16 • Joel Pimentel

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| So what about,
   what about angels?
   They will come and they will go
   and make us special

Ya habían pasado días de que había probado comida por última vez, su estómgo feroz reclamaba algo para digerir, sentía ese dolor punzante en la boca del estómago y unas ganas de devolver lo que había en su estómago terribles mas en él no había más que algo de agua que le habían regalado. 

Su rostro demacrado, pálido y sumamente delgado ahuyentaba a los demás de ella, su cabeza se encontraba apoyada a una fría y sucia pared de madera descompuesta y su cuerpo descansaba sobre el frío cemento de la acera de Nueva York, su delgada vestimenta y su gorro deshilachado no ayudaban a mantener su frágil y débil cuerpo caliente. 

Ya no sabía cuanto había pasado desde que su padre había asesinado a su madre, no sabía cuanto había pasado desde que la sacaron de su hogar, no sabía cuanto había pasado desde que fue asaltada quedando en bancarrota. Podían ser meses a como podían ser ya años, la noción del tiempo la tenía perdida desde hacía mucho tiempo. 

Si no quería desmayarse por desnutrición debía de robar apesar de ir en contra de sus principios. Se levantó del pequeño rincón donde trataba de guardar calor, se encaminó a una tienda esquinera a la que recurría a robar cuando ya sabía que no aguantaría más. Colocó el gorro mejor en su cabeza y con su cabello cubrió ambos lados de su cara.

Entró y se dirigió a la zona de bebidas, tomó una botella de jugo de un dólar con cincuenta y una bolsa de galletas y la metió en el interior de su suéter viejo, tomó una cajita de gomitas que valía cincuenta centavos y caminó a la caja

Tras colocar la cajita de gomitas en el mostrador y sacar una moneda de medio dólar de su bolsillo trasero el cajero habló— ¿Algo más señorita?— preguntó a lo que ella negó con la cabeza y una sonrisa mientras tomaba la cajita de gomitas y salía del local.

Ella no contaba ni con el aspecto necesario para ejercer un simple puesto de trabajo, ya que, bueno, nadi deseaba que una chica con aspecto demacrado y desagradable le sirviera su comida en un restaurante, o le cortara las puntas del cabello con esas sucias manos de pobre.

—Sí bien sabe que ella le acaba de robar una botella de fresco y unas galletas, ¿No señor Cullighan?— preguntó la señora que realizaba fila tras la joven.

Sí lo sabía, pero el vendedor se dignó a ignorar el comentario de la señora y cobrar los productos que traía consigo. Él bien sabía la situación de la joven, una vez al mes iba y se llevaba lo mismo, pero siempre tenía ciencuenta centavos para la misma cajita de gomitas.

Al la chica llegar a una banca en el kiosco del parque donde pasaba la noche y al día se iba al incón entre los edificios de apartamentos Benshort y Clarshire. Un chico pasaba por el parque para llegar a su nuevo apartamento que compartía con sus hermanos vió a la chica de mal aspecto sentada de piernas cruzadas sobre una banca del kiosko, detuvo su paso y en silencio se acercó adonde se encontraba la chica sin subir al kiosco, observó con curiosidad como ella comía lentamenta y saboreaba unas galletas con pasas y como disfrutaba de un ligero jugo de uva.

Comió tres de las 15 galletas que contenía el paquete y luego lo guardó junto a tres cuartos de la botella de jugo dentro de una bolsita plástica, sacó la caja de gomitas y comió una de ellas, más específicamente la de manzana verde, su sabor de dulces favorito desde que tenía memoria.

Observó cómo ella se acostó en la fría y dura banca de concreto y cerró sus ojos llenos de tristeza y amargura. El chico al ver la intención de dormir de la chica se acercó silenciosamente a ella y tomó uno de las bolsas de frutas que traía consigo del mercado y que debía de llevar a su casa y la puso al lado de las pertenencias de la chica junto a un billete de diez dólares. Sin nada más que hacer se encaminó hacia su departamento debiéndole a su hermano mayor una bolsa de manzanas y diez dólares.

