¡¡¡Viva la France!!!

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¡¡¡Viva la France!!!

— Percy, recuérdame por que vamos a Francia

— porque vamos a por un grupo de mestizos que necesitan de nuestra ayuda

—vale, ¿Por qué viene Jasón?

—Sus chispitas podrían ser de ayuda

—¿Y por qué viene Piper?

—No quería dejar solo a Jasón, además de que quería visitar Francia

—¿Y por qué Hazel viene?

— Para hacerle compañía a Piper

—¿Y por qué viene Frank?

— Para estar con Hazel

—¿Por qué viene Calipso?

— Porque llevaba milenios encerrada en una isla

— ¿Por qué viene Leo?

— Él no quería venir, pero Cali lo saco a rastras del taller.

— ¿Y por qué viene Reyna?

— Porque somos los únicos amigos que tiene -ella me patea el asiento del auto y los demás ríen.

—De acuerdo –dice Annabeth en el asiento del copiloto con Argus conduciendo la camioneta

Las siguientes doce horas en el avion se convierten en un infierno, Leo no para de hacer bromas al frente de nuestros asientes, en medio de Calipso y Hazel que no paran de reírse, Frank está en las filas de en medio justo a lado de Hazel, Piper está en medio de Frank y Jasón que inmediatamente se durmió apenas empezó el despegue.

Yo estoy en medio de Annabeth, quien pidió la ventana; y de Reyna, que está leyendo un folleto sobre Francia.

En la noche, a 8 horas restantes para llegar a Francia todos dormimos, incluso Jasón que no ha dejado de roncar sonoramente. Daria gracias a los dioses por este momento, ya que Leo y su infinito catálogo de chistes han cesado, pero las chicas han dormido en mis hombros. Annabeth no me molesta en absoluto, pero me siento un poco incómodo con Reyna que da pequeños ronquidos.

Cuando no aguanto más el sueño, me inclino sobre los perfectos rizos de Annabeth. Que duerme plácidamente con su cabeza sobre mi hombro, no ronca en ningún momento y eso me hace pensar por un segundo, que al menos por parte de ella cuando nos casemos, no tendremos problemas para dormir, nunca he oido quejas de alguien de que ronco.

—No se te ocurra babear mi cabello, sesos de alga –susurra Annabeth con los ojos cerrados, yo sonrió

—Eso jamás se me ocurriría, mi listilla.

Y ambos dormimos (dejando a Reyna a un lado) surcando sobre el océano que no hace más de un año surcamos para salvar al mundo del apocalipsis.

En el momento que aterrizamos la principal prioridad de Annabeth es buscar a los mestizos inexistentes que Quirón y yo inventamos, a las pocas horas somos atacados por un pequeño grupo de monstruos, nada difícil, otra hora más paseando por las calles de Francia, hasta dar con un par de niños callejeros, que hasta este punto son los únicos que podemos usar como cebo para hacerle creer que son los mestizos.

Parecen ser gemelos, un niño y una niña, ambos con ropa dos veces más grande que su talla, los pies descalzos llenos de tierra y polvo, están ocultos en un callejón, hasta el fondo acurrucados entre un contenedor de basura y una pared.

Cuando ven que nos acercamos a ellos, inmediatamente tratan de retroceder, pero la pared se lo impide, la niña trata de levantarse y a su hermano, pero ambos caen de inmediato. Seguramente apenas tienen fuerzas para respirar.

La Gran Fiesta del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora