¿Cuánto daño puedes recibir al tratar con la Yakuza?
(Todobaku)
Portada realizada por la EditoriaBNHA
Este escrito contiene vocabulario vulgar, escenas de violencia, violaciones, torturas, temas adultos y otras situaciones explicitas.
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Llevaba un par de horas despierto, mirando a la nada, recostado de lado sobre el acolchado futón, notando como el calor comenzaba a tomar fuerza en la habitación. Se sentía apesadumbrado, cansado, a pesar de haber dormido. Suponía que era poco menos de mediodía, su reloj interno casi siempre le despertaba temprano.
Ese cuarto le resultaba incómodo, el olor extraño y la decoración ostentosa. Bakugou quería destrozar el delicado equilibrio que le mantenía cautivo, pero no lo haría porque no quería tropezarse más de dos veces con la misma piedra. El cenizo posaba sus dedos rítmicamente en el tatami, no escuchando el sonido casi ahogado que producían contra el tejido de paja. Con los rubíes atentos al horizonte y los oídos sordos, en su mente Katsuki recreaba su hogar; el estilo moderno, las grandes ventanas y el sol colándose entre las cortinas. Tenía una repisa de madera en la que de pequeño ponía sus juguetes de All Might y que con el tiempo fue reemplazando por libros; recordaba a su vieja obligándolo a limpiar los desastres que usualmente hacía, y las expediciones que realizaba con sus amigos en las áreas rurales. El sol siempre besaba su piel, dejándola coloreada en las zonas que la camisa no alcanzaba a cubrir.
El suave sonido dela puerta corrediza deslizándose hizo que el rubio saliera de sus cavilaciones, agudizando el oído y entornando la mirada; elevó la cabeza mostrando el ceño fruncido y los dientes, viendo como un hombre de cabellos platinados ingresaba, haciendo una reverencia exagerada que solo logró despertar la furia en Katsuki. Después de tantos castigos y humillaciones que recibió… ese inútil se atrevía a hacerle una reverencia ¿De quién creía que se estaba burlando?
—¡Buenos días, Bakugou-san! ¡Es un pla— el hombre no escuchó los pisotones secos, mucho menos se percató de la cercanía del rubio; para cuando este le golpeó en la ingle ya era demasiado tarde. Llevo sus manos a la entrepierna, contuvo un grito agudo y dejó que sus rodillas tocasen el piso—…cer…
Viéndole en el suelo Bakugou sintió de súbito un serpenteante escalofrío subir por su espalda, sus hombros se tensaron, y el ojirubí, que miraba desde arriba la espalda del otro contoneándose con dolor, sintió algo más que asco y rabia, sintió el miedo colándose en cada poro de su piel como un hedor asfixiante. Los quejidos del otro todavía se escuchaban cuando el ojirubí empezó a retroceder, tomando la pequeña lámpara con forma de cubo del piso con su mano derecha y alzándola. No quería recibir un castigo, su cuerpo se anticipaba a los golpes, encogiéndose. Miró a ambos lados, pendiente de que nadie apareciera de algún rincón oculto para darle una reprimenda por su comportamiento.
El recuerdo de su mirada, azul, penetrante; la sensación de los dedos fríos sobre su piel desnuda; la sonrisa retorcida, cinica y perversa; pesadillas que, incluso despierto, le seguían atormentando.
Katsuki esperaba, no sabía qué exactamente, quizá una bala traspasándole alguna parte del cuerpo, un cuchillo que le cortara en pedazos, o una cuerda con la cual pudiesen asfixiarlo. La sensación de ahogo se sentía casi palpable para el rubio, cuya mente traicionera le jugaba malas pasadas; él podía escuchar pasos acercándose y lo sabía, era Dabi, en el suelo de madera podía vislumbrar su oscura sombra, solo era cuestión de segundos, podía oler el pesticida, sentir el metal frío de una pistola apretándose indiferente contra su sien y la lengua rugosa del pelinegro humedeciéndole el cuello.