CHAPTER I

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"EL DESPERTAR"


CHAPTER N° I.

Como olvidar mis días de infancia, cuando no había nada más importante que mis ridículos juegos infantiles, mis muñecas y aquellos niños desamparados del orfanato, propiedad de la fundación de mi abuelo, a los cuales hice sufrir sin el menor de los remordimientos, sintiéndome sin lugar a dudas la dueña del mundo, sintiendo que todo el universo giraba entorno a mí, una pequeña mimada y presumida que lo tenía todo. No obstante, nada dura para siempre y la vida se encargaría de darme la lección más grande, mi mundo se vino abajo frente a mis ojos, no pude hacer nada por evitarlo.
Está serie de eventos que surcan mi mente día a día son los que como resultado me tienen ahora en este mundo completamente sola, arrastrándome por un plato de comida, sin hogar, sin familia, sin un lugar a donde acudir en busca de un abrazo o algo de consuelo, observando a mi alrededor y encontrándome con la nada misma; una gran avenida donde todos los seres que la transitan, ya sean humanos o animales van guiados por la monotonía de cada día, caminan rápido, llevan rostros cansados y expresiones estresadas y  aunque esta enorme selva de concreto no es para nada la clase de paraíso terrenal al que alguna vez todos hemos deseado ir, debo reconocer y rescatar que hay pequeñas cosas que logran sacarnos una pequeña sonrisa, ya sea la pequeña e inocente sonrisa de un niño o aquel perrito callejero que te dedico una tierna mirada y meneo su cola esperando un gesto tierno; sin embargo, vuelvo a repasar el paisaje y solo veo una población zombificada, solo encuentro miradas frías y vacías con miradas perdidas en sus pensamientos, distraídas en su celular o que simplemente ignoran los pequeños momentos que podrían recordarles que aún siguen vivos y que dentro de ese cuerpo cansado y lleno de cargas, existe un corazón que late y que pide a gritos cambiar, hacer que el paso efímero por este mundo tenga sentido...

De no haber vivido el pasado que llevo a cuestas, sería una más de esa gran población, que parece vivir sin alma y ahora que lo pienso mejor, no sé si fue un castigo o solo el destino encargándose de abrirme los ojos, claro, a un precio muy alto ya que cuanto más frágil y elevada es aquella nube de "vida perfecta" la caída es más dolorosa, caída solo me dejo heridas dolorosas que aún continúan abiertas...

Tengo la mala manía de autoflagelarme repasando en mi mente todo lo sucedido desde que tengo uso de razón hasta hoy, algunos recuerdos son tenues y lejanos, en algunos de ellos no descifro la realidad de las invenciones de mi mente, el caso es que todo comenzó así.

Recuerdo como aquella mañana utilizaba a un pequeño de mi edad o tal vez menor, no lo sé, solo recuerdo en su rostro la fragilidad de un niño asustando tratando de ser fuerte, sirviéndome de caballito, mi mente lo recuerda claramente, como él me llevaba sobre su espalda mientras yo jalaba su cabello, golpeaba sus pequeñas costillas con mis pies y no contenta con ello, lo azotaba con mi látigo, como si de un ser inerte se tratara... Es un recuerdo que me atormenta amargamente, me recuerda día a día la basura que soy, jamás le pedí siquiera una disculpa. Ya cuando me canse de ese "caballo" y me estaba dirigiendo a la mansión pude ver de reojo a ese niño tendido en el suelo desecho en llanto mientras sus rodillas y las palmas de sus manos no paraban de sangrar, llenas de mugre y algunos fragmentos de piedras incrustadas en su carne viva, no me importó, no sentí la menor empatía, sonreí triunfante, mi limitada mentalidad y mi ego desmedido a pesar de mi corta edad solo me permitió pensar: "Ahora todos los huérfanos sabrán que yo soy su dueña, soy yo quien manda". Mis actos no median consecuencia alguna, sin embargo, mi castillo de arena estaba a punto de caer ante mí, sin que yo pudiera hacer nada.

Mi abuelo, el gran Mitsumaza Kido comenzó a vérsele estresado, preocupado y bastante irritable, no comprendía el por qué de su temperamento tan feroz, pasaron dos o tres años, mi abuelo ya no era aquel hombre amoroso que yo adoraba y admiraba, se había convertido en un ser sombrío al que ya ni siquiera podía acercarme como tiempo atrás. Yo había crecido no solo físicamente, sino mentalmente también, no de una forma realmente enriquecedora, sino, más bien, de una forma egoísta, fría y calculadora, entonces fue así que lo descubrí todo, mi abuelo estaba en la ruina, una investigación en la fundación a la que mi abuelo le había apostado el todo, resulto un rotundo fracaso, costándonos todo el capital económico. Mi abuelo trato incansablemente de recuperar lo que más podía, pero todos sus esfuerzos fueron en vano. Estaba lleno de deudas, los socios le dieron la espalda y los bancos estaban embargando todas las propiedades que nos pertenecían, estábamos contra la espada y la pared. No olvidare el día que nos despojaron de la Mansión Kido, no se nos permitió sacar ni siquiera un cambio de ropa, fue de las escenas más desgarradoras que he visto en toda mi vida y no tanto por la mansión, era mi abuelo, el imponente Mitsumaza Kido, de rodillas en el frio asfalto de esa tarde de otoño, golpeando el suelo con todas sus fuerzas con esos grandes puños que amenazaban reventarse, mientras Tatzumi, el fiel mayordomo lloraba a su lado tratando de detenerlo y yo, yo solo podía observarlo inmóvil, sin saber qué hacer, a donde ir, o que decir, todo era caos y confusión no solo en mi mente sino en la de mi abuelo y Tatzumi.

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