#9: ¿Final?

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CUATRO MESES DESPUÉS

Estoy en una sala de espera. Frente a mí, está la puerta de la oficina, la puerta de la verdad. Somos unos quince jóvenes varones los que estamos aquí, sentados, esperando.
Al otro lado, detrás de una mámpara, están nuestros párrocos. Sé que están allí, aunque no los haya visto entrar. Oigo murmullos, son ellos. Orando, rezando, distingo unos murmullos del Veni Creator, mis labios lo repiten inconscientemente. En un rincón, una imagen de la Inmaculada Concepción. Hoy es su día. Tiene unos sencillos arreglos florales y un par de velas ya casi apagadas, la cera se derrama por el candelabro.
La puerta de la oficina se abre. Todos nos levantamos y hacemos una reverencia, tal y como lo ensayamos. Estoy nervioso, tengo las manos apretadas y escondidas bajo las mangas de mi traje. El sacerdote, el director del seminario, nos ha estrechado las manos a cada uno y nos ha dirigido unas palabras.
-Creo que ya todos sabéis el porqué  estáis aquí. Hoy, vosotros habéis escogido el día de la Inmaculada Concepción como el día de la admisión vuestra a este seminario. Hoy será un día muy especial para todos vosotros, quizás de aquí a ocho años, haya otro motivo para celebrar- sonrío ante la idea- Del otro lado de ésta mámpara, están vuestros párrocos y guías espirituales junto con vuestro promotor vocacional. Él será quién me pase vuestros expedientes, y yo tomaré la decisión. ¿De acuerdo?
-Si, señor- respondemos todos.
-Bien- el sacerdote llama al Padre Minor, nuestro promotor vocacional. Éste pasa a nuestro lado, noto con cierto miedo que en una mano lleva nuestros expedientes.
-¿Todo listo Minor?- él asiente. Bueno, vamos a ver qué le tiene el Espíritu Santo preparado a estos jóvenes.
Abre la puerta de la oficina nuevamente y Minor entra. Veo el escritorio del director. Hay ocho pequeñas cajas sobre la mesa. Padre me explicó que el número de cajas, que contienen los papeles de ingreso formal al seminario y un regalo, es el número que están dispuestos a aceptar. Sólo ocho seremos admitidos.
Tiemblo.
-Los nombres están en desorden, así que no se preocupen por el alfabético- Dice el director. Suspiro aliviado, ya que mi apellido empieza con A. Toma el primer folio, apreto el puño.
-Jorge, Catedral Nuestra Señora del Carmen.
Jorge se levanta, está sudando.
-Presente- murmura.
-Párroco, ve y acompaña a tu hijo- indica el director.
Oigo los pasos de Padre. Lo veo tomar el hombro derecho de Jorge, como si fuera un confirmando. Me mira por el rabillo del ojo. Así, ambos ingresan a la oficina y cierran la puerta. El silencio es tenso. Nosotros no podemos hablar, todos se miran los pies. Yo miro la puerta. Necesito que Jorge salga.

Flashback
Con Padre me reconcilié quince días después del altercado con Big Pants. Me rehusé a ir a misa, hasta que mi mamá se enojó conmigo. No sabía nada de lo que pasó, pero no le gustaba verme así, esquivo con mis responsabilidades eclesiásticas.
-Debes ir, Ignacio. ¿O acaso cuando seas párroco vas a huir de todo?
Esa misma noche, llegué a Catedral. Rogué a mamá que no me acompañara. Atravesé la Iglesia con miedo. Vi a Don Hugo, el organista, echándole aire a los fuelles del órgano. Vi a las ministras, me saludaron alegres, fingí estar feliz, pero me sentía pésimo. No quería afrontar lo que vería en sacristía.
Al tocar el timbre del portón me sentí tenso. El silencio del lugar me llenó de incertidumbre. Esperé unos segundos hasta que oí pasos. Néstor.
-Ah, Ignacio... eras vos...- Dijo con cierto deje de tristeza a la vez que abre el portón.
-Si, soy yo- repliqué- ¿Estás bien?
-Ah... Si, sí... qué bueno verte de nuevo por acá.
-Gracias- contesté, pero vi a Néstor dirigirse hacia la casa cural. A notificarle a Padre de mi llegada.
Caminé por sacristía, viendo todo como si fuese mi primera vez allí. Me sentía raro, desubicado. Vi mi gaveta, la de Monseñor Ignacio Trejos. Hace tiempo no la abría. Me acerqué y tomé el pomo, abriendola de golpe. La encontré vacía. Tomé mi teléfono para introducirlo en ella, pero al hacerlo mis nudillos tocaron una bola de papel pegajosa.
Saqué toda la gaveta y miré dentro. Mi móvil y la pelota de papel media deshecha. La tomé con ambos dedos sin poder reprimir una mueca de asco. Vi que el papel envolvía algo, así que volteé la gaveta y la puse allí. Con sumo cuidado, empecé a desenvolverla, y allí fue donde el olorcillo a licor me golpeó. La abrí desesperado, sabiendo lo que vería, sabiendo que no me iba a gustar verlo.
Un chocolate, Il Boero, todo aplastado. El que ella me dió, antes de irse con Peter

Enamorada de un seminarista </3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora