Baby

•3•

Nunca fue bueno para recibir noticias importantes, mucho menos darlas, así que había todo un dilema en su cabeza de cómo les contaría a Merida e Hiccup que iban a ser papás.

Era algo simple, pero que abarcaba algo muy grande, es decir, es fácil decirles, con sólo ir y escupirlo así sin más, pero su significado era mucho más grande. Van a ser padres, van a tener un hijo. No es como si fuese cualquier cosa.

—¿Qué querías decirnos?

La mirada curiosa de Hiccup y el ceño levemente fruncido de Mérida le hacían ponerse más nervioso de lo que estaba, movía sus manos ansioso y estaba comenzando a temblar ligeramente.

—D-Debo decirles algo.

Jamás en sus vidas imaginaron ver a un Jack así de vulnerable, pero era de esperarse si se traba de Punzie. Fue la debilidad del mayor del grupo desde que tenían memoria.

—¿Es grave?¿Le pasó algo a Rapunzel?

Descartaron la idea de algo malo para la muchacha por el comportamiento del albino. Si la rubia estuviese en problemas, él no se detendría a contárselos y habría solucionado el problema él solo.

—Es sólo que...

Era un guardián, tenía el coraje de decirlo, pero ahí estaba; temblando ante sus mejores amigos.
Al diablo con todo.

—Voy a ser papá.

No estaba seguro de que los rostros que tenía frente a él fueran de sorpresa, emoción, confusión, ¿enojo?
Lo último que recuerda de esa ocasión es que la pelirroja se levantó aventando humo de las orejas y un golpe seco que le nubló la vista.

—Tremendo idiota de amigo que tenemos.

Y, al notar que no se movía, supusieron que el niñito Frost quedaría sin padre antes de nacer.

—Tremenda la golpiza que le has dado. Creo que está muerto.

Suspiró con pesadez, no sentía que era una exageración, porque le advirtió más de una vez que no se metiera con la inocencia de la más tierna del grupo. Era un ángel que se había metido con el mismísimo diablo en persona.

—Calma todo el mundo.

La voz gruesa de Norte se escuchó en todo el lugar, atrayendo la atención de todos los presentes, menos Jack.

—Me he quedado sin novio.

Comentó la ojiverde, llegando con flojera hasta él para patearle la espalda. El holgazán se quejó para después levantarse lentamente.

—Tu exageración no tiene límites.

Sobó su nuca con él aún en el piso, mirando a su alrededor, escondiéndose de cierta persona.

—Deberías probar un golpe de esa no-tan-femenina chica.

Y otro golpe retumbó en la sala.