Estaba hecha un ovillo sobre mi cama con la vista fija en la pared cuando escuché unos leves golpes en la puerta de mi habitación.
—Luce, abre por favor —rogó Levi con voz triste.
Lo ignoré. No quería verlo hoy. De hecho no quería verlo hoy ni mañana ni el día después de mañana. No quería volver a verlo, así de fácil, mucho menos hablar con él. Estaba tratando de ser fuerte y si veía sus ojos arrepentidos no podría serlo. Lev me hacía débil y era consciente de ello. A veces incluso se aprovechaba de ser mi punto endeble. Él nunca había sido tan abiertamente cruel conmigo y no podía parar de pensar en ello.
Cierto, a veces las bromas que me gastaba eran un poco más fuertes de lo que me gustaban, pero era un chico después de todo, y yo también hacía bromas pesadas, no lo voy a negar, sin embargo esto... Esto era otro nivel. Esto no había sido una broma. Había sido todo demasiado real, demasiado... sincero, y era eso lo que me dolía.
Otro golpe un poco más fuerte sonó contra la madera y yo suspiré cansada. Levi podía ser insistente cuando quería y parecía que en ese momento quería serlo. No importaba en verdad, no pensaba hacerle caso.
—Ette, por favor abre. Lo siento, yo... Maldición, abre. Quiero hablar contigo —murmuró. Sus palabras eran apenas un susurro, pero toda la casa estaba en silencio por lo que no me pasaban desapercibidas. Podía escucharlas con claridad y sentir su frustración igual. Estaba sufriendo por mi silencio, no obstante hoy quería ser un poquito egoísta.
Hoy iba yo primero.
—Vete, Lev. No quiero hablar contigo —mascullé. Enterré mi nariz en mi almohada y aspiré mi propio aroma.
—Dios, Luce. Perdóname, no quería lastimarte —se quejó él. La pesadumbre era evidente en sus palabras y la manera en que las decía, pero no quería notarla. Hacerlo significaba ilusionarme y ya estaba harta de sentir esperanza para que después la matara de la manera más cruel.
Hice una mueca de dolor. Mi resolución se aflojaba entre más lo oía hablar. Sabía que no había sido su intención, pero aun así logró dañarme mucho. Él tenía ese poder; me podía herir o curar con un solo par de palabras. Era una lástima que nunca las usara del modo correcto.
No le contesté. Solo cerré los ojos y traté de dormir un poco. Tal vez después de una siesta todo se aclararía dentro de mí y yo por fin dejaría de ser tan fácil de lastimar.
No sé cuánto tiempo pasó con exactitud hasta que desperté, pero el lugar se veía a oscuras, por lo que imaginaba que la noche debía ya de haber caído.
Dios, ya de noche. Había obtenido unas cuantas horas de sueño, lo que era muy bueno, pero lo mejor era que no había tenido que llorar hasta el cansancio para poder conciliarlas. Antes, cuando vivía con mi madre, había sido muy común. Ella podía ser muy cruel con las palabras y no se daba cuenta del daño que me causaba sin querer. Nunca se lo dije tampoco.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me di cuenta de que la pieza ya había refrescado un poco. Me estiré sobre las sábanas para alcanzar mi cobertor y volver a dormir, cuando un movimiento frente a mí me asustó por completo.
—¡Mierda! —exclamé al tiempo que daba un brinco y caía del colchón.
Una sombra se hallaba a los pies de mi cama y, dado que mi habitación estaba en penumbras, no podía diferenciar quién era, no obstante tenía la sensación de que era Levi. Él tenía las llaves de todas las puertas del lugar y no dudaba de que hubiera usado la mía para invadir mi privacidad.
—Lo siento —dijo su voz suave—, no pretendía asustarte. Parecía que hablaba con un niño pequeño y desconfiado, y en cierto modo así me sentía. Pequeña y sin confianza en él.