Al día siguiente el mismo chico pasó por el parque con la idea de ver a la chica mientras iba al trabajo, vió la cara desconcertada de la chica al ver la gran bolsa de manzanas a su lado y siguió con su camino. Tras 10 largas horas de jornada laboral en la empresa artística en la que trabajaba tomó rumbo a su hogar de nuevo. Decidió pasar a comprar una bolsa de naranjas junto a la bolsa de manzanas que debía de el día anterior y tomó como ruta el parque.

Pasó por el kiosco y vió a la chica dormida nuevamente en la banca con la bolsa de manzanas a su lado. Se acercó en silencio a ella y colocó la bolsa de naranjas a sus pies. Emprendió su rumbo de nuevo rápidamente para evitar ser descubierto.

Y así ocurría a diario, el sentía una pequeña ola de felicidad al verla tan alegre al despertar por la mañana y ver una nueva bolsa de alimento, con vestimentas o simplemente un sobre con algo de dinero y por la noche al volver le dejaba alguna sorpresa antes de llegar a su hogar.

Hasta que un día la intriga en la joven creció tanto que optó por hacerse la dormida y así descubrir quién le dejaba eso a sus pies cada noche. Al reloj tocar las 10:20 pm del miércoles se acostó en la banca y sintió como alguien subía por las escaleras del kiosco; escuchó el sonido de una bolsa plástica contra el frío suelo de cemento, sintió como una suave manta delgada se acomodaba sobre su Delgado y débil cuerpo.

Se levantó rápidamente cuando escucho a los los pasos alejarse y volverse débiles — ¡Espere!— exclamó ella quitando la manta de su cuerpo y levantándose rápido de la banca. El chico algo sorprendido se volteó sobre sus talones y fijo su mirada color chocolate en la chica que bajaba rápidamente las escaleras del kiosco.

Al llegar ella a su lado notó la gran diferencia de altura entre el chico y ella, estimaba unos treinta centímetros de diferencia. Ella se alejó dos pasos de el al sentirse algo aturdida por el acercamiento; subió su suave mirada que bajo la luz de los faros tomaba un brillo tierno y delicado y se quedó atrapada en la profunda mirada del guapo y alto chico moreno.

—Em... Am... Yo... Gracias, por las cosas que me has dejado a mi pies mientras dormía— ella jugaba con sus manos algo apenada al tartamudear frente al chico más bondadoso que ha visto en su vida.

—No hay de qué— él sonrió mostrando una linda dentadura que provocó aire las piernas de la chica coquetean y amenazaran con tirarla al suelo. Al chico notar que la chica no iba a decir nada más se dió vuelta con el propósito de volver a su hogar.

—¡Señor! ¿Porqué lo hace?— cuestionó ella cuando el chico se encontraba a varios metros de ella

—Quería hacerlo, me mudé hace unas semanas a aquí con mis hermanos, de donde vengo no es usual ver a chicas lindas sin hogar— se encogió de hombros mientras metía sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta negra.

-¿Usted cree que soy bonita?- pregunta sintiendo un leve sonrojo en sus mejillas.

-Nunca miento.- dijo él sonriente.

-Ennserio le agradezco, si pudiera pagarle lo haría pero...- dice con una mueca, rascando por instinto su brazo.

-Creo que sí  puedes pagarme.- dice, riendo levemente hacia la chica.

-¿Ah sí? ¿Pero cómo? Yo vivo en la calle.

-Págame con tu amistad, y aceptando vivir con mi familia.- le dice sonriete.

-Yo no puedo aceptar eso, es muy generoso pero es axcesivo.

-No te apenes. Por favor aceptalo. Mi familia te va a amar.

-Pero no me conocen, no pueden dejar a una indigente entrar a su casa a vivir-. se niega, no creyendo lo que le decía.

-Sí, sí puedo y lo hago.- ríe, caminando hacia ella.

-No me va a dejar otra que aceptar, ¿No es así señor?

-No me digas señor, me haces sentir viejo.- dice sonriente, tendiendole su mano.- ¿Qué dices? ¿Aceptas o no?- pregunta 

-Sí, está bien.- asiente, tomando su mano.

-Mañana en la mañana iremos a comptarte ropa.- le dijo el moreno antes de jalar de su mano hacia su hogar.

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⏰ Última actualización: Jan 26, 2019 ⏰

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