Capítulo 4: Búsqueda

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Zoro echó el ancla en una esquina de la isla. Era una isla seca, yerma, cuya única vegetación eran hierbajos y unos cuantos arbustos secos. Era un paisaje cruel, desolado, solitario, cortante como un cuchillo.

Anais lo observaba todo en silencio. Los picos se alzaban al cielo como los dedos de almas condenadas al infierno, pidiendo clemencia. Estaban cubiertos de agujeros, cuevas, en las que probablemente se escondían los piratas de Didrieg. Y Didrieg, por supuesto.

Anais apenas le había visto aquel día. Sabía que era un hombre alto, rubio, de espalda ancha y mirada cruel. No había cambiado mucho en los últimos cinco años según le habían contado, solamente tenía una cicatriz más en el rostro. Era un alivio que no hubiera cambiado mucho, aunque por mucho que cambiase sería fácil reconocerlo. Solamente tenía que encontrar al hombre que más repulsión le causara. Se fiaba más de su instinto que de sus ojos.

Anais miró a los Sombrero de Paja.

- No hace falta que me acompañeis. Iré yo sola.

- No pienso dejar que vayas sola -dijo Luffy, cruzándose de brazos-. ¿Y si ese pirata te gana? No pienso dejar que te maten.

- ¿Por qué te importa? Acabamos de conocernos -Anais también se cruzó de brazos.

- No importa que acabemos de conocernos. Mientras viajes con nosotros, eres nuestra nakama.

- ¿Nakama?

- Sí, y por eso no irás sola -Luffy frunció el ceño, tozudo.

Anais se encogió de hombros.

- Haz lo que quieras, pero no vuelvas a inmiscuirte en mi pelea.

- De acuerdo -Luffy sonrió ampliamente y comenzó a escalar uno de los picos, dirigiéndose a la entrada de una de las cuevas.

Sin decir nada más, comenzaron a escalar en pos de Luffy. Anais escalaba a toda velocidad, tratando de alcanzar a Luffy, que ya casi había llegado a la cueva. Los pulmones le ardían, y piedras afiladas se le clavaban en las palmas, pero la rabia y la esperanza la impulsaban hacia arriba, haciendo que ignorara el dolor y el cansancio.

Cuando llegó a la cueva, Luffy estaba muy quieto, tenso, mientras cinco hombres lo enfrentaban con las espadas en alto. Uno de ellos se dispuso a atacar al chico, pero Luffy no se defendió, simplemente esquivo la estocada. Anais se interpuso entre Luffy y el pirata, con las dagas en alto, e ignorando el cansancio y el dolor de las palmas, atravesó al pirata. Se giró, y le gritó a Luffy:

- ¿Eres imbécil o qué? ¿Acaso quieres que te maten? ¿Por qué no te has defendido?

- Me has dicho que no me metiera en tu pelea, por eso no me he defendido -Luffy parecía muy sorprendido. Hasta Anais se había dado cuenta de que había reaccionado muy distinto a como solía reaccionar, con control y frialdad. Era consciente de que la posible proximidad de Didrieg hacía aflorar sentimientos que llevaban años sin ver la luz.

- No me refería a esta pelea -respondió, volviendo a aparentar calma. Observó a los hombres restantes. Cuatro aún los encaraban con las espadas en alto, y uno estaba sentado en el suelo, bebiendo de una botella de sake, aparentemente ignorando lo que ocurría a su alrededor. Solo cinco hombres. Menos de los que Anais esperaba.

Mientras el resto de los Soimbrero de Paja subía, analizó al que bebía. Era un hombre alto, delgado y de piel pálida, con la piel surcada de arrugas y viejas cicatrices. En la mano que sujetaba la botella tenía un tatuaje, un ojo abierto. Anais recordaba ese tatuaje, recordaba esa mano.

Hacía cinco años, esa mano había agarrado con fuerza el brazo de Ella, había palmeado amistosamente la espalda de Didrieg. Aquel hombre no era Didrieg, pero a Anais le servía.

La chica de la sonrisa pintada (One Piece)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora