Runas de fuego y hielo

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Los padres de William Polaris, científicos a la cabeza de Polaris Inc. desarrollan tecnologías que apoyen el medio ambiente y recientemente, luego de experimentar una y otra vez con energía gélida en los polos, ellos lograron desarrollar mecanismos que funcionan por medio de fusión en frío. Aquella esfera, que el joven oso polar sostenía en sus manos, fue el primer dispositivo perfeccionado por medio de ésta tecnología: un asistente personal.

– ¡No es justo, también queremos uno! –decían incansablemente entre manotazos y berrinches Danny y Sansa, mis hermanos menores de diez y doce años respectivamente.

– Tendrán uno cuando crezcan y sean más responsables –respondía mi amorosa madre a sus pequeños ositos polares–. ¡Feliz cumpleaños Will!

Seguía asombrado por la belleza de la esfera que marcaba la hora en un tono azul neón mientras estaba en modo de reposo; giraba el dispositivo entre mis patas y éste proyectaba al aire una pantalla con el clima, la agenda de la semana, contactos telefónicos, la galería de fotografías, videos y el reproductor de música. No tenía idea de cómo esa cosa, tan lisa y perfecta podía tomar aquellos novedosos videos en 3D y seguirme rodando a todos lados con sólo un par de palmadas.

El gran oso polar que siempre veo frente al espejo, con una sonrisa en el rostro salió de su cuarto, y desayunó un gran tazón de cereal de chocolate con leche. Vi cómo mis hermanos peleaban para ver quién tendría primero un asistente como el mío; besé en la mejilla a mi madre y corrí con mi mochila en la espalda hacia la escuela.

En la esquina saludé a Pedro, un oso negro de pequeña estatura que portaba un delantal verde y barría la calle, gran amigo mío por cierto, y que atendía en las mañanas la concurrida cafetería "El Rosedal". Más adelante y del otro lado de la acera se encontraba Erika, una amiga de la secundaria quien ondeó su mano para saludarme, para luego hacer con su mano un ademan a la vez que decía "llámame y tengamos una cita".

Con una risa nerviosa me alejé y tomé la ruta del parque mientras sacaba de mi pantalón una moneda para dejarla en el estuche de violín de aquel panda rojo, experto violinista que tocaba exactamente a las 8:50 am la melodía de Canon en D de Johann Pachbel que tanto me gustaba. El panda rojo difícilmente divisaba cuando alguien le arrojaba una moneda ya que su alma, sus sentidos y su violín siempre estaban en sintonía con la melodía, sin embargo yo jamás pasaba desapercibido y aquel día nuestras miradas entraron en contacto y me decía "algo va a pasar".

Siguiendo en mi camino, justo al final del parque podían divisarse a un alto san bernardo y a un zorro de baja estatura. Se trataban de Cristián y Erick, mis mejores amigos de la preparatoria, quienes siempre me esperaban para entrar juntos a los pasillos de la escuela. Asombrados a cada instante el zorro y el sabueso miraron mi regalo de cumpleaños, me abrazaron, felicitaron y perdimos la noción del tiempo porque en un abrir y cerrar de ojos las campanas de la escuela timbraban llamando a todos los chicos al inicio de clases.

Salimos corriendo prometiendo que saldríamos a festejar al acabar las clases, pero en el camino tropezamos todos con Randy, el capitán del equipo de futbol. Yo lo conocía bien al ser él el capitán del equipo de hockey, sin embargo ésta vez fue diferente cuando el husky me tendió la mano, con una mirada llena de energía me decía "algo va a pasar".

Cada uno se dirigió a su aula y el profesor Antonio Ek, un lobo mexicano de mediana estatura, pelaje grisáceo y mirada intimidante cuando alguien llegaba tarde al salón, esperaba con los brazos cruzados a que Cristian y yo nos incorporáramos a nuestros asientos. Sebastián, un león de baja estatura no dejaba de reír y mofarse luego de que el profesor Ek nos pusiera de castigo leer un libro completo para la siguiente clase.

ContrariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora