Capítulo 4

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   Todavía era por la tarde, el sol estaba inclinado y alumbrando aquella cruel masacre.
Los enanos hacían lo que estaba en sus rudas manos para sobrevivir a la muerte, y salir bien parados de esa situación.
Estaban todos ya muy cansados y era lógico, habían tenido que luchar durante horas contra un ejército en el cual sus guerreros tenían la habilidad de regenerarse.
   Mientras tanto Oncar ese guerrero voraz y temible, estaba aterrado, jamás había luchado contra unos enemigos tan terribles, pero el esperaba salir con vida.
   Oncar empezó a mirar al horizonte, quizá fuese lo último que iba a ver. Pero mientras miraba, a lo lejos vio a una sombra, muy grande como para ser una persona, pero cuando se acerco unos metros más acá, se vio perfectamente. Era Luinie a lomos de un caballo castaño, que se acercaba cabalgando.
   Cuando estuvo lo suficientemente cerca, Luinie se enderezó, se sujeto solo con sus dos piernas y saltó, mientras ya llevaba sus dos espadas medianas empuñadas. En el aire hizo un mortal hacia delante y aterrizó de pie. Cayó en el círculo de los esqueletos cerca de los enanos.
   Nada más aterrizó de cara a los guerreros se dio la vuelta y empezó a matar enemigos como si no fuesen a acabarse. Los enanos decidieron acompañarla. Pero Oncar se dio cuenta de una cosa de la cual no se había dado cuenta nadie. Que los muertos que mataba Luinie no se levantaban. Eso significa que llevaba armas mágicas, ¿pero de donde las había sacado?
   Aunque eso en aquel momento no importaba, así que decidió estar siempre cerca de Luinie para que ningún esqueleto la tocara, y así que ella puedese matarlos luego sin problema alguno. Pero eran demasiados y al cabo de un rato, como una sierra que ya no corta las espadas se desafilaron y ya no servían ni para cortar tierno pan. Todo lo que podían hacer iba a ser inútil, las piedras de afilar estaban demasiado lejos como para cogerlas y volver. Habían depositado inútilmente todas sus esperanzas en Luinie. Sin embargo unos segundos después a que la moral de todo vivo presente se desvaneciera, empezaron a oírse caballos a lo lejos, y muchos.
   Cuando todos miraron, al principio a lo lejos solo se veían unas decenas de caballos, cabalgados por hombres y elfos, pero poco a poco el número de caballos y guerreros iba aumentando, hasta que sin darse cuenta tenían ahí tres ejércitos de vivos, y uno de muertos.
   Los elfos y humanos rodearon a los muertos e iban matando a estos, con armas que los dejarían muertos del todo.
Finalmente fue una victoria gloriosa, a manos de todos los ejércitos unidos para librar una sola y definitiva batalla.
   Todo acabado, Oncar y Luinie, vieron a Molen y a Zanquiy entre los guerreros y sin dudarlo fueron a abrazarlos, gracias a ellos ya no había peligro y todos se habían salvado.

Los invictos: La Espada MágicaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora