La hija del Destripador

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La atmósfera era algo incómoda para el gusto de Damon Salvatore. Hace unos diez minutos, una extraña había tocado a su puerta y había resultado ser una Médium del linaje Tolokónnikova. Cualquier sobrenatural en su buen juicio habría cerrado la puerta en la cara de aquella mujer, usualmente los Tolokónnikova tenían una sociedad secreta llamada Serafín y ellos no acostumbraban dar buenas noticias.

Los Serafínes eran conocidos por ser algo estrictos y entrometidos. Según ellos, eran los Escogidos de entre toda la humanidad para proteger su raza. Los abogados de los humanos, en palabras más específicas. Los Serafínes detestaban el desorden que causaban los sobrenaturales, en especial los vampiros. Los lobos solían tener pocos problemas con la Sociedad ya que no causaban muchos problemas y pasaban desapercibidos.

Damon sabía muy bien que los Serafínes tenían una lista negra de mal portados y que él y su hermano encabezaban la lista. Algo que tendría que lucir con mucho orgullo, muchos solían temer de los que estaban en la lista. La Lista Negra era algo a lo que muchos vampiros primerizos aspiraban, pero con el pasar de los años, se daban cuenta que estar ahí era perder la confianza de todo ser sobrenatural. Lo más prudente era mantenerse a raya y seguir la corriente. Pero cómo algunos ya han de saber, los Salvatore son todo (gigolos, psicópatas, sádicos, románticos, etc.) menos prudentes.

Karen Tolokónnikova estaba sentada en un sofá frente a los dos hermanos, quienes prefirieron quedarse parados, para parecer un poco más rudos. La médium sacó un folder del pequeño bolso que cargaba. Era grueso, algo desgastado por los años y las páginas se amontoban en él.

—Saben que estan en la Lista Negra ¿verdad?—preguntó.

Ambos hermanos asintieron en silencio.

—A todos los que están en la lista—continuó— se les hace un expediente.

—¿Y ese ladrillo es nuestro?—incluso Damon se sorprendió un poco.

—No.

Abrió el folder y sacó una foto, a continuación se la pasó a los hermanos, Stefan se acercó y agarró la fotografía. Ambos hermanos al ver la foto se quedaron helados. Damon comenzó a ponerse pálido y cada una de las articulaciones de su cuerpo se puso en completa tensión.

—Es el de ella—Karen hablaba con seriedad—, Lenabeth Drablow.

—¿Para que conservan el expediente de una persona muerta?—cuestionó Stefan.

—Sr. Salvatore...

—Stefan—corrigió el joven.

—Stefan...—asintió Karen—Se sabe que Lenabeth Drablow fue una de las peores personas a las que se le ha permitido respirar. Acabó con el pueblo de Cheshire hace muchos años y le gustaba causar daños en muchas ciudades, la más destacada fue Nueva Orleans. 

—La clase de historia aburre, vaya al grano—pidió Damon.

Karen lo miró  un momento y luego decidió ignorar su comentario. Del folder sacó más y más páginas. Todas llenas de fotografías de ciudades en ruinas, personas muertas entre otras cosas.

—Aunque lo que más llamó la atención y nunca se olvida, era su Modus Operandi a la hora de tratar a sus víctimas. Tenía ciertas similitudes con otro de nuestros objetivos en La Lista Negra.

Sacó otro folder un tanto más pequeño, aunque la diferencia era poca, seguía siendo un expediente enorme. En el frente del folder había un nombre.

STEFAN SALVATORE.

La Serafín sacó una foto de una víctima de Stefan y una víctima de Lenabeth. Las tomó de una forma que los hermanos pudieran compararlas. Stefan se sintió incómodo al igual que Damon. Ambos habían visto a personas muertas en el pasado, pero por alguna razón, comparar las víctimas de Lenabeth con las de Stefan les resultaba muy difícil.

Casi no había muchas diferencias.

—Lenabeth Drablow fue muy conocida como La Hija del Destripador.

Las palabras de Karen Tolokónnikova habían congelado a los Salvatore. Hace mucho que no oían a alguien decir el nombre de Lenabeth, mucho menos su apodo más famoso. Damon tenía el ceño fruncido y sentía un nudo en la garganta.

—¿Que quieren los Serafínes?—preguntó apretando los puños.

Stefan mantenía su vista en las fotos mientras muchas voces, que se componía de llantos y gritos, se arremolinaban como un huracán en su cabeza. Comenzó a temblar levemente, trataba de mantener la compostura y al respiración controlada. 

—La única razón por la que aún tenemos el expediente de Lenabeth Drablow es porque ella nunca murió. Y por lo que vi ahora esta tarde...—Karen pareció asustada—Escuchen, lo que los Serafínes queremos es que terminen lo que dejaron sin resolver en 1947.

Los Salvatore miraron con los ojos muy abiertos a Karen.

—Queremos que asesinen de una vez por todas a La Hija del Destripador.

Las sombras se arremolinaban a su alrededor y Lenabeth Drablow no podía huir de ellas. Se encontraba en medio de un bosque, le dolían los pies, y tenía mucha sed. No sabía cuánto faltaba para llegar a algun lugar habitado. 

Cuando había dejado a Svetla Parnell, lo único que pudo hacer fue salir de aquel bosque privado y adentrarse en el salvaje. La chica siguió corriendo y esta vez cerró los ojos. Corrió con una increíble velocidad. Golpeada por ramas que se metían en su camino, Lenabeth terminó con los antebrazos llenos de marcas rojas y sangrantes.

Tropezó y cayó al suelo con un sollozo.

EStaba sola, tenía hambre y frío. Lo único que pudo hacer fue ponerse a llorar, boca abajo con tierra en su cara. ¿Cómo había llegado hasta aquí? Lo último que recordaba era una Luna de Sangre en el cielo y a su familia viéndola arder en llamas azules, sin hacer nada más que observarla sufriendo. Gritó contra el suelo, estaba furiosa, y no hacía más que llorar de la furia.

De pronto escuchó un sonido a lo lejos, una bocina, la bocina de un auto.

Levantó la vista y vio como dos luces se acercaban a ella, de pronto se dio cuenta que estaba frente a una calle de asfalto. Se puso de pie, le fue muy difícil, pues sus pies estaba dormidos y acalambrados. Se puso en el camino de las luces y se mantuvo firme, el auto hizo sonar la bocina pero ella no se apartó. 

Luego, antes de que el conductor pudiera acercarse demasiado. Ella observó como el auto se hacía añicos de la parte de adelante. Era como si hubiera chocado contra un muro invisible, escuchó un gritó de dolor. Sus ojos estaban fijos en el auto y los puños apretados contra sus piernas. Su rostro se endureció, no mostraba ninguna expresión.

El auto se detuvo y ella se acercó.

Aun no he perdido mi toque.

Abrió con facilidad la destrozada puerta del conductor y de ésta sacó a un chico, muy apuesto. Estaba algo conciente. Ella lo miró un momento y acarició su rostro, el chico parecía haberse perdido en el rostro de Lenabeth.

—Lo siento, cariño—se disculpó Lenabeth—, quisiera no tener que lastimar tan precioso cuerpo... 

El joven la miró, había cierta esperanza de vivir en sus ojos. Lenabeth limpió una gota de sangre que caía de la frente del chico y se llevó el dedo a los labios. Su cara comenzó a cambiar y el joven pareció austarse. Ella lo miró y continuó:

—Pero tengo hambre.

Lo último que el joven pudo escuchar fueron sus propios gritos ahogados en el vacío de la noche.

The Vampire Diaries: Luna de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora