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Años más tarde.

Unos pequeños pasos rápidos se escuchaban por el pasillo, interrumpiendo el silencio de esa tarde. Rapunzel levantó la mirada de su libro y miró la puerta de manera atenta, esperando repetir la misma imagen de casi todos los días.

Lentamente, una cabecita se asomó, dejando a la vista su cabellera rubia platina y sus ojos azules. La menor rió al tener la atención de su madre y susurró algo casi inaudible. Seguido de eso, más ruido se hizo presente al comenzar a cantar el "feliz cumpleaños".

Su hija entró completamente a la habitación, seguida de su padre, cargando cuidadosamente un pastel. Ambos se detuvieron y voltearon hacia atrás, esperando a una tercer persona.
Una cabellera castaña  apareció de repente, agitando sus brazos divertida y con una gran sonrisa.

—¡Feliz cumpleaños, mami!

—Gracias, Annita.

Rapunzel se incorporó hasta quedar sentada y recibir el delicioso pastel de chocolate en sus manos. De ese modo, sus dos hijas se acomodaron una de cada lado y Jack quedó sentado en la orilla de la cama.

—Pide un deseo, Mami.

Pidió Elsa, mirándola con brillo en los ojos. La magia era un tema que les gustaba tocar muy seguido, sus hija eran fanáticas de los cuentos de hadas y los superhéroes que salvan el día.

—Deseo...estar siempre con ustedes.

Acto seguido, apagó las velitas, consiguiendo aplausos de los presentes.
El postre era de chocolate, la debilidad de sus hijas y la de ella, por lo que no tardaron nada en terminarlo.

—Son tan amables de hacer esto. Sólo espero que mi cocina haya quedado intacta.

Y, ante tal petición, padre e hijas se miraron aterrados. No les gustaría que Mami se enojase, por lo que corrieron como alma que lleva el diablo a limpiar.

—Así me gusta.

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