Capítulo 6

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   Llego a mi casa luego de parar en todos los semáforos, pensando en si estaba bien abandonar así a Samanta, ella no tenía la culpa de nada. Odiaba ser la tercera en una relación perfecta, pero él me metió en ese sitio.

   — "Tenemos un contrato" —hablaba para mí imitando su voz, tratando quizá de sentirme mejor conmigo misma—. Cretino. ¿Cómo puede simplemente aparecerse diciendo "Ginebra, que bello nombre"? ¿Qué se cree? —Seguía imitando su voz—. Espero nunca volver a verlo.

   Doblo en la esquina de mi casa y me encuentro con algo que me revolvió el estómago. La puerta de mi casa, estaba abierta. ¿Quién pudo haber entrado? Si recuerdo haber cerrado con llave.

   Estaciono el auto lejos a dos casas de la mía y apago el motor. Comienzo a caminar lentamente sobre la acerca, tratando de no entrar en pánico. Me paro sobre el umbral de mi casa y hecho un vistazo hacia adentro, el living parecía bastante ordenado.

   Tomo el paraguas y lo sostengo con ambas manos como lo había hecho el día que Samanta entró a mi casa, lo que me recordó que debía comprar cerraduras más seguras.

   — Sea quien sea, salga ya de aquí —grito con el paraguas delante de mí.

   Avanzo unos pasos más hacia el perchero y me aferro a él mientras trataba de amoldar mis ojos a la poca luz que entraba por la ventana. De pronto siento un ruido sordo en el piso, miro hacia la derecha, a los pies de la escalera una sombra corre hacia la cocina. Me acerco a la escalera, un jarrón estaba hecho diez mil pedazos.

   — Quieto ahí —digo fijando mi vista en la sombra extraña que, sabía que era un hombre por la altura—. Tengo un paraguas y diez años de defensa personal encima que no dudaré en usar, así que te conviene salir con las manos en alto —vuelvo a gritar sintiendo el sudor caer por mi frente.

   — Tranq. . . —sale de la cocina con las manos en alto, pero no dejo que termine de hablar y la clavo levemente el paraguas en el estómago.

   — ¡Hu, hu! Lo siento, disculpa —dejo caer el paraguas y pongo una mano sobre su abdomen—. Me asustaste idiota, ¿cómo entraste aquí, Andrew?.

   — Bueno, digamos que, tú amiga tiene una copia de las llaves y una mente voladora. Por eso, cuando te fuiste, le quité las llaves sin que se de cuenta —sonríe.

   — ¿Qué quieres? —Lo miro enfadada, mientras caminaba hacia la puerta y le daba dos vueltas de llave.

   — Cumplir con el contrato, eso quiero —lo saca de su bolsillo y lo extiende, un papel blanco liso—. Tú lo firmaste sin oponerte a nada —recuerda.

   — Eres tramposo. ¿Dónde?

   — ¿Tú cuarto está ordenado? —Revoleo los ojos y asiento con la cabeza.

   Él toma mi mano y comienza a subir las escaleras conmigo a cuesta. No sé cómo supo que esa puerta rosa era la de mi cuarto. La abrió y pude ver su rostro sorprendido al ver la cama para dos ordenada con las sábanas blancas, el escritorio con la computadora y los auriculares, el armario lleno de ropa, pero bien cerrado, seguro pensaba que todas las chicas eran iguales, desordenadas, pero yo no soy así.

   No me dio tiempo a cerrar la puerta, que empieza a besar mi cuello. Besos húmedos y constantes, mi piel se erizó como cada vez que sus labios me tocaban.

   Me baja el cierre del vestido y lo deja caer al piso, me saco los zapatos y luego lo despojo de su saco negro. Se saca el pantalón dejando a la vista su bóxer negro con cintura de elástico blanca.

   Toma su saco y mete la mano en el bolsillo. Saca un profiláctico, un cordón rojo y una venda negra.

   — ¿Es en serio? —Pregunto con un tono de sarcasmo—. Llevas eso a todos lados.

   — No querrás escuchar mi respuesta —sonríe y yo hago lo mismo—. Recuerda, tú no hagas nada —asiento con la cabeza.

   Me pone de espaldas a él, me coloca la cinta negra sobre los ojos privándome de la luz. Siento como mi brasier resbala por mi piel cayendo al piso. Sus manos viajan, por mi espalda, hacia mis pechos, sintiendo un enorme escalofrío con cada toque.

   Me da vuelta quedando ambos frente a frente. Besa mi cuello y comienza a besar parte de mi pecho, desviando sus besos hacia la izquierda y besando mi seno. Un gemido escapa de mí al sentir su lengua por debajo de mi braga.

   Se pone de pie y me quita la venda de los ojos. Me da el profiláctico en la mano, le bajo el bóxer y se lo pongo con cuidado. Me carga en sus brazos y me deja sobre la cama, quita lentamente mi braga dejando besos por mis piernas a medida que bajaba.

   De pronto lo siento, toda su humanidad dentro de mí. Con un movimiento rápido, me hizo llegar al cielo. Un gemido se hizo lugar en mi garganta y no pude controlar mis ansias, por lo que comencé a acariciar su espalda. Mis uñas se clavaban más es su piel a medida que aumentaba sus movimientos.

   Esta noche no era igual a cualquier otra. Ya nos conocíamos, yo, por lo menos, sabía el nombre del hombre que me hacía sentir viva.

   — Quisiera hacer esto un poco más interesante —sonríe contra mi cuello mientras se pone de pie—. ¿Qué dices? —Asiento parándome a su lado.

   Enrollo mis piernas en su cintura y siento la punta de su miembro rozar mis piernas. Sale de la habitación conmigo arriba y comienza a bajar las escaleras. Llega al living y me deja sobre el sofá.

   — ¿La puerta tiene llave? —Da un toque misterioso a esa pregunta, yo bajo la vista y asiento levemente— Bien, recuerda, no hagas nada.

   Toma el cordón rojo y ata mi mano a la pata del sofá, me pone boca para abajo apoyando mis rodillas en el sofá. Luego siento que ata mis dos pies.

   Lo miro por el rabillo del ojo y veo cómo se ubicaba tras de mí. Luego, dejo salir un gemido con un suspiro, había introducido su miembro, pero no por el lugar tradicional.

   Las tres de la mañana, ambos sobre el sofá, una botella de vino a medio terminar y dos copas. Él estaba recostado boca para arriba y yo sobre su hombro con una copa en mi mano derecha. A pesar de estar prendido el aire acondicionado, ambos estábamos sudados, aunque podría jurar que su peculiar aroma a menta seguía presente en su cuello.

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