí a la sala de estar, donde Levi se encontraba repantigado sobre el sofá viendo una serie. Me moría de hambre, pero no tenía ganas de cocinar nada, por lo que le sugerí que pidiera comida china.

—¿Y si mejor preparo algo? —propuso haciendo una mueca—. No tengo capital suficiente para comprar tus antojos.

Al escuchar sus palabras fui, me paré frente a él tapando así el televisor, y coloqué las manos sobre mis caderas.

—Solo hay una cosa que detesto más que cocinar y es que tú cocines, Levi. Gracias a Dios hay algo en lo que eres fatal. Además me toca pagar hoy a mí, tú pagaste la pizza la semana pasada y dijimos que nos turnaríamos los gastos, ¿no? —Enarqué mis cejas cuando lo vi abrir la boca para discutir y él terminó por soltar un bufido.

—Bien, tú ganas. ¿Pido para dos o también va a comer tu prima?

—Nop. Ella consume pura comida para conejos. ¿Cómo crees que mantiene su escultural figura? —dije con sorna—. Pero igual pide para tres. Hoy tengo mucha hambre y tú siempre terminas comiéndote la mitad de mi plato cuando pedimos para dos —le reproché.

Me dedicó una mirada divertida, murmuró una disculpa que no sentía del todo, y entonces se puso de pie, estirando sus brazos sobre su cabeza y logrando así que mi vista quedara fija en la franja de piel que quedó expuesta cuando su camiseta se elevó.

—Para tres será entonces —concordó. Le dio un ligero tirón a mi coleta desordenada cuando pasó a mi lado, encaminándose a la mesita donde se hallaba el teléfono una vez que le mostré la lengua—. A veces dudo que tengas veinte años —dijo riendo.

—Mira quién lo dice, señorito maduro. Me voy a duchar —le informé cuando lo vi marcar el número—, si llega Elise dile que no tardo en salir. Y pórtate bien.

Se llevó el aparato a la oreja y me ignoró, aunque esa sonrisilla imborrable que siempre cargaba me dijo que me había escuchado. Cogí una toalla, mi irremplazable crema con olor a manzana acaramelada y entré al baño lista para refrescarme.

El cuchicheo de Levi al teléfono era audible a pesar de la puerta cerrada y el sonido del agua cayendo. Me imaginé que un día de estos iba a terminar dejando sordo a su interlocutor. Era por eso que yo siempre optaba por enviarle mensajes de texto cuando era necesario comunicarme con él. Eso y que una vez lo había llamado cuando aún estaba medio dormido y su voz toda ronca y áspera despertó cosas dentro de mí que no sabía que podían cobrar vida.

Me reí cuando lo escuché gritar exasperado. Seguramente la persona al otro lado no hablaba correctamente el inglés y no entendía muy bien su pedido. Otra vez. Y Levi.... Bueno, él no era lo que se diría la personificación de la paciencia.

Siempre Fuiste Tu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora