Nana's Song, parte 3: Rising Hell at the Dawn

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"No hay necesidad de fuego, el infierno son los otros."

Sartre


Me detuve un momento, sintiendo el crujir de las hojas amarillentas bajo mis alpargatas. El eco de un pájaro me hizo levantar la cabeza, observando por unos minutos los rayos del tardío y pálido amanecer brillar entre las ramas más altas de los árboles, envolviendo todo el paraje en una especie de resplandor blanco, como si fuera un mensaje de alivio y esperanza proveniente del Cielo... Era todo un espectáculo.

Tras unos momentos de contemplar todo lo de mí alrededor, seguí andando por el pequeño y serpenteante sendero entre los matorrales hasta llegar a mi destino, que era una pequeño y oculto manantial que alguien había hecho junto a la orilla del río y que había encontrado de casualidad en uno de mis recorridos por la orilla del río en busca de raíces o incluso de alguna pequeña tortuga, si tenía suerte de hallarla. Estaba bastante alejado del pueblo, así que podía hacer mis necesidades allí sin que alguien me molestara. Tras dedicarme unos minutos para cerciorarme de que no habría nadie merodeando por los enrojecidos árboles para espiarme (Seguía casi paranoica por inquietantes sueños que tenía últimamente donde los aldeanos venían hacía mí con antorchas ardiendo, haciéndome despertar bañada en sudor y con el corazón a todo vapor) pude estar lo suficientemente tranquila para poder darme un baño. Titubeante, observé una vez más entre los árboles desnudos que bordeaban el río. Echándome los cabellos hacía atrás me desprendí del viejo y desgastado corpiño, jalando las mangas de lino hacía delante para liberar mis brazos y bajándome la falda junto con las enaguas, guardándolas cuidadosamente dobladas tras unas cañas. Empecé a adentrarme en el agua gimiendo levemente, ¡pues estaba muy fría! me abracé a mí misma para darme algo de calor, recordando con nostalgia el cuarto de baño del castillo de la Duquesa de Venomania, siempre con agua caliente para todos... Cuando se me pasó la sensación de piel de gallina, me dispuse a lavarme, pasándome por los brazos un trapo impregnado de unas flores silvestres y otras hierbas que yo molía en mi propia casa. Cerré los ojos, concentrándome totalmente en mi baño, dejándome llevar por el olor de las flores en mi piel y los sonidos de la naturaleza... Al volver a sumergirme para enjuagarme y emerger, resoplando y quitándome el cabello de los ojos, bajé la vista para observar mi tembloroso reflejo en el agua... Por un instante me sorprendí y aterré:

¿Quién era esa mujer horriblemente delgada y enferma, cuyas mejillas estaban pegadas a los huesos del cráneo y que además tenía unas ojeras tremendas? ¿Quién era esa mujer cuyos cabellos ralos y casi blancos caían desparramados como una enredadera, sobre unos tristes senos hundidos sobre su pecho? ¿...Quién era esa mujer que estaba mirándome fijamente en el agua helada con una expresión triste en sus grandes ojos verdes...?

— ¡No, nooo...! ¡KYAAAAAAAAAAHHHHH...!

Un grito y el sonido de algo cayéndose sonaron detrás de mí. Instintivamente grité y volví a hundir en el agua, ocultándome tras unos juncos que flotaban cerca de allí. Esperando que no fuera algún aldeano que vino a mortificarme, me asomé con miedo tras el arbusto flotante: Era un hombre que al parecer había caído de la pequeña colina de tierra que daba al lago, cayéndose finalmente sobre su trasero, pues se agarraba la susodicha parte haciendo gemidos de dolor. Era joven, de ropas elegantes (aunque ahora estaban sucias) y cabellos de un vivo color azul, iguales a los de su larga bufanda que colgaba sobre sus pies, manchada de barro.

— ¡Por todos los helados de crema de maní! ¡Esta es la tercera vez que cruzo este paraje! ¡Estoy perdidooo! —resolló el hombre con tono de desesperación a si mismo y tirándose de los azules cabellos, para luego levantarse lentamente y volteándose para finalmente reparar en mí. Di un respingo y empecé a retroceder, tratando de ir hacía la otra orilla, aunque sabía muy bien que me ahogaría si lo intentaba—. ¡Oiga! ¡Espere! —y al tratar de acercarse, se enredó los pies con la bufanda azul que llevaba, volviéndose a dar de cara al suelo. Farfullando, se volvió a levantar y se acercó más.

Servant of VenomaniaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora