Su razón

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- ¿Esa es mi madre?- Preguntó Keith, sin apenas aire en los pulmones. 

Keith miraba a través del cristal de la cafetería, en la que había sentada una mujer de unos treinta años, con gafas de sol, pelo escalado bicolor recogido en una coleta y que vestía una cazadora y unos pantalones de cuero ajustados.

- Sí...- Suspiró Shiro.- No es el prototipo de madre, ¿verdad?- Se atrevió a bromear.

- Es más joven que tú, ¿no?

- Sí, lo es. 

En la mente de Keith se montó una película en seguida: su madre, que debía pertenecer a una banda o algo parecido, a juzgar por su peinado y vestimenta, se había quedado embarazada siendo adolescente. Al no poder hacerse cargo, Keith se quedó con su padre.

- ¿Estás preparado?- Le preguntó Shiro, interrumpiendo sus pensamientos.

- Sí, creo. ¿Se puede estar preparado para algo así?- El mayor le revolvió el pelo.

- ¿Seguro que no quieres que me quede? ¿Aunque sea en la mesa de al lado, por si las moscas?

- No hace falta, de verdad. Pero gracias. Prometo llamarte si algo pasa.

- Vale.- Shiro se sentía tan nervioso sino más, que Keith, aunque intentaba no aparentarlo.- Ánimo, Keith.

Keith entró en la cafetería con el corazón acelerado. Estaba muy nervioso. A Krolia no le hizo falta que le dijeran que era él, puesto que era como verse en un espejo: la forma de la cara, su nariz agraciada, sus ojos... Keith aún era muy niño al fin y al cabo y no había desarrollado ningún rasco que remarcara su género, como la barba o una mandíbula marcada. 

- ¡Keith!- Le llamó, levantándose de la silla, casi tirándola y dándole un abrazo que incomodó bastante al chico.- ¡Realmente eres tú! ¡Mi pequeño! Aunque ya no tan pequeño...- Bromeó separándose de él y continuando la inspección de su rostro y aspecto.

- Hola... Krolia.- Keith no sabía ni cómo llamarla, así que optó por su nombre y por adoptar una posición distante con ella.- ¿De verdad eres mi madre?- Preguntó tomando asiento.- Si es así, tengo 14 años de preguntas preparadas. Debes saber que no te tengo en gran estima, ahora mismo. ¿Lo entiendes, no?- Le dijo, escupiendo veneno. Krolia le miró con las cejas inclinadas hacia arriba y tragó saliva. Sus palabras se le clabaron como puñales pero se merecía cada uno de los reproches que estaban por venir.- Me abandonaste, ¿no es cierto? Y no te molestaste en buscarme en todo esto tiempo.

- Es cierto.- Admitió ella, bajando la cabeza.- Y lo siento.

- ¿Porqué?

- Fui estúpida.- Respondió ella.

- ¿Y porqué ahora? ¿Qué ha cambiado?

- Tantas cosas, Keith... Keith. Me encanta decir tu nombre.- Dijo ella, intentando acariciarle el rostro, pero Keith se apartó en seguida.

- Cuéntame.

Krolia suspiró. La historia no era bonita, ni tan sólo era demasiado creíble. Podía hacer que su hijo le odiara de por vida pero... ¿qué tenía que perder? Ya no tenía a su retoño, todo lo que podía hacer era ganar.

- Soy rumana. Me obligaron a casarme con mi marido cuando tenía 15 años.

- Un momento, ¿estás casada?- Keith se inclinó en su asiento, eso sí que no se lo esperaba. ¿Madre y padrastro? Ni de broma.

- No, ya no. Él murió.

- ¿Cómo murió? ¿Y hace cuánto?

- Muerte natural, hace un año y medio.

Inefable IdiotaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora