Capítulo 6

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—¿Cómo es posible que te comportes de este modo? —Gritaba papá sin preocuparse por los vecinos que nos podrían escuchar—. Tienes veinte años y consciencia de que él es del pasado y no comprende todo esto y aun así lo tratas como a un tontito mandándolo a buscar algo que no existe de forma tangible. ¿De ese modo te he criado? ¿Es eso lo que te he enseñado?... ¡Respóndeme!

—No, papá.

Había pasado media hora desde que llegamos al departamento con Jorge, de los cuales estuvo ocho minutos explicando brevemente lo que es el Wi-fi y porqué la gente lo miraba raro cuando preguntaba, para luego ensañarse conmigo en mi dormitorio. No solo me sentía avergonzada porque desde el living se podía escuchar todo, sino que por los vecinos que oían el regaño y vergüenza también de mi comportamiento con Jorge. Las mejillas llegaban a arderme del bochorno que estaba pasando y las palmas de las manos me sudaban del nerviosismo, pues no sabía qué tanto más diría papá y con qué impresión quedarían la gente de al lado. Cuando por fin se detuvo y se volvió a encerrar en su cuarto de trabajo no me atreví ni siquiera a moverme del lugar en donde me había dejado, temerosa de volver a actuar mal y, sobre todo, con miedo de encontrarme con Jorge y que continuara él con la reprimenda, por muy merecida que la tuviera. "Justo cuando nos estábamos llevando bien, tenía que arruinarlo yo", pensé con pesar.

No salí de mi habitación hasta el día siguiente y solo porque tenía que salir temprano para terminar mi trabajo en la biblioteca antes de ir a clases. Entonces me topé con Jorge tomando desayuno, de quien me despedí a la distancia para marcharme sin comer nada, algo que lamenté mientras trabajaba frente al computador ya en la institución. Al regresar a casa luego de haber tenido varias horas de clases, más otras tantas atendiendo la zapatería, me sentía reventada, mis pies dolían de tanto ir y venir, la mochila me pesaba como si llevara piedras en vez de libros y el cuerpo entero lo sentía hecho de plomo por lo que me costó subir las escaleras debido al desperfecto del ascensor. Lo único que deseaba con ganas era recostarme en mi cama hasta el día siguiente, mas mis intenciones se vieron empujadas a una segunda opción porque Jorge me esperaba con la mesa lista para cenar juntos.

—En la mañana te fuiste sin comer nada, eso no te hará bien —dijo con tono de reproche, pero suave.

Su amabilidad me sorprendió considerando lo que yo había hecho con él la tarde anterior, cómo lo traté y dejé en ridículo frente a varios residentes del edificio. Yo en su lugar habría estado enfurecida conmigo, lo suficiente como para no hablarme e ignorarme al llegar a casa por lo menos por una semana, porque eso es lo que yo merecía de su parte. ¿Cómo podía comportarse de ese modo? Me exasperaba recibir ese trato después de todo lo acontecido, no lo merecía, él debía gritarme y descargarse por mis malos actos. Reprocharme el haber hecho que gastara su tiempo en algo inútil.

—¿Por qué haces esto? —Pregunté finalmente confundida, esperando que en esa comida hubiera una segunda intención, algún aliño que arruine su sabor como pequeña venganza. Algo que me hiciera pagar por mi mal actuar.

—¿Hacer qué?

—Esto, la cena...

—Cocinó tu papá —eso explica por qué no huele a quemado, pensé.

—Pero me esperaste para que comamos juntos.

—Corresponde, vives aquí desde mucho antes que yo. Como tú dices, eres la dueña de casa.

"Así que es por eso", pensé con cierta desilusión, no era por un motivo más noble, solo por mera educación, por valores que le inculcaron y que mantenía bien presentes a diferencia de mí. Me senté en silencio a comer con él frente a mí, mirándome de vez en cuando. La situación en su totalidad me incomodaba, odiaba el no escuchar nada más que el sonido de los cubiertos al chocar con los platos y, por más que pensara, no se me ocurría ningún tema de conversación con el que llenar el silencio. Su mirada no hacía más que recordarme mi mal comportamiento, atormentándome con las disculpas que aún no pedía y las explicaciones que todavía no daba. Era como si las tuviera atascadas en algún lugar de mi garganta, sin poder soltarlas y no sabía si se debía a la vergüenza, el orgullo o una mezcla de ambos sentimientos. Si las cosas seguían así terminaría ahogándome y no con la carne precisamente.

InolvidableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora