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Justo cuando el sol comenzó a descender y el viento se hizo cada vez más escaso, bajé a llevarle la cena a Tyler.

Este se encontraba mirando hacia el techo, con la espalda recargada en el sólido muro de madera —No hagas ruido— me ordenó, aún cuando este ni siquiera me había mirado. Lograba escuchar unos pequeños susurros provenientes, posiblemente, de las cocinas. Antes de poder averiguar quién era y qué decía, terminó la conversación.

Tyler me miró y sonrió —¿Cuantos días llevan en mar?— preguntó —Siete— contesté, abriendo la reja por donde le daba la comida a Tyler. Este sonrió al ver el estofado y el pan.

—¿Qué era lo que decía?— le pregunté, señalando al techo —Decía no, capitán. Decían.— este le dio un sorbo a su estofado, sin importarle la presencia de los cubiertos.

—Estaba cortejándolo, supongo que no tardará mucho en que todo el barco comience a llenarse de gemidos por la noche, y yo tendré que escuchar todo— Tyler hizo un mueca de asco —Me parece extraño, generalmente comienzan con eso cuando ya llevamos poco más de un mes, no una semana—

—Quizá el viaje planeado sea muy corto o el chico esté muy bueno, nunca sabes— Tyler se encogió de hombros —Por cierto ¿Cuál es nuestro rumbo?— preguntó clavando su mirada en mi como si con tan solo hacer eso pudiera saber hasta mis más íntimos secretos. Y yo lo creía muy probable.

—Tu hermano me habló hoy en la cubierta— le cambié de tema, mi prisionero soltó un gruñido que no supe si era por no haber contestado su pregunta o por mencionar a su hermano.

—Zack es un imbécil— musitó —Es como un niño pequeño ¿Sabes? Es difícil controlarlo— algo había en Tyler que cuando mencionaba a su hermano, parecía dejar de calcular cada detalle y solo dar rienda suelta a su boca. Ese era un punto a mi favor.

—Parece muy mayor, déjalo tomar sus decisiones— le aconsejé —Igual no creo que pudieras hacer mucho desde tu cómoda celda ¿No crees?—

—Te sorprendería la cantidad de cosas que puedo hacer en esta celda— Tyler sonrió tétricamente, haciendo que un escalofrío me recorriera la espina dorsal.

Los calabozos constaban únicamente en enormes cajas de hierro separadas entre ellas, con un poco de paja para que el hedor despedido de las necesidades de los prisioneros no fueran tan pestilentes. Creo que fue la primera vez que me di cuenta de que los calabozos no olían a excremento, de hecho, olían a madera.

Tyler llevaba tres días en esa jaula, lo había alimentado personalmente, no había forma de que pudiera soportar tanto tiempo sin digerir nada. Me puse de pie de brinco y comencé a revisar los barrotes de la jaula de Tyler, pero todos lucían perfectamente normal. Revisé el estado del candado y este también estaba bien.

—¿Y bien? ¿Qué fue eso?— preguntó Tyler una vez que dejé de revisar todo —¿Cómo es que...?— Tyler enarcó una ceja, y aproveché su pequeño momento de distracción para tomarlo de la camisa y acercarlo a mi, haciendo que chocara contra los barrotes.

—Escúchame bien, pirata. Si se te ocurre, en cualquier momento, intentar escapar, desearás estar muerto ¿Entendiste?— Tyler sonrió —¿Por qué querría escapar? Estoy justo donde quiero estar—

—¡No juegues conmigo!— grité —Y no lo hago, capitán. Usted tiene al enemigo evidente justo frente a su nariz, no soy yo quien está cometiendo los errores, pero tampoco seré yo quien le diga la respuesta a su problema— las palabras que Tyler lanzaba eran como un veneno premeditado, como si fuera una serpiente intentando enredarse en mi hasta asfixiarme.

Tenía que comenzar a actuar con más cuidado, y descubrir porque es que Tyler parecía tan a gusto en mi barco.

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