Cuando mamá estaba viva, solíamos compartir los tres los fin de semanas, papá pasaba más tiempo fuera de su cuarto de trabajo que encerrado y las comidas se compartían sentados a la mesa en medio de conversaciones alegres sobre lo acontecido durante el día. El departamento se llenaba de nuestras risas y, si algo afectaba a alguien, mamá siempre fue el sostén para asegurarse de que no cayéramos en sentimientos negativos. Me consolaba cuando tenía pena y calmaba cuando me enojaba, sabía todos los trucos para mantener mi ánimo estable. En las mañanas, luego de desayunar, me despedía de papá con un beso en la mejilla y un abrazo, mientras mamá me llevaba hasta la puerta del colegio para asegurarse que nada me pasara. Nunca lo charlaron directamente conmigo, pero sabía que ellos planeaban el futuro con más hijos y una casa más grande con patio para las flores que tanto le gustaban a mamá. Todo se hubiese llevado a cabo de no ser por un hombre a quien se le ocurrió conducir luego de consumir alcohol, sin medir riesgos ni pensar en otro que no fuera él mismo. Un carabinero tocó a nuestra puerta media hora después del accidente de mamá, quien en un paso de cebra tuvo la mala suerte de toparse con aquel conductor imprudente.
—Lo siento —fue todo lo que dijo el uniformado antes de marcharse, dejando a mi padre ido por el shock y a mí con la duda de si hablaba de mi madre o se habría equivocado de mujer o dirección, porque seguramente era otro niño el que perdió a su mamá y no yo. Con el tiempo supe que ese día no solo la perdí a ella, una parte de papá se fue en su compañía y no volvió jamás, negándose rotundamente a recibir la ayuda profesional que en su momento necesitó.
—Papá —logré murmurar con miedo al ver cómo su rostro se desconfiguró por completo y la palidez empezaba a dominar su piel.
—Amira, ve a tu habitación, ya hablaremos —dijo con tono sombrío mirando a la nada.
—Pero...
—Ve a tu habitación, después hablamos —fue su tono seco el que me hizo obedecer y no insistir nuevamente. A veces me pregunto qué habría pasado si en vez de irme me quedaba ahí para brindarnos mutuamente el apoyo que necesitábamos ¿las cosas serían diferente hoy? ¿hubiera perdido igualmente al papá que conocí hasta ese día o igualmente se marcharía sin importar la falta que le haría a su hija?
Desde ese día, las comidas compartidas se transformaron en solitarias, el silencio que antes se llenaba con risas se comenzó a llenar con la televisión, lo único que hacía ruido para no molestar tanto a papá que se encerró más de lo que debía en su cuarto para trabajar, mientras yo me encerraba en mí misma para no molestar a nadie con mis sentimientos. Mi padre supo cómo mantenerme económicamente hasta que terminé el colegio y lo seguía haciendo mientras estudiaba pese a los problemas que tuvimos cuando supo qué quería yo para mi vida, pero no supo cómo sostenerme emocionalmente. Por esa razón mi cuarto se volvió mi espacio personal en el que me desahogaba, aprendiendo así a ocultar mi dolor hasta que me encontraba entre esas cuatro paredes. Odiaba que alguien entrara aparte de mí, pero Jorge supo cómo romper esa regla sin molestarme tanto.
—¿Ya te sientes mejor? —Me sacó de mis recuerdos Jorge con voz tierna mientras nos sentábamos en mi cama, a lo que me limité a asentir—. Eso es bueno... ¿necesitas algo?
—No... gracias.
—No hay nada que agradecer, yo debería agradecerles a ustedes el darme un lugar donde vivir mientras vuelvo a mi hogar.
El chico me sonrió, dejándome un poco descolocada. Era la primera vez que lo veía con ese gesto en su rostro y me gustó cómo le quedó, era una curva que llegaba hasta sus ojos que lucieron más brillantes y bonitos, incluso se achicaron un poco. Después de que él se marchara me regañaba a mí misma por no haber respondido correctamente a lo que él dijo, por haberme quedado muda en una situación así y con un chico que conocía de apenas un par de días. Mis mejillas ardieron bajo mis manos por la vergüenza y tuve que ponerme de pie y dar algunos pasos para calmarme un poco una vez que estuve sola, repitiendo a mí misma que mi pubertad acabó hace rato, ya soy una adulta que no debe comportarse de ese modo.
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Inolvidable
Roman pour AdolescentsLuego de la muerte de su madre, Kemi pasa los días de forma rutinaria, estudiando y trabajando en una estresante zapatería para ayudar en la casa, sintiendo el peso de la soledad debido al trabajo como científico de su padre, el cual lo mantiene ocu...