Capítulo 37

1.4K 113 6
                                    

   La luz del sol que entraba por la ventana interrumpe mi sueño. Me había dormido tapada con una manta de piel muy abrigada.

   Un ronquido a mi lado me despierta. Volteo rápidamente, Elliot dormía a mi lado. Me observo, estaba en ropa interior mientras que él solo tenía la camisa y su ropa interior. ¿Qué pasó anoche?

   Mi cabeza daba vueltas y mis extremidades estaban adormecidas.

   — Elliot —sacudo su hombro—, Elliot despierta.

   — ¿Qué quieres? —Dice aún con los ojos cerrados.

   — Ya despierta —grito.

   — ¿Qué pasó? ¿Por qué gritas? —Se sienta en la cama y frota sus ojos.

   — Lo mismo me pregunto yo, ¿qué pasó anoche?

   — Cálmate, no pasó nada. Creo, sólo sé que me dormí luego de tomar aquella bebida —suspiro. En verdad me sentía aliviada de no haber hecho algo de lo que me podría arrepentir mañana.

   Salgo de la cama con rapidez, tratando de encontrar la ropa que me habían puesto ayer o algo que ponerme, no podía salir en ropa interior afuera.

   Salgo de la habitación y encuentro sobre una silla mi vieja ropa. La cual no dudo en ponerme. En otra silla, estaba la ropa de Elliot, la agarro y se la llevo. Entre más rápido nos cambiemos, más pronto podremos irnos.

   Una vez que ambos estuvimos listos, salimos de aquella gran choza.  Comenzamos a caminar por el largo camino de piedras sin hablar. Yo tenía sueño, había dormido muy mal anoche. Para mi mala suerte, faltaba todavía un largo camino por recorrer.

   — ¿Ocurre algo? —Pregunta Elliot frenando su paso y volteando a verme.

   — Me duelen los pies —arrugo la nariz.

   — Déjame ayudarte —se acerca a mí, me abraza por las piernas y me levanta. Quedo con el abdomen apoyado sobre su hombro, mis piernas colgando sobre su torso y mi pecho sobre su espalda.

   — ¿Qué haces? —Pregunto alterada—. Deja de mirar mi trasero —grito al sentir su mirada sobre mí.

   — No estaba viéndote —miente y luego se ríe.

   Luego de caminar por exactamente una hora, llegamos al bendito helicóptero. Y, para nuestra suerte, el bidón de gasolina estaba apoyado sobre la arena.

   Le pone gasolina y guarda el bidón vacío. Me mira y sonríe.

   — Dulce dulce hogar, allí vamos —da dos palmadas sobre la puerta del helicóptero indicándome que suba. Eso hice, subí y me acomodé. Él rodea el helicóptero y sube del otro lado.

   Una vez arriba, noto como cierto nerviosismo recorre mi cuerpo. Parpadeo un par de veces, arrugando la nariz. Elliot rápidamente me mira preguntándose, quizás, qué me pasa.

   — No me mires así, estoy bien —sonrío—. Aunque debo admitir que me pone nerviosa saber qué vendrá después de esto.

   — Créeme que me aterra saber qué pasará después, sobre todo si sé que luego no te tendré en mi vida. Duele pensar que no estarás a mi lado.

   — No digas eso. Pasamos muchos momentos divertidos como para olvidar lo vivido.

   — Estoy dispuesto a olvidar eso si tú quieres. Digo, si te hace feliz. . . —Tomo su mano y lo miro tratando de no llorar—. Pero, si quieres olvidar todo, antes hay algo que quiero hacer.

   — ¿Cuándo enloqueciste? ¿En verdad piensas que quiero olvidar todo lo sucedido estos días? Pero ahora no me dejes con la duda y dime qué quieres hacer —sonríe tomándome del brazo y haciéndome poner, con delicadeza, a horcajadas sobre él.

   Me mira con un brillo particular en sus ojos. Pone ambas manos sobre mis mejillas y deja un beso sobre mi mandíbula, otro sobre la comisura de mis labios y el último en mi boca. Sus labios estaban tan cálidos que hasta parecía sentirme segura entre ellos.

   Pasa su lengua por mis labios y abro la boca permitiéndole el paso.

   — Eres tan maravillosa que haces que tenerte sea imposible, pero que no tenerte duela un montón —dice contra mis labios.

   ¿Por qué a este hombre se le ocurre ponerse sentimental cuando mi estabilidad emocional no es la mejor? Con sus manos sobre mis mejillas, me separo de él, rodando nuestras narices. Y nos quedamos así, con las narices unidas y los labios a centímetros. Siento la calidez de una lágrima bajando por mi mejilla. La seca con su pulgar, sin quitar su mano de allí.

   — ¿Aún sigue en pie lo de conocer a tu familia? —Inhalo y parpadeo con lentitud. No era el momento de preguntar, pero no me sentía bien para seguir hablando del tema.

   — No te obligaré a ir, es esta y comprendo que estés cansada —mira hacia la ventana.

   — De hecho, me encantaría ir —me mira sorprendido. De seguro no esperaba esto y, aunque es verdad que estoy cansada, también es verdad que me hará bien salir de vez en cuando.

   La emoción en su rostro, no se disimuló. Me abraza con fuerza. ¿Vieron esos abrazos que son abrazos y a la vez te unen tus millones de pedazos rotos? Bueno, así me sentía entre sus brazos. Lástima que, de los mil pedazos, siempre quedan novecientos noventa y nueve, uno siempre, pero siempre se lo llevo aquella persona que te rompió el corazón.

   — Gracias por aceptar venir conmigo —deja un último beso sobre mis labios.

   — Sí, pero. . . ¿No crees que deberías partir ahora? Digo. . . Para llegar temprano a casa.

   — Tienes razón —sonríe.

   Me vuelvo al asiento del copiloto tratando de no golpearlo. Una vez acomodada y con el cinturón de seguridad puesto, acomodo mis cabellos en una cola de caballo y me preparo para volver a mi casa, lugar de donde tendría que haber salido.

   Prende los motores del gran vehículo y despeja hacia el cielo. No me había fijado antes, pero el paisaje era hermoso. El sol de la tarde reflejaba en el mar creando colores hermosos en el cielo.

   Comencé a pensar en todo lo que podría llegar a pasar esta noche. La idea de conocer a la familia de Elliot me ponía muy nerviosa. Me preocupaba saber cómo serían, cómo me recibirían, si les caería bien. A la vez, me sentía conforme con el trato de mi familia hacia Elliot. Siempre fueron muy celosos conmigo, por eso me sorprende lo abiertos que fueron con él.

   El viaje es largo y quedaba un largo trayecto por recorrer. Recuesto mi cabeza contra la ventanilla y cierro los ojos.

529Donde viven las historias. Descúbrelo ahora