1. Sentimiento.

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—¡Marimo idiota! —le grita un rubio al notar a un peliverde durmiendo en la mesa del comedor, quién no se despierta aún con el alboroto que arma su cejudo nakama.

Sanji había entrado a la cocina para preparar de comer a la banda de los Sombrero de Paja por primera vez después de dos años. Pero su felicidad se esfumó al encontrarse con el espadachín profundamente dormido en su "sala de trabajo".

No mal interpreten... Claro que Pierna Negra extrañaba ver hasta el más odiado de sus nakamas, pero ya se había encontrado antes con él ese mismo día, ya se había perdido, lo había vuelto a encontrar, ya habían peleado juntos, y lo que fue la cereza en el pastel, ya se había dormido en cualquier lugar del Sunny Go donde le agarrara la flojera. Y en este momento, ese lugar era la cocina.

—¡Eh-Ehh...! —Zoro estaba apenas despertando, alzando la pesada cabezota después de su siesta. Abriendo solo su ojo derecho, mirando borrosamente a su enojado nakama gritándole burradas sobre su cabello o capacidad intelectual.

—¡Despierta, marimo estúpido! —continúa el cocinero, que no se ha dado cuenta de que el peliverde ya ha despertado, mientras golpea la mesa donde estaba recargado el espadachín.

—¿Qué rayos quieres, cocinero de mierda? —pregunta el dormilón ya medio despierto tallandose el ojo izquierdo con la mano izquierda intentando tener el otro abierto, y la mano derecha entre sus piernas, apoyándose del banco para estirar su espalda. El rubio voltea a verlo, callado y con la boca abierta. Piensa que el maldito espadachín se ve jodidamente tierno en ese momento. Como un gatito que recién acaba de despertar.

Zoro paró de tallarse y estiró sus brazos hacia arriba, cerrando fuertemente los ojos. Cuando terminó, abrió su ojo y se rascó perezosamente la cabeza, tragando un poco de saliva y al final mirando al sorprendido rubio. Mientras Sanji miró atentamente todos sus movimientos, guardándolos en su memoria, ya que esa será (según él) la primera y última vez que se siente atraído por un hombre. Y ese hombre es nadie más que la persona en aquel barco que más odia.

Tanta sorpresa y de tanta concentración hacia el peliverde Sanji seguía boquiabierto, ni se dio cuenta de que se le resbala el cigarro de los labios hasta caer al el suelo de su preciada cocina.

—Wo... Sanji, quemarás el barco si dejas tu porquería tirada ahí —dijo el espadachín dejando de mirar al rubio a los ojos ya que el cigarro en el suelo llama más su atención.

—¿Eh? ¡Ah! Sí... Lo siento —dijo al salir del shock en el que Zoro lo había sumido, se agacha a recoger el cigarro y aplastarlo contra el cenicero.

—Ten más cuidado, idiota —se levantó del banco para dirigirse a la salida de la cocina y dejar a Sanji hacer de comer.

—Eh, Zoro... —le detiene el cejudo al ver sus intenciones de irse. Zoro voltea su cabeza, con la mano abriendo la puerta, esperando a que el cocinero sólo diga lo que tiene que decir, tal vez insultarlo de vuelta, y después salir a buscar otro lugar donde dormir.

—¿Qué quieres, cejas locas? —preguntó el espadachín para que el rubio se apresurara en decir algo.

—¿Me ayudas aquí en la cocina? —preguntó al fin. El moreno levanta las cejas en señal de sorpresa. ¿Desde cuándo Sanji necesita ayuda para cocinar?... Pero Zoro deja esos pensamientos para después, cierra la puerta y camina hasta quedar frente al cocinero, aprovechando para burlarse un poco.

—¿Acaso en estos dos años se te olvidó cómo cocinar? —bromeó el peliverde llevando sus manos a su cintura y viendo a los ojos al rubio. El cocinero también voltea a verlo, pero no precisamente a los ojos. Mira su cabello verde medio peinado hacia atrás, su ojo herido, su cuello, su nueva vestimenta que dejaba ver sus bien formados pectorales y abdominales apenas visibles por culpa de la faja verde y, por último, su marcada cicatriz que va desde su pecho hasta en alguna parte de su abdomen, dándole unas tremendas ganas de recorrerla con sus manos.

—Claro que no, marimo estúpido. Quiero que laves los platos. Hace dos años te lo pedí y no lo hiciste, ahora los lavarás con toda la suciedad con la que los dejaste —le dijo casi regañándolo, si no fuera por lo que estuvo pensando sobre como se veía ya abría intentado golpearlo.

—Está bien. Pero deja de mirarme, me siento extraño —le responde de vuelta el supernova sin despegar su vista del ojo izquierdo del rubio. Y mientras, el otro está sorprendido. Sorprendido de que el peliverde se haya percatado de la manera en como lo miraba. Y sólo atina a tartamudear y asentir.

—Eh-ehh... S-sí —Se volteó a tomar los ingredientes y demás cosas para preparar por fin la comida. Y Zoro se acercó al lavabo para comenzar enjuagando los trastes sólo con agua.

El rubio en realidad no puede concentrarse a cortar el tomate frente a él. Observa continuamente al espadachín lavando los trastes, inclinándose hacia un lado para alcanzar la esponja y al otro para tomar el jabón.

—¡Sanji! —gritó el peliverde espantando al rubio. Éste voltea de un brinco y lo mira de nuevo.

—¡¿Zoro?! —preguntó sorprendido el cocinero.

—¡Te dije que dejaras de mirarme, maldito cocinero de cuarta! —aclaró el peliverde sin dejar de pasar lo platos por sus manos dentro del lavabo.

—¡N-nadie te esta viendo, Marimo idiota! —se defendió en vano el cocinero, dejando el cuchillo para acercarse con los puños cerrados a su nakama.

Mientras el otro deja los platos y se acerca también, con las manos mojadas haciendo que gotas caigan al piso poniéndolo resbaladizo.

Roronoa resbala hacia el suelo de boca, cayendo sobre el rubio. Los dos sienten los cuerpos del otro tan cerca... Ambos abren los ojos en señal de sorpresa y Zoro intenta levantarse pero Sanji toma su cintura y rueda para ahora ser el de arriba.

El espadachín se sonroja levemente al sentir la mano del contrario tomarlo para que no intente moverse. Pero el peliverde no se iba a dejar tocar tan fácilmente por el nakama que odia e intenta defenderse con palabras:

—¿Q-Qué rayos estas hacien...? ¡Wooh! —dejó a medias la pregunta para llevar la atención a su pecho. Que estaba siendo recorrido por las manos del cocinero. El espadachín detiene la mano que le invade y voltea hacia la cara de su invasor.

Mientras el otro también lo ve serio y con un hilito de sangre pintado debajo de su nariz.

—¿¡Pero que...?! —gritó el supernova plantandole un puñetazo al otro en la mejilla, haciendo que le sangre el otro lado de la nariz y que se quite de encima. Entonces el marimo sale corriendo de la cocina.

Tirado en la cocina, ahora solo, el cocinero se toca la mejilla golpeada con una mano y con la otra se limpia la nariz. Mirando la sangre que le había salido por haber tocado a Zoro se pregunta—: ¿Qué rayos acabo de hacer?

Estúpido Espadachín.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora