Qué bonito día hacía hoy. El sol brillaba en el firmamento, y los vientos Alisios hacían bajar la temperatura. Veintitrés de junio. ¡Cómo adoraban esas fechas! Nueve meses, nueve meses de trabajo duro y constante... por fin habían llegado a su fin.
Parecía como si hubiera sido ayer el primer día que el niño con los ojos del príncipe de la Cenicienta entró a clase, perdido, avergonzado. Cuando todos se rieron de él por su acento. O cuando Sergio se ofreció a ayudarle.
Doscientos setenta y cuatro días... se dice rápido. Nadie se arrepentía de qué habían hecho en todo el curso escolar. De todos los viernes en la emisora de radio. De todas las fiestas. De todos los recreos. En resumidas cuentas, todos los buenos momentos que afortunadamente pudieron compartir.
Para niños de ocho o nueve años, el final de las clases era lo mejor que les podía ocurrir. Y parecía mentira, como en tres años, el final de las clases sería lo peor que les tocaría vivir. El final de una etapa. El último adiós antes de aventurarse en el nuevo capítulo de su vida.
Sin embargo, aún quedaban tres largos años para que ese momento llegase. Las hermanas Cruces lo tenían muy claro: vivirían estos últimos años como si fueran los últimos.
El último día de clase podías llevar la ropa que tú quisieras. La mayor de las hermanas llevó una camiseta rosa con algunos detalles en blanco, junto a unos pantalones vaqueros negros. Mientras que la menor portaba una camiseta negra con la Torre Eiffel dibujada en el centro. Ella llevaba puesto unos pantalones blancos que llegaban por la rodilla.
Las dos salieron de su casa junto con sus padres. La misma ruta de siempre.
Llegaron al colegio más pronto de lo normal. Las dos llevaban bolsas de comida, para terminar el año a lo grande.
—¡Chicas! —un coche detrás de ellas frenó y bajaron Mariana y su madre. Su padre agitó la mano, saludándolos.
—¡Hola Mar! —exclamó contenta Nerea—. ¿Tragiste la comida?
—¡Claro! —Mariana abrió su bolsa, para enseñarle la bebida que llevaba dentro.
—Qué hambre me está entrando —dijo Victoria.
Las tres cruzaron el semáforo y corrieron hacia la entrada del colegio. Las madres intentaron avisarles de que no debían correr si no querían que la bebida explotase cuando la abriesen. Ninguna de las tres las llegó a oír.
Las mesas verdes ya estaban colocadas y poco a poco fueron poniendo la comida en la mesa. Algunos, como Neymar y a Gerard, no se pudieron contener y comenzaron a coper papas a escondidas.
—¿Dónde están los Munchitos? —preguntó Noelia.
Neymar y Gerard se miraron entre ellos.
Sergio olió las papas desde la distancia. Se acercó a ellos y disimuladamente les robó varias papas.
—¿Y si nos las comemos los tres en silencio? —propuso Gerard.
—Me parece una buena idea.
Los tres comieron lo más rápido que pudieron. Mas el profesor los pilló a tiempo.
—Chicos...
Los tres se disculparon y pusiero en un plato las papas que quedaban. Que no eran muchas.
Nella terminó de colocar el último bizcochón en la mesa. Todos la miraban atentamente. Nella comenzó a ponerse nerviosa. Miró de nuevo a todo el mundo, que esperaban la señal de la delegada para poder comer.
La delegada se mordió el labio inferior nerviosa. No le gustaba ser el centro de atención. En un leve susurro, dijo:
—¡A comer!
YOU ARE READING
Llévame lejos |Jesús Navas|
Fiksi PenggemarPeter Pan nos enseñó que la vida hay que disfrutarla siendo niño. Mulán nos enseñó a luchar por nuestros derechos. El Rey León nos enseñó a ser un buen líder. Y Cenicienta nos enseñó que el príncipe azul nunca, jamás, se rendirá. Y a ti... ¿qué te...