Epílogo.

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Como si fuera novedad, Sanji se sorprendió al encontrar al padre de sus hijos tirado sobre el césped en alguna parte de la cubierta del Sunny, durmiendo tranquila y plácidamente a un costado de lo que vendría siendo el último barril de sake, el que se supone debía durar para todo su trayecto hacia la isla Gyojin.

—¿Amor mío? —susurró Sanji después de sentarse junto a Zoro, al otro lado del barril vacío. Zoro, al escucharlo, no pudo ocultar una leve sonrisa, pero siguió haciéndose el dormido para que Sanji continuara hablándole al oído. Era un mimo que le gustaba recibir, pero nunca lo admitiría en voz alta. Sanji rió y se acercó con intención de consentir sus deseos. Lo tocó con ambas manos, moviéndolo lento y con cuidado con intenciones de "despertarlo", a lo que Zoro lanzó levemente un gemido de disgusto. Sanji le pasó un brazo por atrás de la cabeza y jaló a Zoro hacia él, recostándolo en su hombro—. Te tomaste el último barril de sake.

—¿Hm? No —respondió Zoro en un susurro, suspirando y acurrucándose en Sanji, sin saber lo enojado que estaba por la repentina desaparición del sake que se suponía debía durar para todo su viaje hasta su próximo destino. Sanji suspiró, lo abrazó lentamente y miró como el peliverde se derretía en sus brazos, calmado y dormilón. Por un segundo pensó en perdonarlo y acunarlo en su calor corporal, dejar que la banda se mantenga sobria por los próximos días. Pero la idea le pareció muy extraña viniendo de él y considerando la situación. ¿No solo iba a dejar que Zoro se saliera con la suya, sino que también le daría amor como si lo estuviera premiando por una acción que, desde el día en que lo conoció, lo ponía rojo de furia? Quizá eran las hormonas. Quizá los dos pequeños engendros que son, literalmente, una perfecta combinación de él y Zoro y a quienes amaba más que su propia vida. O, tal vez, la manera en que se encogía en sus abrazos, cómo rogaba silenciosamente por sus besos, se estremecía con sus caricias y, dócilmente, ofrecía su corazón de acero a las llamas de Sanji, quien lo teñía de rojo vivo con su amor.

—Mentiroso —accedió Sanji a sus pensamientos, hablando bajo cerca de la oreja de Zoro y provocándole una sonrisa—. Vas a ir por más antes de zarpar.

Y antes de que Zoro pudiera oponerse, rechistar o comenzar una pelea, Sanji lo pateó fuera del Thousand Sunny.

~

Para suerte de Zoro, Sahel se ofreció a acompañarlo. Y aunque el padre nunca lo habría admitido, si no fuera por él, muy seguramente se habría perdido en el camino.

Sin mucho que decir, ambos caminaban tomados de la mano; el pequeño niño un poco por delante para guiar al desorientado padre. No tardaron mucho en llegar al bar ni en pedir dos barriles llenos hasta el tope del sake más fuerte que tuvieran en el pequeño establecimiento. El dueño no habló. En realidad, nadie lo hizo. Desde que entraron al lugar, lo primero que se notó fue el pesado silencio dominando el tenso ambiente.

—Quédate detrás de mi —susurró Zoro al pequeño peliverde, escondiéndolo detrás de él y rozando con su otra mano una de sus katanas. Había algo extraño ahí y el hecho de que no pudiera notarlo con haki era todavía más inquietante.

Una silla se movió al fondo oscurecido del establecimiento y todos los presentes, incluido el dueño, sudaron frío y se estremecieron. Zoro desenvainó la Sandai y Shusui. Sahel robó a Wado y, en un microsegundo fuera de la noción de Zoro, la chocó con la espada de un desconocido fuera del alcance visual de su padre. Zoro intentó voltear la vista, bajando la guardia y permitiendo que el individuo hostil delante de él, le pusiera el filo de su espada directo en la yugular.

—¿Papá? —aún detrás de Zoro, Sahel resistía con la katana de su padre en alto, haciendo que el único sonido en el lugar fueran los metales que se movían contra el esfuerzo de ambos filos. Y probablemente no haya sido el mejor momento para pensarlo, pero a Zoro no se podía sentir más orgulloso de su bebé de apenas cuatro meses el cual, segundos antes, cubrió su espalda de un enemigo que él mismo no había notado.

Estúpido Espadachín.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora