Captive

11

Algo no parecía tener sentido en la historia que me había contado Zack.

¿Por qué Tyler enviaría a su hermano al otro lado del mundo?

Pensaba eso mientras me dedicaba a mirar los mapas que había colocado en una pequeña mesa de madera, justo enfrente del timón para poder vigilar que tomáramos el curso correcto.

Habían pasado dos semanas desde nuestra salida de Inglaterra, y lo único que había a nuestro alrededor era agua, que era adornada de vez en cuando por algunos delfines que salían y saltaban a toda velocidad, pero se alejaban tan rápido como aparecían.

Sabía que los hombres estaban cada vez más nerviosos, conforme nos abríamos paso hacia el oeste la tensión incrementaba. A pesar de que habían marinos que podrían haber dado su pierna derecha por asegurar que no había un precipicio en la tierra, el terror seguía ahí, y todos teníamos que batallar con ello.

—¡Barco a la vista!— gritó el vigía, que se encontraba en la cola del barco. Me puse de pie tan rápido que la mesa se tambaleó un poco al chocar contra mis piernas. Corrí hacia la borda y arrojé a un lado a Dallon, que ya estaba intentando encontrar al barco. Tomé el catalejo y continué con la busqueda, pero un hombre fue más rápido que yo —¡Españoles!— gritó el hombre. Un segundo después, logré ver la bandera izada en el mástil superior, que delataba que mi hombre tenía muy buena vista.

—¡Sus órdenes, capitán!— pidió el maestre Swan. Bajé el catalejo. Y miré al hombre, confundido como un niño pequeño. Él era el marino de mayor edad en el navío, supongo que ya sabía que era lo que se aproximaba:

—¡A los puestos de batalla!— ordené. Los españoles tenían fama de ser ambiciosos, habían atacado unas naves portuguesas durante sus primeras expediciones, todo con el pretexto de que se habían acercado demasiado a ellos, aunque era más que evidente que había sido por la codicia de ser los primeros en llegar a una nueva parte del codiciado nuevo mundo.

Los hombres comenzaron a correr en todas direcciones, con un adiestramiento perfecto. Ataron cabos, cargaron cañones, tomaron pistolas y esperaron a mis órdenes transmitidas por Stuart, que esta vez sí estaba de acuerdo conmigo en que atacar era la mejor idea. Pero parecía que en el barco español, la idea no era la misma.

Con ayuda del catalejo vi como los hombres españoles corrían, pero en lugar de un ataque, estos tomaron más velocidad.

—Están huyendo— me dijo Dallon al notar que el barco iba saliendo de nuestro alcance. El murmullo de los hombres repitiendo las mismas palabras que Dallon corrió como pólvora, todos parecíamos perplejos.

—No, no están huyendo— corregí a mi amigo, dándome media vuelta para mirar a todos los hombres que esperaban por una batalla que no llegaría —Quieren llegar primero que nosotros, sería una pérdida de tiempo matarnos, si llegan primero habremos perdido territorio— los hombres parecían estar procesando las palabras. El primero en entenderlo fue el maestre Swan.

—¡No podemos permitirlo! ¡Los reyes cuentan con nosotros! ¡Nuestro honor corre peligro!— al escuchar las palabras del maestre Swan, la expresión de los hombres cambió a una furia intensa: Todo cuanto teníamos para resguardar era nuestro honor, y perderlo significaría dejar de ser hombres.

—¡Todos! ¡Icen las velas! ¡Quiero que pongan a los remeros a trabajar como negros! ¡Ningún español llegará primero que nosotros!— grité, guardando mi espada y tomando el control del timón. Los hombres guardaron las armas y los cañones, mientras que otros abrían las velas a su máxima capacidad.

De inmediato un golpe de aire nos impulsó hacia adelante, haciendo que algunos hombres tropezaran entre ellos, pero se recuperaron al notar que el barco había comenzado a avanzar como nunca lo habíamos hecho desde que habíamos zarpado.

Comencé a desviarnos lentamente hacia el norte, cosa que nadie pareció notar a excepción de Dallon que tuvo la cautela de acercarse a mi y susurrarme: —¿Por qué estamos cambiando el rumbo?— lo miré un segundo. El aire estaba chocando contra nuestros rostros, y su sombrero movía de un lado a otro su cabello castaño.

—Si los españoles iban en esa dirección, significa que seguramente ya conquistaron esa parte de territorio. Estamos en una corriente caliente, hemos descendido hacia el sur— Dallon asintió y miró las gotas de agua que salpicaban desde el océano —Nos estás llevando hacia el norte— me dijo. Asentí.

—¿Y es seguro?— cuestionó, sin evitar mostrar el terror que lo invadía.

—Los mapas que me dieron muestran un territorio grande y trazado por los nativos, pero termina abruptamente en este punto— con ayuda de mi dedo le señalé a Dallon los trazos del mapa. Este lo analizó de un lado a otro y asintió —¿Crees que los nativos mintieron?— preguntó, mostrándome el mapa.

—Creo que están ocultando la ubicación del oro, y esos tontos españoles están yendo atraídos hacia un montón de baratijas. Creo que todo el oro está hacia donde nos dirigimos.

—Eso es codicioso, Josh— me advirtió Dallon.

—Y peligroso— agregué yo, sonriendo. —¿Sabes? Estos últimos días me he sentido inspirado por el peligro, y la gloria que habrá después de este. Correremos riesgos, no solo en el océano, si no que si me estoy equivocando puede que estemos gastando provisiones estúpidamente, pero si lo que pienso es correcto y si no encontramos monstruos marinos en nuestro camino, regresaremos a Inglaterra convertidos en héroes—

Creí que Dallon se horrorizaría ante mis palabras, pero este en cambio sonrió y me dio un pequeño golpe en el hombro —Te seguiré hasta el fin del mundo, pedazo de imbécil, pero si me mata alguna bestia marina, yo mismo me encargaré de tu sentencia en el purgatorio— me dijo, haciéndome sonreír.

Quizá por eso era por lo que Dallon había sido mi mejor amigo durante tanto tiempo: no importaba la locura que se me ocurriera, él estaría a mi lado incondicionalmente.

—Por cierto ¿Qué te devolvió tu espíritu aventurero?— preguntó este. Me encogí de hombros. —No tengo idea—

N/a : no dudes en escribirme si necesitas ayuda para escribir una fic o simplemente estás aburridx.