ScarletVision

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Llevaba un año sin haberte visto, Visión, ¿puedes creerlo?

La desesperación, el dolor de jamás haberte confesado mis sentimientos me destrozaba, me mataba pensar en todo lo que pasamos juntos en la Torre, cuando cocinábamos o cuando cantábamos por las noches sin importar lo que a nuestro alrededor sucedía. ¿Lo recuerdas? Pareciese como si nunca hubiésemos estado destinados a estar juntos.

Aquella noche los relámpagos eran lo único que alumbraba la estancia donde me encontraba, sola, pensando en la primera vez que te besé mientras observábamos el cielo estrellado que alumbraba Nueva York. Tú, pensando, de forma delicada colocaste tus manos sobre mis mejillas mientras me perdía en tu mirada, en el mar oculto que tus ojos escondían, para repentinamente descubrir el cálido sabor que tus labios metálicos guardaban, en aquel instante ninguno lo comprendió, pues sucedió muy rápido y espontáneo. Fue tan bello y confuso el ver tus labios contra los míos, ver el terror que lentamente se convertía en amor, pensando en la felicidad que me embargaba al estar entre tus brazos.

Pensando en el paraíso que había descubierto a tu lado.

O tal vez fue el simple hecho de que me había enamorado, el que me había hecho ver la vida en rosa.

—Te amo Wanda —dijiste en cuanto nos separamos, y luego sonreíste, dedicándome la más hermosa sonrisa que ha existido.

Esa noche no me atreví a decirte que estaba enamorada de ti, y luego... luego la guerra nos alejó.

No entendía por qué seguía pensando en ti si eso solo me destrozaba, resultaba tan doloroso aferrarme a mis recuerdos, estúpidos y dolorosos recuerdos que parecían ya no pertenecerme.

Cómo deseaba poder volver a sentir tus brazos rodeándome como en nuestro primer beso.

¿Sabes?, creí que no te volvería a ver, que nunca podría decirte cuanto te había extrañado.

—Visión, cuánto lo siento por jamás haberte confesado mi amor —sollocé, al ver a través de mi ventana a unos enamorados corriendo bajo la lluvia—. Mírame ahora, soy un desastre, una idiota luchando por su vida, recordando los maravillosos momentos que viví a tu lado.

La noche había caído, el cielo resplandecía tal como la vez en que nos besamos, solo que algo era distinto, me sentía débil, sentía miedo, miedo de que me encontraras, miedo de que me mirases con desprecio, o miedo de saber que tendría que lidiar con un miseria y fallo que, desafortunadamente, me seguiría el resto de mi miserable vida.

Estaba en Londres, pensando mientras veía la luna y el cielo estrellado que resplandeciendo, resplandeciendo como la noche en que volví a amar, como la noche en que probé tus adictivos labios.

—Visión, ¿aún me recuerdas? ¿Aún me amas?

Y aun sin comprender todo, comencé a llorar. Podía sentir el dolor en mi, podía imaginarte ignorándome, con una mirada fría e indiferente en tu rostro, pues algo en mí creía que me habías olvidado.

-Vis, ¿estás aquí? ¿Acaso estás viendo la luna pensando en esta miserable?

Sin embargo, el silencio no fue la respuesta.

—Estaré junto a mi amada justo cuando ella me necesite, pues aunque le cueste creerlo nunca he dejado de pensar en ella.

— ¿Nunca? —Pregunté, aún con cierto temor.

—No, Cielo, nunca te olvidé.

Me había encontrado, me había rescatado de aquel frío mundo al que creí pertenecer.

Aquel era el momento, necesitaba decirle que lo amaba. Lentamente tomó mi rostro entre sus manos y lo levantó, dejándome ver aquellos bellos ojos azules que tanto me encantaban.

—Solamente una vez me sentí tan confundida y esperanzada, y eso fue cuando estuve a tu lado, me hiciste volver a creer, volver a vivir sin temor, me hiciste volver a amar...

— ¿Me amas?—Preguntaste,aún con cierto temor a ser lastimado.

—Siempre lo he hecho.

Y de repente, solo pude sentir tus labios sobre los míos un beso salvaje, un beso que trataba de explicar lo que las palabras jamás conseguirían, un beso que me hizo comprender que había perdido el miedo a amar, pero sobre todo, aquel fue el beso que me hizo comprender que estaba dispuesta a pasar cada uno de mis días a tu lado, en la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separase.

Aquel pensamiento aún me acompaña, jamás lo olvidé y hoy, cuando nos encontramos en el altar, listos para declararnos amor eterno, con nuestras manos y destinos entrelazados comprendí que jamás te dejaré de amar cuando la muerte nos separe.


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