Ventuno

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La Galería Uffizi ofrecía tantas obras de arte que era imposible verlas en un día. Gio paseó entre las obras de Botticelli observando cada detalle.  El nacimiento de Venus esperaba al final de la sala. Tras salir del museo y recrearse en su fachada, decidió ir a la cafetería a la que iba siempre. Sus amigas de la universidad no habían podido quedar debido a los exámenes, pero ella necesitaba respirar después de todo. Se sentó en la mesa en la que comenzó todo, donde comenzó a dibujar a Federico. La cristalera del local no permitía divisar gran parte de la fotografía de los jugadores a causa de la lluvia. Aún estando borroso, podía ver a Federico en el póster. Lo había visto tantas veces que no necesitaba que la imagen estuviese nítida. Sonrió con amargura. ¿Qué sería de él?. ¿Habría empezado una nueva relación? Los mensajes que recibía suyos tan solo decían que necesitaba hablar. Los rumores de que había vuelto con su ex habían comenzado a circular por todos los foros de fans y Gio temía que fuera verdad. No pedía ser la mujer de Federico, la que iba a estar con él para siempre, la que iba a darle hijos e iba a ir a comer en Navidad con su familia; pero no quería que lo fuera esa mujer. No le parecía correcto. Se imaginaba a Verónica engañando a un joven e inexperto Federico, que había caído ante sus encantos de mujer madura y sus tatuajes. Nueve años eran muchos años. Esperaba que al menos se hubiese ido con una de su edad. 

Por si no fuese suficiente tener que recordar lo que tuvo con el rubio, Federico apareció por la puerta de la cafetería mojado hasta los huesos. Colocó su pelo hacia atrás y caminó hasta la barra para pedir algo. Su búsqueda de Gio le había llevado allí, ya que una intensa lluvia le había pillado antes de llegar a su destino real. No la había visto. Gio se colocó el gorro de lana que le había regalado su prima y se tapó con una de las cartas del local, rezando por que no la viese. Un niño se percató de la presencia de su ídolo y salió corriendo hacia él, tirando la taza vacía de Gio al suelo y rompiéndola en mil pedazos. Gio se tapó con la mano que le quedaba libre a modo de desesperación. Todo tenía que salir mal. El rubio sonrió al ver al niño, no sabía si la había visto o solo era felicidad por ser reconocido. Aprovechó el momento en el que se agachaba para firmar la camiseta del pequeño para observar al rubio. Sus miradas contactaron un milisegundo y Gio supo que tenía que salir. Rápidamente, se levantó y corrió hacia el baño mientras la madre del pequeño hacía una foto con el móvil. 

-No pasa nada. Aquí no va a entrar- habló con su imagen en el espejo. Se quería autoconvencer de que Federico no iba a estar fuera cuando saliera. Respiró hondo. No tenía intención de salir en los siguientes 10 minutos, pero la urgencia de una clienta por usar el baño iba a cambiarlo todo. No había tenido tiempo para ir al baño, tenía que ser justo cuando ella estaba en una encrucijada. Miró la pequeña ventana, por ahí no entraba ni el dedo gordo de su pie. Volvió a respirar, era el momento de salir. Federico esperaba sentado en la mesa en la que había estado Gio. La había visto, no era su subconsciente, era real. La prueba que lo demostró eran sus dibujos. Los había dejado en la mesa. Había estado en la Uffizi esa tarde. Sobre la mesa aparecía la recreación de una de sus fachadas y el inicio de lo que parecía El nacimiento de Venus. 

-¿Me devuelves eso?- la voz de Gio sonó enfadada a su espalda.

-Sí, claro, pero ¿podemos hablar?- Federico giró el cuello para ver su cara.

-Dámelo. No tengo nada que hablar contigo, te fuiste- ¿qué estaba haciendo? Era Federico, lo que ella quería; pero no se iba a rebajar y menos si le iba a decir que estaba con otra.

-Siéntate, por favor- el rubio señaló la silla de frente a él. Ella negó con la cabeza.

-Mira, da igual. Ya lo volveré a hacer. Ahora que estoy sola, tengo tiempo- de un tirón cogió su abrigo de la silla y se lo colocó tranquilamente.

-Gio, te dije que esto no era un adiós. Me siento fatal.

-Ay, que te sientes fatal- Gio respiró tratando de encontrar la tranquilidad necesaria para hablar. Misión imposible.- Si me vas a decir que has estado con otra, guárdatelo. Te sientes mal y quieres contármelo para que me sienta mal yo también, pensando en qué has hecho, en si me mentiste cuando me dijiste que me querías, en si en realidad valía la pena gastar un mísero folio en dibujarte...No, Bernardeschi, las cosas no funcionan así. Espero que te salga muy bien con ella, porque conmigo no debería haber pasado del primer polvo mañanero.

Se colocó el pelo tras la oreja y respiró. Las lágrimas querían volver a salir. No. Apretó los labios. Federico la miraba fijamente con los ojos acuosos. No llores porque me vengo abajo. Gio se cuestionó si se había pasado. Era la verdad, si él se liberaba de su carga, ella la tendría encima mientras él se iba libre. 

-Gio, yo...ti amo- el rubio pasó las manos por sus ojos, asegurándose de que no se escapaba ninguna lágrima.

Gio giró bruscamente y se fue. Había dejado sus dibujos allí. Miró al frente y trató de analizar la situación. La lluvia parecía haber aumentado su velocidad, no podía seguirla. En contra de su mente, salió disparado tras ella. Probablemente hubiese dejado el coche en un parking cercano. La lluvia calaba todas las partes de su cuerpo, pero no le importaba. Esperaba no llamar la atención de los papparazzi. Federico Bernardeschi corriendo por las calles de Florencia bajo la lluvia.



Arte /Federico Bernardeschi/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora