Decisiones

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Katsuki no podía ver nada, tenía una gruesa bolsa de tela negra cubriendo su rostro y debía respirar con fuerza si quería llevar aire a sus pulmones; el sudor le acariciaba la frente, descendía por sus sienes, hasta el cuello; se sentía sofocado, ...

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Katsuki no podía ver nada, tenía una gruesa bolsa de tela negra cubriendo su rostro y debía respirar con fuerza si quería llevar aire a sus pulmones; el sudor le acariciaba la frente, descendía por sus sienes, hasta el cuello; se sentía sofocado, asqueado y perdido.

No sabía con exactitud qué estaba pasando, solo alcanzó a oír un grupo de voces gritándole que se moviera, llevándolo a rastras por los fríos pasillos, mismos que para el rubio, ya habían sido recorridos; entonces se detuvieron, supuso que llegaron a algún vehículo, porque fue empujado brutalmente dentro de un espacio fresco y mullido.

La sensación de perder uno de sus sentidos momentáneamente hizo que su cabeza diera vueltas y el errático camino que tomó el auto, como si estuviese desplazándose por un área no pavimentada, solo empeoró la situación; el ojirubí agradeció tener cinta adhesiva cubriendo sus labios porque se sentía mareado. Intentaba concentrarse en los números, contar hasta donde pudiera 1, 2, 3...60, 120... sabía que a los yakuzas no les importaba su malestar y probablemente si ocurría algún accidente le dejarían puesta la bolsa llena de vomito.

Aún no tenía certeza de a qué había accedido cuando acepto la propuesta de Todoroki Enji, pero podía hacerse una idea de para qué lo quería el pelirrojo.

El simple hecho de recordar esos intensos ojos azules mirándolo como a un animal en exhibición, le hacían sudar frío y que los vellos de su nuca se erizaran. Ningún yakuza volvió a dirigirle la palabra después de esa visita y tampoco le trataban con tanta brusquedad como antes; no le golpeaban hasta desfallecer para conseguir información del paradero de Kirishima, aparentemente, ahora tenían otros motivos para retenerlo.

El auto frenó de forma abrupta en medio del camino y Bakugou tuvo cierta sensación de deja vu cuando le sujetaron por ambos brazos tras la espalda y lo bajaron del vehículo a rastras. Sabía con exactitud que había dos hombres junto a él sujetándolo, guiándolo, y otro apuntándole con su pistola en la cabeza por si hacia un movimiento brusco o sospechoso. Bakugou apretó la mandíbula con fuerza y se tensó instintivamente.

— No intentes nada, pedazo de mierda, o te mato. —dijo un hombre de voz rasposa y con acento de Osaka muy marcado mientras daba suaves golpes con el metal frío del arma en la cabeza del cenizo.

Katsuki se encontraba débil, había comido una vez por día desde que lo secuestraron, sentía el dolor agudo de cada uno de los golpes que le habían propinado mientras estaba encerrado, pagando por una deuda que no era suya. Huir parecía un plan suicida; tenía las manos amarradas tras la espalda, una cinta adhesiva en sus labios junto a una bolsa negra en el rostro; estaba inmovilizado, sumándole la pistola apuntándole a su cabeza y los dos grandes Yakuzas que no le permitirían dar ni siquiera cinco pasos lejos de ellos. El cenizo movió su cabeza en negación y rechinó los dientes "Maldita sea".

Sintió como su corazón latía frenético contra su caja torácica y un fuerte sentimiento de nerviosismo en anticipación le recorría entero. Las manos le empezaron a sudar frío y fue consciente de la brisa a su alrededor, del ligero calor que desprendían los cuerpos a sus costados y del apestoso perfume de aquel que se encontraba apuntándole; se hallaban contra viento y a medida que avanzaban las corrientes de aire le llevaban remesas de aquel aroma, no percibía a nadie más. Eran tres grandes y armados hombres contra el demacrado ojirubí, era la oportunidad de una en un millón.

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