Capítulo 27

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   El camino hacia el centro fue silencioso, pero agradable. Elliot venía muy concentrado tanto en el camino como en ver el GPS y no perderse. Fue mejor quedarme callada para evitar posibles distracciones.

   Y llegamos, o eso creo. Adelante se veían luces y tiendas coloridas. Tuvimos que dejar el auto en una de las calles secundarias de la ciudad, ya que las calles primarias eran intransitables. Había artistas, malabaristas, acróbatas, todo tipo de espectáculos callejeros.

   Bajamos del auto. Comenzamos a caminar entre la multitud, de fondo sonaban alegres canciones.

   Nos movemos lentamente por la calle, dado que la gran cantidad de gente no permitía exceder la velocidad.

   — Vaya, Argentina es bellísima de noche. No tendría problemas en quedarme a vivir aquí —exclama Elliot con una sonrisa y los ojos tan abiertos que parecía que se le caían de su rostro.

   — Tú no me engañas, a ti te gustan las argentinas, no Argentina —sonríe mientras niega con la cabeza—. Vamos, no están tan mal.

   — Para tú suerte, solo tengo ojos para una persona —lo miro sería, pero él solo reía.

   — ¿En qué andas? —Frunzo el ceño.

   — Dicen que la curiosidad mató al gato —alzo los hombros, ¿qué habrá querido decir?—. ¿Dónde prefieres cenar?

   — Hay que salir de la rutina de los restaurantes formales —ruedo los ojos—. Quizás algún puesto de hamburguesas, eso es lo que suele hacer la gente aquí, creo.

   — Muy buena idea —sonríe.

   Seguimos recorriendo las calles hasta encontrar un puesto que vendía hamburguesas. Había unas mesas de madera afuera del lugar. Luego de encargar nuestra orden, nos sentamos y nos predisponemos a comer.

   — Oye, estaba pensando —bebo un sorbo de gaseosa y prosigo—, tú sabes mucho sobre mí, pero yo no sé casi nada de ti.

   — Bien, hagamos esto. Dejaré que me hagas tres preguntas, pero, a cambio, tú deberás responder mis preguntas sin mentir ni enojarte.

   — Trato hecho, sin mentir ni enojarme —estrecho su mano—. ¿Qué te parece si comienzas tú? No se me ocurre nada.

   — Bien, ¿a qué edad diste tu primer beso?

   — No recuerdo, ¿a los doce? —Pregunto, como si él conociera la respuesta.

   — Si tú dices —un silencio se hace presente, él rasca su nuca y me mira—. Vaya, no sé cómo preguntar esto, pero me agarró la duda. ¿Te gustan los vídeo juegos?

   Casi me ahogo con la bebida al oír esa pregunta. Era una pregunta inocente y sencilla de responder. Lamentablemente, mi respuesta no es la que todo hombre quisiera oír.

   — Buen, temo admitir que no. De niña los libros ocupaban un papel fundamental en mi vida, no vivía pendiente de los vídeo juegos.

   — Tengo una tercer pregunta, pero quiero guardarla para cuando sea la ocasión —sonríe, no sé de qué hablaba, pero asiento con la cabeza.

   — Bien, prepárate para sufrir —pongo una sonrisa maliciosa y él suelta una carcajada—, ahora me toca a mí. ¿Eres detallista? —Bien Ginny, tu primera pregunta y la desperdicias así. Eres una genia. Nótese el sarcasmo.

   — Podría decirse que sí, pero no por interés, sino porque me nace serlo —alza los hombros.

   — Nunca pensé que eras ese tipo de hombre —río—. ¿Te definirías frío y calculador o cálido y cariñoso?

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