Kirishima

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La noche del incidente de kirishima

Cuando Kirishima escuchó a Katsuki decir que se iba de casa, mejor dicho, que lo habían echado, solo pudo fruncir el ceño con extrañeza. ¿Quién querría alejarse de él? Bakugou era un genio, un poco déspota y muy malhumorado pero, era alguien inteligente y confiable. A diferencia de Eijirou, el cenizo era más inocente que un recién nacido y su historial delictivo estaba más limpio que el agua potable.

Él podía dormir con la conciencia limpia, a diferencia de Eijirou...

El pelirrojo recuerda los ojos carmesíes, chispeantes y hundidos, mirarle con determinación, a esa fiera y avasalladora sonrisa; a él mismo dirigirse hacia al futuro y a su siguiente reto... Para ese entonces, Kirishima había comprendido que lo seguiría hasta el fin del mundo y que por él, haría cualquier cosa.

Intentó ignorar su pasado, quiso pretender ser alguien más, pero sin darse cuenta, sus tramposas manos manchadas con sangre comenzaron a ensuciar al rubio. Decidió mudarse con él al barrio de Adachi, principalmente porque quería asegurarse que nada malo le pasara a Katsuki en su nueva residencia, sabía que el cenizo no había estado antes en un lugar tan podrido y traicionero como ese. Claro, Eijirou también tenía sus propias intenciones ocultas; había traicionado al Oyabun del grupo Yakuza con él que se crio después de la muerte de su padre y desde entonces se había estado escondiendo.

Retuvo información, robó y revendió droga, estafó, mató a quien no debía y terminó por cavar su propia tumba. Su Oyabun le dijo una vez que era alguien inteligente pero no lo suficiente, " Cuando el peligro parece ligero, deja de ser ligero" le advirtió, citando a quién sabe quién y creando dudas en la mente del pelirrojo que nunca entendió...

Ahora, en medio de un callejón que desembocaba en una calle mucho más transitada, Eijirou sentía la adrenalina de ser perseguido. Lo había jodido todo, era un maldito estúpido. Las paredes oscuras del callejón eran estrechas pero Red Riot no había tenido problema en surcar entre ellas a gran velocidad; por poco y no se estrelló contra el edificio de ladrillos cuando se adentró al derruido pasillo.

Los disparos retumbaban como truenos en los oídos de Kirishima que zigzagueo hasta salir del callejón; no creía que ninguna bala le hubiese dado, sin embargo no estaba del todo seguro, la adrenalina corría por su cuerpo y él no estaba consciente del dolor. Dobló a la derecha y se perdió de la vista de los Yakuzas, casi escuchando un "¡Maldición!" tras su espalda.

Las cálidas luces de los locales y de los autos transitando recibieron al pelirrojo. Estaba tan jodido. Kirishima jadeaba, sudaba frio y su pierna derecha temblaba sin ser percibida. Lo habían descubierto, sabían cual era su medio de transporte, tenían su placa y si dejaba correr el tiempo lo iban a encontrar; debía dejar la motocicleta pero a pie no recorrería muchas distancias antes de que lo atraparan.

¿Que haría? Eijirou mentiría si dijera que no le dolía en el alma dejar la Red Riot varada, sobre todo porque le había costado obtenerla; habían sido meses de arduo trabajo y de lamer botas para poder manejarla, incluso recuerda cuando se la enseñó a Katsuki y este solo levantó una ceja desinteresado, diciéndole que no le importaba y que lo dejara en paz; la Red Riot formaba parte de esa época en la que se esforzaba por impresionar al rubio, cargaba cierto valor sentimental...

A la mierda. El pelirrojo frenó de golpe frente a un local de comida que desprendía un olor picante, los comensales sentados en los altos taburetes voltearon las cabezas para mirarle extrañados; Kirishima se bajó de la motocicleta y sintió como sus piernas se estremecían al dejar el rojo metal caer hasta el piso, causando un molesto ruido que llamó más la atención. Eijirou miraba la motocicleta como si hubiese perdido un familiar. Quién sabe si tal vez algún idiota decidía tomar la Red Riot después de que kirishima simplemente la abandonara en el piso junto con el casco, porque, después de todo, llamaría más la atención caminando por las calles con un casco puesto. Se detuvo un instante y miró al cielo nocturno, pensando.

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