Lirios, sólo veo lirios. Su aroma me marea. No quiero olerlos, pero sé que a partir de hoy ese aroma me embargará por el resto de mi vida. Me muevo como un autómata entre personas que en algún momento de su vida la conocieron. Entre personas amigas de mi madre y mías, entre primos, tíos, y gente extraña, que no conoce aún este dolor.
Simón y Ana Lucía corretean por toda la capilla, mas no tengo valor para detenerlos. Parecen totalmente ajenos al dolor y a la desolación. Inclusive yo estoy ajeno a este horrible sentimiento que nace en mis entrañas y amenaza con explotar a momentos.Mi abuela, el pilar más amoroso de mi vida, en el que se apoya mi vocación, ha muerto.
Oigo los autos pasar en la avenida. Oigo la gente que charla al caminar por la acera. El vacío que siento es tan grande que tengo miedo de hundirme en él. Mis hermanos están aquí, están y no están. Ellos vivieron la enfermedad y muerte de abuela desde otro punto. Llegaron a despedirse, mas no la vieron sufrir...
Estaba en el seminario cuando me dijeron que se puso mal. Es prohibido salir, tuve que contentarme por dos largas semanas con una llamada telefónica de 10 minutos cada dos días, preguntando por su estado. Escuchar la voz de mi madre, desesperada por saber que su madre se estaba muriendo me partía el alma. Quería verla, pedí permisos a los rectores y me lo negaron. Mi desesperación fue tal, que una noche salí de mi comunidad y traté de fugarme, con tan mala suerte que olvidé que hay muros. Cuando al fin me dejaron ir, mi abuela ya agonizaba. No asistí a una ordenación diaconal, olvidé el trabajo de Humanidades... y todo para esto.
Un sonido llega de lejos, es una prima lejana a quien le tengo aprecio. Nos sentamos en el fondo de la capilla a cotillear un poco.
-Ignacio, ¿Dónde está Ignacio?- oigo a mi madre como fuera de sí. Por asuntos de psicología que aprendí en la Facultad, no me acerco. Lo más probable es que mi mamá esté con estrés por toda esta situación. Si vuelve a repetir mi nombre iré. Pero no lo repite.
Un par de minutos después, mientras sigo conversando con mi prima, veo a dos mujeres ingresar a la sala, y no puedo evitar un escalofrío al ver a Paula... ¿Quién le dijo? Su presencia me tranquiliza inmediatamente. Me mira de reojo, con timidez y desconfianza. Las circunstancias en las que nos volvemos a encontrar y el hecho de que esté hablando con alguien hacen que no se acerque, esto sumando que yo dejé de ser el mismo Ignacio de Catedral para convertirme en un Ignacio más frío, mas calculador de lo que ya era antes. La fe me ha hecho cambiar más, no puedo tirarme en sus brazos y gritarle ESTÚPIDA TE HE EXTRAÑADO TANTO en un velorio...
Mientras mi prima me habla de su proyecto de graduación, me deleitó viendo su vestuario con mirada analítica. Blusa de botones, de cuadros blancos y negros con un suéter gris muy oscuro, cerrado (un estilo que me encanta, por cierto, ya que es como yo ando a veces), pantalón negro formal y unos botines negros que usa para servir. Deduzco que debe venir de misa o algo similar. La otra mujer que la acompaña explora la sala minuciosamente, debe ser su madre ¿Quién si no? Si hasta se parecen. En una pausa que hace mi prima, me excuso y saludo a unos tíos de mi mamá por parte de abuelo. Ellos me miran como el bicho raro que soy, dado que a diferencia de ellos no me gustan los caballos, y siento la mirada marrón de Paula en mi espalda.
Llego hasta ella por su derecha, como si fuera el monaguillo que va a servir. Me echa una rápida ojeada. Sonríe levemente, pero esa sonrisa se desvanece enseguida.
-Ignacio...- dice entrecortadamente. Ella misma me había confesado que era pésima dando pésames, no sabía qué carajos decir, tal como cuando falleció la mamá de Néstor el Sacristán.
-Paulita, gracias por haber venido...- la abrazo, y ella me lo devuelve con fuerza. Siento el mismo sentimiento de cariño y fuerza que me embargó cuando ingresé al seminario. No quiero soltarla y creo que ella tampoco quiere soltarme. Percibo la mirada curiosa de los ministros de comunión, compañeros de mi madre, asomados todos a la puerta y cuchicheando entre sí. Si estuviera el Padre Rector, me habría expulsado al ver semejante escena.
-Nacho, lo siento tanto...
-Así es la vida. Ya ella cumplió su misión en este mundo- digo tomando asiento junto a ella. Su madre me mira con curiosidad y ella con tristeza- No te sintás mal por mí, sobreviviré.
-No es eso, es sólo que...- transforma su voz en un susurro apenas audible y tengo que pegarme a ella- Te siento tan lejano...
-Lo aprendí en Psicología, es para estos casos...
-No no, en general, te siento lejano y frío. No eres así.
-He cambiado- respondo de forma llana.
Me presenta a su madre sin preámbulos. Lamenta que nos hayamos conocido en estas circunstancias. Se ve muy joven para ser su madre. En ella hay cierto gesto que me recuerda a las madres de los monaguillos de Catedral. Se me revuelve el estómago casi vacío. La mirada de Paula se pierde en las paredes de la capilla mientras hablo brevemente con su madre. No parece muy contenta de que viniese con ella. Y yo tampoco estoy muy contento que digamos. Si ella hubiese venido sola, me desahogaría con ella en privado, pero así no se puede.
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Enamorada de un seminarista </3
RomanceElla está enamorada perdidamente. Pero tiene un problema: él ahora es seminarista. Pero no es un chico cualquiera; es diferente a los demás. Se llama Ignacio y fue el más inteligente de su generación secundaria y universitaria. Odia las muestras de...