#20: Cree en mi juramento

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Ya ha pasado tanto tiempo... Miro al cielo, azul pálido, pues parece que lloverá en la tarde. Miro una nube en específico, pequeña y solitaria. Pienso en Ignacio, en aquélla promesa... Y en el vagón del tren, junto a Bernardo, un amigo, un ángel muy querido, con un estremecimiento de corazón, recuerdo una noche que ya había estado enterrada en mi memoria.

Miro a Bernardo. Sentado, mirando por la ventana, parece que quería volverse invisible. La nube asoma perezosa entre los altos árboles, y el sol incide sobre él de forma mágica. Parece algo sobrenatural, parece un ángel...

Un ángel...

No sé cómo, pero de repente me vi en aquélla noche de enero, en el jardín de la casa de Papá. Nacho estaba de espaldas a mí, su silueta se difuminaba con la luz de las farolas.
-¡Ignacio!- exclamé, con voz temblorosa- ¡Espera!
Él se volteó, dejándome ver su rostro, rostro con el que soñé tantas veces. Sus ojos me miraban con infinita ternura y sus labios formaron una sonrisa, sonrisa que era sólo para mí.
-¡No puedes irte!- grité, pero de mi garganta salió apenas un susurro- ¿Qué haré ahora sin ti? ¡Ahora que ya estaba empezando a calzar en este mundo gracias a ti, te vas y me dejas sola! ¿Qué haré?- iba a seguir gritando, pero él me tomó de la mano, con un gesto que creí morir.
-Paciencia, querida- respondió con ese deje de calma que tanto le caracterizaba.- Ya he pensado en eso.
"No estarás sola, no podría soportar dejarte aquí en este valle de lágrimas sabiendo cómo están las cosas. No dejaría de reprochármelo durante todo el tiempo en que me vaya.
"Cómo te dije antes, no estarás sola. En cada rincón de tus lugares favoritos he enviado ángeles. Siempre habrán ángeles para ti, sólo para ti, dispuestos a protegerte, a cuidarte, a amarte. Les he hecho prometer que no han de dejarte sola, reirán contigo, te consolarán cuando llores. Te traerán unas Príncipe Negro a tu ventana y sus voces serán para ti como los acordes del organillo.
-¿Y cómo... cómo los encontraré?- pregunté. Sus palabras habían sido demasiado perfectas, pero no podía creerlas.
-No será nada difícil para ti, princesa. Los reconocerás al instante. Sos experta en buscar almas excepcionales.- después miró al cielo nocturno, donde se veían decenas de pequeñas luces- sin embargo, si algún día la pena de tu corazón es tan grande que te impide hablar y ya no soportas más mi ausencia, mira al cielo, esté cómo esté, porque yo también lo miraré, y sabré que vos lo estás mirando...
Si no regreso, te enviaré otro ángel y será sólo tuyo ... sólo tuyo- me abrazó fuerte a la vez que lloraba.
Le miré a Bernardo, y sonreí. Sí, él era un ángel de los que Nacho hablaba. Él lo dejó ahí para mí.
Él era un ángel.
Mi ángel.»

Enamorada de un seminarista </3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora