Capítulo 5: La hermanastra

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"El hombre había tomado por segunda esposa a una mujer que tenía dos hijas por su cuenta... las tres eran bellas de cara pero podridas por su interior"

Cenicienta-Charles Perrault

Eran las siete y media de la mañana cuando Ashley caminaba del mercado, había vendido la pica y la daga, la macada ahora era un trapo en su delantal, sus pantalones habían sido reemplazados por una falda, las botas con espuelas de cristal habían sido escondidas gracias a las aves de Willow, su cabello era un desastre, sus mejillas estaban cubiertas de hollín... como si nada hubiera pasado, su familia no se daría cuenta del nada.

—Deberías tener más cuidado cuervo blanco... no siempre se corre con la suerte de comprar un arma hibrida.

—Jefe Coyote, si algo he aprendido es que quienes tienen el dinero para comprarlas, no siempre las cuidan lo mejor posible.

—Eres una niña inteligente Ashley, tu padre estaría orgulloso.

Respondió el hombre fumando de su pipa.

Cuando salió de la corte de los milagros de nueva Barcelona sintió el peso de las armas caer, solo para luego sentir el peso del auto y de sus bolsillos crecer, aunque claro este fue bajando a medida que avanzó el día

—Hora de fingir otra vez—dijo para sí forzando una sonrisa en su rostro.

Ashley volvió a casa al medio día con el carro lleno de provisiones.

Pasando el portón, caminó por el jardín delantero, cuidado y perfecto gracias a ella y Willow, pasó al tapete, bordado y arreglado por ella, tocó a la puerta mientras, sostenía las bolsas del mercado con la comida que ella había comprado con su dinero, pero no hubo una respuesta, pateó entonces la puerta... pero no sucedió nada.

— ¡Vengo con las compras!

Al instante la puerta de la hacienda se abrió, dejando a la chica pasar al frío interior de la casa que a pesar de ser suya ya no le pertenecía.

La historia todo el mundo la conocía, su padre era un empresario que se casó con una artista creciente, tuvieron una hija y la artista murió el empresario se casó después de un tiempo con una mujer que tenia dos hijas por su propia cuenta, su empresa se endeudo y justo cuando se supone que volvería con la solución a sus problemas murió dejando a su hija bajo la custodia de su nueva mujer.

"Nota: cambiar mi contraseña de la puerta automática" Dijo para sí misma.

Trató de no hacer ruido mientras llegaba a la cocina y preparaba el desayuno para sus hermanastras Lucinda y Clorinda, una típica tostada francesa no podría faltar. Por supuesto su madrastra la golpearía si no recibía su café y si Clorinda no recibía la homelet vegetariana todo su pequeño guardarropa corría el riesgo de un nuevo agujero en algún lado. Ellas eran insufribles, pero a pesar de todo Ashley estaba en una buena racha, durante todo el mes parecía haberse librado del yugo de su familia, aunque fuese por un rato.

Trasculcando entre uno de los puestos en el bazar americano se encontró con una casete de música, ya que no tenía nada que perder, lo intercambió por su último par de aretes el cual resultó más que valioso por que el vendedor le regaló una caja de zapatos llena de casetes viejos sin no es que antiquísimos, entre ellos podía ver memorias flash para computadoras de quien sabe que eras pasadas, seguro había algo de su madre entre los archivos.

Ash se puso a trabajar rápidamente, cuando todas las compras estuvieran dentro y toda la despensa en su respectivo sitio, tomó algunos Huevos, un poco de pan y pronto preparó el desayuno de sus hermanastras.

"Ding"

Finalmente cuando el desayuno estuvo listo, Ashley subió a los cuartos de sus hermanastras y les puso su bandeja en la cama, mientras ellas despertaban con bostezos y miradas de enojo. En cuanto fue al cuarto de madame Theresa Méchant procuró mantener la vista baja y no hacer contacto visual.

Pero en su mente estaban fundidas con sangre y dolor la espalda de sus manos, su sonrisa retorcida, su cabello rubio que postraba mechas grises, señales de la edad de la mujer.

Recordaba la primera vez que la vio, una mujer imponente, solida y confiada, con una sonrisa cálida, cara alegre y un rojo ilustre pintando sus labios, mejillas sonrojadas y un cabello dorado, pero esa mujer era solo una mascara que ella no era digna de ver, ya no más.

—Buenos días madame

Dijo ella insegura... seguro madame lo notaría.

—Buenos días Cenicienta.

Dijo su sobrenombre... seguro lo había notado.

—He traído su desayuno.

La mujer le dio la señal para proceder y entregarle su bandeja, dentro de esta llevaba fruta bañada en yogurt, un par de manes tostados aún calientes bañados en miel de mable y mantequilla.

Subió su vista un segundo alcanzando a ver su pelo corto, lacio a la altura de su cuello, su piel bronceada, su cuerpo frágil, pero aún severo y seguro.

Cenicienta bajó el rostro.

—Las ventanas del salón necesitan limpieza.

—Me encargaré yo madame.

—Lucinda tiene clases de equitación hoy.

—Limpiare el caballo.

—Clorinda irá a clases de baile.

—Lavaré los zapatos.

—Y no olvides que hoy le toca baño a Stalin.

—Bañare al gato.

—Puedes retirarte.

—Si madame.

Salió del cuarto... ilesa, sólo fueron encargos, sólo fueron sus tareas del día, sin bofetadas y pellizcos, sólo ella y madame tuvieron una conversación, había sido un buen día, pero tristemente no había acabado.

Ashley tomó un paquete de moras, las lavo, se llevó la caja de zapatos entre los brazos y entró a su habitación en la torre del ático.

—! Wow!

Dijo ella mientras se aventaba sobre su cama, con una sonrisa, por una mañana no había vuelto con un sabor amargo en su boca.

—Ay al fin una mañana para mí —Dijo ella mientras se llevaba la primera mora a la boca sonriendo.

Buscó su caja especial, en donde guardaba el reproductor de cintas que su madre le había dado: una caja naranja con muchos botones además de un largo cable con audífonos, puso una cinta roja con dorado muy peculiar, se puso los audífonos y empezó a escuchar la primera canción.

Su mente divagó por el cuarto, mientras la letra entraba y salía por sus oídos, se puso a pensar en cómo había terminado en esa situación, como su padre después de la muerte de su madre se había casado con esa mujer, como al morir su padre fue lentamente transformada en una sirvienta. Incluso la deformación de su nombre la había trastornado en una desesperanzada criatura cubierta en cenizas y polvo.

Recordaba que su padre una vez pintó estrellas fosforescentes en su cama, y ella después de muchos años pintó las suyas en una descuidada cama en el ático, recordaba a su madre tocando una canción para ella con una guitarra que vendió en un intento por conseguir el dinero para salvar la compañía de su padre,

Ella había perdido todo, menos la música en su corazón y el deseo de ser libre de su vida.

Historias Oscuras y Viejas  volumen 2 ©️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora