Capítulo 17

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Daban las doce de la noche de uno de los días más importantes para todos los canarios; el día de Canarias. Nerea se sentó en su silla, en su habitación. Encendió la pequeña luz que había sobre ella. Se remangó la sudadera que su hermana le había regalado en su cumpleaños pasado, cuando recién cumplía los dieciocho años.

Cogió un papel, un poco arrugado, y lo intentó disimular un poco estirándolo. Después cogió un bolígrafo de color azul. Puso la punta sobre el papel, pensando lo qué iba a escribir antes de hacer nada.

Mantuvo la fija pegada al papel, presionando el bolígrafo sobre el papel. No estaba segura de lo que hacía, así que lo apartó. Sin embargo, se había quedado una mancha en el encabezado del papel.

Nerea maldijo en silencio.

Intentó escapar y poner otra escusa, pero no podía. Era ahora o nunca. Así que volvió a centrarse. Alzó la vista del papel y miró por la ventana. Madrid nunca se había visto tan bonita a la luz de las estrellas. Nerea sonrió al recordar que ese mismo día volvería a ver a su hermana.

Bajó la vista al papel y comenzó a escribir, esta vez mucho más decidida que antes.

Madrid, 30 de mayo 2004

Hola.
¿Cómo estás? Espero que bien. Yo he estado muy liada estos últimos años, al igual que tú, supongo.
Hacía tiempo que no te hablaba, o te escribía, igual que tú a mí. Más exactamente, cinco años. Seguramente porque no fui valiente. Bueno, nunca lo he sido, y tú lo sabes muy bien. ¿Sabes? Aún en mi cuello reluce el collar que decidiste regalarme el día de tu despedida. Sí, lo he cuidado muy bien. Para mí es una reliquia.
Y te estarás preguntando a qué viene esto; los dos deberíamos de pasar página, pero me fui con un sabor amargo aquel día. Pienso que pude haber dado mucho más de mí, y no lo hice, así que intento explicarte qué ha pasado para cambiar de pensamiento.
Quería contarte que a mí todo me va bien, si te interesa, claro. Estudio en la Universidad de Madrid, Artes Escénicas. Sí, al final decidí irme a estudiar fuera, aunque siempre pensé que el mejor sitio era en casa, con la playa a mis pies y la nieve a una hora en coche.
Sé que con Saúl aún hablas, y con Sergio. Eso me hace pensar que también estás bien, pero me gustaría leer tu letra y confirmarlo.
Estoy orgullosa de mí misma por poder contarte esto. Siempre fui muy callada y nunca abierta con los chicos, así que para mí todo esto es nuevo. Espero que me estés entendiendo.
Mi hermana y la mayoría de mis amigos están en Tenerife. Bueno, menos Sofía que me acompaña en esta aventura y no sabes cuánto se lo agradezco. Solo tengo dieciocho años —aún quedan cinco meses para mi diecinueve cumpleaños— y vivo en medio de la capital española, solo con ella. Y menos mal que está, sino, yo estaría más que hundida; no sé qué haría sin ella. Alejandra se ha ido a Málaga y, de resto, siguen todos en la misma isla. Estudiando o trabajando, como el caso de Mariana, que estudia y trabaja a la vez. Por el contrario, no he vuelto a saber nada más de Isidora y eso lo tengo más que superado, creo. Al igual que de ti. No sabes cuántas cartas le he escrito a Isidora... Contándole todo. Y no me responde. Espero que tú sí lo hagas y entiendas que no he querido hacer nada de lo que ha sucedido en el pasado. De verdad, he sido tan tonta...
Por último, quiero que sepas que sigo muy orgullosa de ti y de todo lo que vas a lograr. Yo seguiré luchando por mí y por los míos. Quiero creer que tú también estás en esa lista.
Te quiere y te extraña,

Nerea.

Cerró el bolígrafo y dobló el papel. No revisó la carta, por si acaso se arrepentía. Se levantó de su silla y metió el papel en un sobre, con la dirección de Jesús.

Salió de su casa con las manos sobre su pecho y el sobre en su bolso. Caminó por las frías calles de Madrid hasta llegar al edificio de Correos. Entró y, la dependienta que allí se encontraba, se reincorporó en su asiento y la atendió.

—Buenas noches.

—Buenas noches. Quería enviar una carta.

Nerea pasó la carta por debajo del mostrador. La dependienta leyó a dónde iba dirigido y a quién.

—Perfecto —dijo, dejándola en
una caja—. Su carta llegará en menos de tres días.

Nerea le sonrió.

—A esta hora no suele venir mucha gente; los adolescentes como tú suelen estar de fiesta y los más mayores durmiendo. ¿Le surgía algo?

La pregunta de la dependienta sorprendió a Nerea. Ella alzó ambas cejas.

—No, no... Solo que si la envío más tarde, seguramente me arrepienta o cualquier cosa negativa. Y, la verdad, nunca he sido mucho de fiestas.

La dependienta sonrió.

—Así es como debe ser. Buenas noches, señorita.

—Buenas noches.

Nerea abandonó el edificio con una sonrisa enorme en la cara. Caminó con tranquilidad y sin prisas hacia su casa. Metió la llave en la cerradura y lo primero que hizo al entrar fue tirar su bolso en el sofá y correr hacia la habitación. Se tiró sobre su cama y ahogó un grito, emocionada. 

Cerró los ojos y se imaginó mil finales diferentes. Jesús abriendo la carta después de entrenar, Jesús llorando al terminar de leer el último párrafo, Jesús escribiéndole todo lo que sentía; Jesús...

La sonrisa nadie se la podía arrebatar  y se quedó toda la noche pensando y dándole vueltas al asunto. Mientras que las horas pasaban, Nerea terminó de meditar sobre el asunto. Se levantó de la cama y bajó las persianas. Oyó cómo alguien metía la llave en la cerradura y abría la puerta de la entrada. Miró su reloj: las tres de la mañana. La tinerfeña volvió a su cama. Oyó cómo Sofía se acercaba a su habitación. Abrió ligeramenta la puerta y Nerea cerró los ojos.

Desde la puerta, Sofía sonrió. Se quitó los tacones y los dejó tirados en la habitación de su amiga. Media borracha, caminó descalza hacia su propia habitación.

Nerea abrió ligeramente un ojo, confirmando que Sofía ya se había ido. Rió ligeramente y, antes de irse a dormir definitivamente, cogió su móvil y le mandó un corto, pero significativo, mensaje a su hermana.

—Feliz día de Canarias.

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⏰ Last updated: May 30, 2018 ⏰

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