La última cena

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Mon nom est Fabio Antoinin Carnachina y tengo dos deberes con mi runa de metal: fingir ser el comodín del bando del conocimiento y acabar con Kaiser con mi técnica especial: le dernier repas, o como dirían en este lugar, la última cena.

Mi historia comienza cuando yo apenas era un petit ours, y eso fue hace una treintena de primaveras. Parte del mundo estaba en crisis política y económica, pero sobre todo alimentaria. ¿De qué sirve la política si el pueblo no puede comer de ella? Il ne sent a rien, ¡no sirve de nada!

El gobierno dictaba que los padres no podían tener más de un hijo, así que recuerdo cuando las butacas de las escuelas se iban vaciando poco a poco. Aún más, de tratarse de un hijo ilegítimo... la mort. Las estrategias de control natal eran tan severas que ser abandonado dans la rue era mejor que morir en manos de un sádico verdugo.

J'ai pleuré toute la nuit parce que mis padres me habían abandonado a mi suerte. Sólo llevaba mi ropa, un pedazo de baguette y un prendedor de ámbar en forma de gota. Yo no era el único chico abandonado por esas fechas, pero sí era el único que quería que todo cambiara. Je me souviens que los más pequeños pepenaban en la basura, los jóvenes pedían limosna y los más adultos robaban a los transeúntes, mais yo quería algo mejor que una vie dans la rue; había que buscar trabajo.

Mon premier travail fue en una boulangerie. Yo jamás había hecho u horneado pan, pero aprendí rápidamente al mando de otro ours pardo que me adoptó como su hijo; él me repetía que tenía en mis ojos la pasión de su hijo biológico antes que él se fuera a buscar trabajo à l'étranger.

Las primeras jornadas eran très difficiles parce que el trabajo parecía interminable: boucoup de farine se transformaba cada jour en baguettes para toda una ciudad. Recuerdo cómo Monsieur Orson siempre me regañaba y golpeaba por quedar todo cubierto de harina, o por dejar fermentar de más la masa, o cuando se mezclaba la clara y la yema cuando sólo ocuparíamos yemas para barnizar los croissants; pero en especial me gritaba cuando yo hablaba francés.

– No, no, no. Fabio tú tienes que hablar todas las lenguas menos ésta. Yo quiero que salgas del país le plus vite possible.

– Pero... ¿por qué? Yo quiero ayudarle siempre en la boulangerie –le decía llorando a quien fue mi segundo padre.

– Porque éste es un valle de nostalgia. Si te quedas los recuerdos buenos y malos nublarán tu cabeza –siempre repetía aquella frase de nublar la cabeza.

– ¿Y mis padres? Ellos estarán buscándome.

– Ellos te dejaron en la calle, ya tienen una nueva vida sin ti. Ahora Fabio, cuando te vayas no quiero que regreses ¿tu comprends?

– Sí, je comprend.

Monsieur Orson había juntado lo suficiente en todos sus años de panadero para tener una vejez sin lujos, pero sin privaciones; mais, él decidió comprarme una filipina blanca bordada con mi nombre, un cuchillo chef, un boleto de avión y pagar mi colegiatura en la mejor école de gastronomie del mundo. No pude siquiera chistar o decir que no, era su deseo, que yo tuviese una mejor vida y el mío era honrar su memoria y aider aux l'autres.

Las primeras noches en la ciudad las pasé en la calle, no era nuevo para mí el dormir sobre cajas de cartón y cubrirme con viejos periódicos. Cada noche siempre miraba en el cielo les étoiles, buscaba su guía y en ocasiones les preguntaba algo; si la estrella a la que le hacía la pregunta se movía con respecto a la nuit dernière era símbolo que tenía que hacer las cosas, pero si se quedaba quieta, una voz me decía "espera". Pero en esta nueva ciudad, el brillo de los astros apenas era perceptible por las iluminadas calles y resplandecientes aparadores.

ContrariusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora