Capítulo 6: El pasado de Anais y el porqué de su dibujo

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El sol hacía mucho que se había metido. Los Sombreros de Paja y Shanks estaban sentados en torno a una hoguera, esperando a que Anais comenzara a contar su historia. A pesar de que todos parecían querer saberla, antes de eso habían cenado, y los platos sucios descansaban en el suelo, esperando a ser llevados de vuelta al barco. Durante la cena, Shanks y Luffy habían estado contándose anécdotas, en una especie de concurso de quién había vivido las aventuras más trepidantes y divertidas. Anais los había escuchado en silencio mientras comía. Sabía que tarde o temprano debería contar su historia, y temía que las emociones volvieran a traicionarla. 

El momento había llegado. Todos la observaban atentamente, deseando escuchar su historia. 

- Hace cinco años -comenzó a contar Anais, mientras se agarraba las piernas con los brazos y apoyaba la barbilla en las rodillas-, vivía en la isla Greattree, una isla muy cerca de aquí, a apenas dos días en barco. Supongo que disfruté de una infancia normal. No vivía en la abundancia pero jamás me faltó de nada. De pronto, un día, a principios de verano, mi madre y yo estábamos sentadas en la playa, observando como siempre el atardecer. De pronto, un barco enorme y negro apareció en la costa, un barco pirata con una Jolly Roger en la que los huesos cruzados eran cadenas. Al ver que iban a echar el ancla, mi madre me obligó a levantarme y a correr al pueblo a avisar a todos que había llegado un barco pirata. Yo estaba sorprendida, porque mi madre siempre me había hablado de los piratas como personas valientes y amantes de la libertad, no entendía por qué parecía tan nerviosa y asustada. Corrí al pueblo y avisé al alcalde, como mi madre quería, y volvimos corriendo a la playa con los demás habitantes. Fue entonces cuando vi a Didrieg golpeando a mi madre, fuerte, muy fuerte, tan fuerte que su sangre salpicó la arena -la voz de Anais se quebró ligeramente, mientras miraba al infinito, recordando-. Después, el hombre del tatuaje en la mano que maté en la guarida de Didrieg la agarró del brazo y la ató, y otros hombres la llevaron en volandas al barco. Entonces entendí que aquellos no eran los piratas valientes y amantes de la libertad de los que mi madre me había hablado, que eran otra clase de piratas, una clase repugnante y cobarde que sobrevivía a base de robar la libertad a los demás. Los aldeanos les dijeron a los niños que se escondieran en las casas mientras ellos luchaban contra los piratas, pero yo no les hice caso y corrí al único otro pueblo de la isla, donde sabía que encontraría guerreros más capaces y fuertes. Corrí lo más rápido que pude, e intenté avisar a los habitantes de que algo horrible estaba ocurriendo en mi pueblo, pero estaba tan cansada que apenas podía susurrar, y como eran fiestas la música estaba tan alta que nadie oía mi voz. Cuando al fin conseguí hacerle entender a mi primo Nick lo que ocurría, había pasado demasiado tiempo. Todos los guerreros del pueblo corrieron al pueblo, incluido mi primo, que me llevó en brazos porque sabía que no soportaría quedarme de brazos cruzados en la seguridad del pueblo. Cuando llegamos, era demasiado tarde -las lágrimas comenzaron a caerle por las mejillas de nuevo, pero las ignoró mientras seguía hablando-. No había nadie, ni siquiera los niños que se habían escondido en las casas. Los edificios ardían, y el aire olía a desesperación y a muerte. Quedaba muy poca gente, todos muertos, excepto el alcalde, que consiguió reunir el aliento suficiente como para contarnos lo que había ocurrido. A pesar de haber luchado con fiereza, los guerreros del pueblo habían sido derrotados, y los piratas se habían llevado a todo aquel que tenía esperanzas de sobrevivir, ya fuera hombre, mujer o niño, solo habían dejado a los moribundos, porque no les servirían de nada. Entonces fue cuando el alcalde, antes de morir, nos dijo el nombre del capitán de aquellos horribles piratas, un nombre que se me quedó grabado a fuego en la mente. Didrieg -lo dijo con odio y asco-. Se los habían llevado a todos -un sollozó la sacudió-. A mi madre, mis amigos, mis vecinos... incluso se llevaron a mi prima pequeña, Lucy, que solo tenía cinco años y que había venido a hacernos una visita sorpresa. Enviaron barcos de búsqueda, pero Didrieg ya estaba demasiado lejos y no pudieron hacer nada. Mi tío, el padre de Lucy y de Nick, me acogió en su casa y viví durante dos años con él y con mi primo. Intenté seguir con mi vida, pero no podía, era imposible. Me sentía demasiado... culpable. Yo también debería haber estado en el pueblo, también deberían haberme llevado con ellos. Huí como una cobarde. 

La chica de la sonrisa pintada (One Piece)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora