Capítulo siete: "Uno de muchos"

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El sol ardiente se ponía. El crepúsculo engalanaba de sus sutiles y magníficos colores rojos, anaranjados y amarillos, el cielo sombrío y azul. En la atmósfera sudorosa del cuarto, el agua lentamente se escurría. Chorreando del paño húmedo, fluía casi infinitamente por encima de la cubeta de madera, el sonido resonando agradablemente en la silenciosa habitación. YoonGi cerró un corto instante los ojos, aprovechando de la calma circundante, el chapoteo del agua perfectamente con sus murmullos discretos. En sus manos, tarareando una canción ligera, el joven hombre deformaba el tejido, encerrándole fuertemente entre sus dedos largos, liberando pacientemente, gota tras gota, el paño de su líquido.

Lentamente abriendo sus párpados, posando sobre su propio reflejo una mirada seria a través del espejo, YoonGi lentamente recorría las líneas de su cara, retrasándose en sus pómulos, su nariz, su boca. El paño húmedo se deslizaba fácilmente sobre la piel sudorosa de su cara y de su cuello, encarcelando entre sus fibras dulces los minúsculos granos de polvo que se habían puesto sin dificultad sobre su epidermis delicada durante el día. El contraste entra el calor casi sofocante del exterior —el mes de julio bastante avanzado— y la frescura del paño, embebido de agua helada, era el instigador de escalofríos largos de bienestar en el joven hombre.

Cogiendo su barra de carbón sobre la pequeña mesa de madera lacada, abandonando allí sin la menor mirada el paño manchado, YoonGi se inclinó un poco más por la parte superior de la cubeta, su mirada concentrada, apuntada sobre su reflejo. Lentamente, con la mano segura, trazó de forma minuciosa los contornos de sus ojos, volviendo a dibujar cuidadosamente el óvalo de sus finas cejas. Luego, levantando delicadamente su mano por encima del recipiente de madera, empujando con sus dedos largos y finos la manga embarazosa de su vestimenta, agarrando de un pequeño tazón de madera sombría y de un fino pincel. Pausadamente, el joven Geiko sonrosa sus mejillas aterciopeladas y sus carnosos labios, aplicando preciosamente su pincel la dulce y azucarada infusión roja de flor de cártamo. Para acabar, una pequeña sonrisa satisfecha en los labios, entre los faldones de su kimono ligero de verano, YoonGi desliza un pequeño saquito perfumado de seda blanca, las notas delicadas del jazmín y las más acidas de la naranja que se difundían entonces en el aire bajo el movimiento.

Un golpe ligero contra el marco de la puerta le hizo encarecidamente levantar la mirada sobre el espejo. Namjoon estaba allí, el hombro derecho suavemente apoyado contra el marco de madera, sus ojos sombríos puestos sobre la endeble silueta del joven Geiko, una sonrisa fina en los labios, sus hoyuelos ligeramente dibujados. Al reajustar con sus manos su kimono, YoonGi le lanzó una sonrisa dulce a través del espejo, sus ojos perdidos en los del de más edad mientras que éste avanzaba silenciosamente en la habitación, sus pies frotando en un agradable ruido sordo en los suntuosos tatamis.

Sueltamente, Namjoon se instaló detrás de él, poniendo prontamente sus manos sobre el vientre llano del más joven, enterrando su nariz en sus dulce cabellos, encerrándole entonces entre sus brazos en un abrazo tierno. Posando su boca contra la nuca impúdicamente descubierta de YoonGi, el mayor besaba con ardor un ápice de piel a su alcance y respiraba a todo pulmón, los ojos herméticamente cerrados, ese perfume aturdidor tan amado. Contra su torso, podía sentir el menudo cuerpo de YoonGi agitarse imperceptiblemente, esa risa discreta que ascendía lentamente en la habitación silenciosa. Y todo contra la piel hirviente de su joven amante, sus labios que débilmente se estiraban, sus brazos que se estrechan un poco más alrededor de este cuerpo tan deseable, el joven emprendedor suspiró.

—Me marcho mañana.

YoonGi no respondió. Lentamente, su risa se bloqueó en su garganta un poco apretada, la respiración temblorosa, el más joven dejó la parte de atrás de su cabeza posarse sobre el ancho hombro del de más edad, sus ojos ligeramente húmedos ahora cerrados. Cerrando sus manos con las de Namjoon, el joven hombre entremezcló delicadamente sus dedos a los suyos, ejerciendo entonces entre sus miembros una dulce presión. No importaba el número de días o de noches que pasaban juntos, nunca era suficiente, ni para uno ni para el otro. Ambos eran atrozmente conscientes.

Winter Butterfly ⇸ NamGiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora