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Padre está mirándome con ese aire que conozco tan bien. Sus orbes me traspasan. No está enfadado ni triste, sino decepcionado. Bajo mi mirada al puño de mi camisa, celeste y nuevecita, algo arrugado por andar jugando. Lo acomodo bajo su atenta mirada. Quiero mirarle a los ojos y aclarar las cosas. Quiero decirle que no es lo que él piensa. Quiero aclararle que no es culpa de ninguno, solo mía.
Pero no puedo.

-¿Y bien, Ignacio?- su voz atronadora me da la sensación de una madrastra que regaña a la Cenicienta por haberse alistado para ir a un inocente baile.- ¿Que no era que esos jueguecitos ya habían acabado? ¿Que ya ibas a sentar cabeza? ¿Que ya la habías olvidado?
Levanto la mirada para toparme con la suya, helada.
-Padre, ella para mí es como una hermana, una amiga, un refugio y un pilar. Seguramente usted ya olvidó que ella piensa lo mismo de mí y de usted.
-Una cosa es ser hermana, y otra cosa muy distinta....
-¡No hay otra cosa!- me levanto airado, pero me obligo a calmarme. Ya en el pasado he sido severamente castigado por estos arrebatos.- Padre, ella y yo tenemos casi 7 años de conocernos, de convivir. Ella para mí es parte de mi familia, así como para usted ella es parte fundamental de esta Catedral.
-Pero ella te gustaba, Ignacio. Y por lo que puedo ver, aparentemente te sigue gustando- me lanza su móvil. Lo tomo, y no puedo creer lo que veo.
Unas 9 fotografías, de distintos momentos entre mis años de ceremoniero y mis años de seminarista, tomados por Padre. La última, es de hoy mismo, mientras yo jugaba a despeinarla y ella a desanudarme el cingulo como respuesta. Ella me mira con un enojo fingido, y yo con molestia también fingida.
Miro a Padre.
-Escúchame Ignacio, ya no podés seguir jugando a ser Batman. No podés tener una doble identidad. O te gusta la Iglesia, o te gusta ella. ¿Podés amar a ambas? No. Si escogés a ella, podrás seguir sirviendo a la Iglesia, pero los años te reprocharán el ver que esa no es tu vocación- se acerca y toma mis manos entre las suyas - te lo digo por experiencia. No quiero verte sufrir. Pero si sigues así, no me quedará más remedio que impedir que ingresés a tercer año.
Me encojo, presa de un dolor que me corroe.
-Es tu decisión. Pero piensa bien.- dice, antes de sacarme de su despacho.

Enamorada de un seminarista </3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora