Luces de Navidad

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Mi familia biológica vive como un gran y poderoso matriarcado. Cuando vi tus ojos, llenos de ira y odio, me recordaron a los de mi madre cuando por primera vez me miró en aquella fría navidad, justo después de haberme dado a luz.

Ahora que te sostengo entre mis brazos, tú que te aferras con toda tu alma a nuestra promesa de plata, me recuerdas todas esas memorias que me duelen en el pecho; la sensación me deja sin poder ponerme en pie y sin siquiera poder respirar con éstos mis pulmones comprimidos, una bocanada de este aire helado lleno de fragmentos de hielo como diminutos diamantes.

Cada vez que nacía una mujer en la familia había fiestas que duraban hasta una semana completa; sin embargo, si se trataba del nacimiento de un varón, había un luto de un año completo en lo que la madre buscaba una nueva fecundación.

En el pasado, todos los varones de la línea directa de la runa eran asesinados para no interferir en el matriarcado, pero ahora simplemente nos convertimos en sirvientes y objetos de entrenamiento de las chicas.

Mis tres hermanas nacieron con poderes impresionantes: Renenet es capaz de manipular las flores y usar sus venenos; para Neftis las tinieblas son su especialidad; finalmente la más poderosa de mis hermanas es Isis, quien además de poderes de curación tiene a su mando el manejo del fuego, agua, viento y tierra.

Por mi parte, siempre he tenido un cuerpo frágil, nací con asma, no soy el más listo de las clases ni el más atlético. Yo soy Gin, el hermano sin poderes de las diosas de Egipto; yo soy Gin, el que tiene que esforzarse más por alcanzar a los demás; yo soy Gin, el que llora cada noche al ser reprendido por todo lo que hago y hasta de lo que ni siquiera he hecho.

Y es que en estos momentos te sostengo en mi pecho, con mis brazos cruzados y mi cabeza lo más agachada hacia mí corazón, justo eso mismo que yo hacía cuando recibía cada ataque de mis hermanas, especialmente aquella dolorosísima serpiente de agua que invocaba Isis y que llegaba a destruir una pared si ella no medía su fuerza contra mí.

– Señorita Isis, no sea tan severa con el joven Gin –decía Claude ayudándome a recuperarme, él, mi único amigo por tantos oscuros años de infancia que pasé sólo.

– Silencio Claude, usted alguna vez controló una runa, pero ahora yo tengo todo para ser la siguiente heredera del poder de la luz –respondió altivamente Isis a lo que la apoyaron también Neftis y Renenet.

– Descuide joven Gin, vendrán tiempos mejores –Claude intentaba animarme al tiempo que curaba mi herido cuerpo.

– ¿Por qué siendo hombre yo sufro de esto Claude? –siempre le preguntaba lo mismo a mi sirviente y mi mejor amigo, con una voz entrecortada, tratando de contener el llanto.

– Quien sufre a causa de los demás o por su propia mano, lo hace por la ignorancia que reina en el mundo.

Al ver cómo el muro de hielo levantado por Yakov fue despedazado con un solo golpe de William, transformado en una bestia iracunda, recordé aquella vez que fui arrojado por los poderes oscuros de Neftis hacia un infinito vacío en el cual yo caía sobre espejos que se despedazaban y se enterraban por todo mi cuerpo.

– Levántate mocoso, ¿no me digas que es todo lo que tienes? –replicó Neftis pateando mi cuerpo casi moribundo.

– Señorita Neftis, le pido deje de usar a su hermano como blanco de sus técnicas. De otra manera... –el cuerpo de Claude se revestía con un leve destello eléctrico, el cual era señal de sus últimos poderes como antiguo portador de la runa eléctrica.

– Claude, eres el fiel sirviente de ésta familia, pero sabes que aquí las mujeres valen más que ustedes. Otra palabra en mi contra y el mocoso y tú estarán acabados –replicó orgullosa Neftis desvaneciéndose luego en un manto de sombras.

ContrariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora