Los domingos siempre fueron para mí un día sagrado, no por asistir a la iglesia, sino que para dormir hasta tarde, pues yo no trabajaba dicho día y papá, pese a que en ocasiones seguía con sus proyectos, al parecer lo hacía más relajado ya que no se oían tantos ruidos provenientes de su cuarto. Y es que el nuevo integrante del departamento pronto le sacaría las canas, que a sus cuarenta años, aún no aparecen. El día sábado, el primer día completo con Jorge, fue un desastre tratando de explicarle cómo funcionan los equipos, hacerle entender que no es brujería y que no por ser mujer soy menos que él. Desde cómo usar el baño hasta cómo manejar los controles remotos, todo había que explicárselo y de todo tenía dudas. ¿Dónde estaba la fuente que él usaría como lavatorio? ¿Por qué tenía que usar la misma que papá y yo? ¿Para qué servía ver televisión? ¿Dónde están las personas que se ven en la pantalla?, entre otras que ya no podía recordar y tampoco responder.
Paciencia es lo que necesité, la fuerza la deseché para evitar golpearlo tan fuerte y darle trabajo al dentista cesante del piso de arriba. Pese a todo, era inevitable sentir cierta lástima por él, después de todo no era su culpa el no comprender este "futuro" tan distante y diferente a su época. Así, cuando lo consumió la frustración de no comprender después de tantas explicaciones y ver todo lo que le quedaba por aprender, no pude evitar abrazarlo para calmarlo un poco y brindarle el consuelo que necesitaba.
—Es que no lo entiendo, todo aquí es tan diferente y no hay nadie aquí. Mi madre, mi hermano, Elena, nadie —balbuceaba entre sollozos, dejándome a mí desarmada al no saber qué hacer, cómo consolarlo. De cierto modo conocía el sentimiento de no tener a nadie en quien apoyarte para enfrentar una nueva realidad, aunque no sabía cómo explicárselo y cómo conversarlo con alguien a quien acababa de conocer.
Las lágrimas caían sin fin por sus mejillas y su cuerpo se sacudía con los sollozos que trató de reprimir en vano, porque en su mentalidad estaba cometiendo algo impensable, pues los hombres no lloran. Mientras intentaba calmarlo no pude evitar ponerme en su lugar, ya que por mucho que yo hubiese tenido sentimientos similares en el pasado, no sabía qué se sentiría verme de pronto en un lugar desconocido con personas que nunca antes había visto y tener que adaptarme a un mundo nuevo. Mis ojos se estaban llenando de lágrimas también cuando Jorge arruinó la poca estima que le había tomado en esos minutos.
—Es de mala educación abrazar a un hombre sin la presencia de un familiar que cuide de ti ¿dónde ha quedado tu honra?—me regañó luego de alejarse de mí avergonzado, mientras limpiaba los rastros de lágrimas de sus mejillas.
—No veo nada de malo en abrazar a una persona que necesita consuelo, además ¿qué edad crees que tengo? Tengo veinte, ya soy mayor de edad, puedo cuidarme solita y decidir cuándo casarme. Aún es muy temprano para eso.
—Yo diría que es muy tarde, mi madre se casó a los quince y me tuvo a los dieciséis.
—¿Cuándo fue eso?
—En 1834.
—Bueno, eso fue en 1834, hoy estamos a 2019 y las cosas han cambiado, jovencito.
—Soy mayor que tú, no me trates como si fuera un niño. Estoy por cumplir veintitrés.
Estuve por corregirlo diciendo que en realidad son más de cien años los que tiene y probablemente ya estaba muerto hace mucho, pero me había costado consolarlo como para añadir más razones por las que derramar lágrimas y volver a empezar. Preferí morderme la lengua y cambiar de tema. Cociné a su gusto la cena, maravillándolo con la utilidad de la cocina a gas, el microondas y el refrigerador, con lo que los tiempos para preparar una comida disminuían considerablemente en comparación a su época.
—Es como si hubieran atrapado el invierno ahí dentro —comentó cuando abrí el freezer.
Sin embargo, la paz no es eterna y basta con que alguien arroje una piedra para espantarla. Esa mañana de domingo no la tiró literalmente, pero me despertó a las nueve de la mañana, demasiado temprano para mí, preguntando a qué iglesia iríamos.
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Inolvidable
Teen FictionLuego de la muerte de su madre, Kemi pasa los días de forma rutinaria, estudiando y trabajando en una estresante zapatería para ayudar en la casa, sintiendo el peso de la soledad debido al trabajo como científico de su padre, el cual lo mantiene ocu...