IV. Recuerdos.

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Recuerdo el día que nos conocimos, el momento en que nuestras miradas se cruzaron

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Recuerdo el día que nos conocimos, el momento en que nuestras miradas se cruzaron. Recuerdo la emoción del primer encuentro. Recuerdo el sonido que hacia mi corazón acelerado, el temblor en mis piernas y la sonrisa que ambos teníamos.

Llevábamos un año en una relación a distancia, y ahí estaba él, corriendo hacia mi, cuando por fin mis piernas parecieron responder a lo que mi cerebro y corazón añoraban, también yo corría.

Hasta que después de 467 días de espera, de anhelo por este momento, nuestros cuerpos se encontraron en un abrazo. Mis brazos se enredaron en su cuello al momento en que mi rostro se ocultaba en su cuello, inhalando su aroma. Parecíamos locos, mis castaños ojos estaban llenos de lágrimas y nuestros pies parecían moverse solos, parecía que bailábamos, que nuestros pies lo hacían, al igual que nuestros corazones.

Porque es la manera correcta de abrazar, cuando los cuerpos se hayan corazón contra corazón.

Recuerdo que en ese momento, el primer "Te amo" salió de entre sus labios. Para después besarme, mostrándome que podríamos crear mundos enteros con solo nuestro roce.

Pero era sólo eso, recuerdos, recuerdos de los momentos vividos, de la cantidad de veces que fuimos indestructibles, que nos sentíamos reyes juntos, recuerdos de lo que fuimos y de lo que fui.

Porque aunque suene ridículo, soy una persona distinta, hay un "Antes de Alan" y un "después de Alan" en mi vida.

Y sabía de sobra que, a partir de ese día mi vida cambiaría por completo...

El sonido de el teléfono causó que regresara a la realidad, observando aquella fotografía gastada y algo doblada de ambos juntos, con nuestras sonrisas radiantes en el aeropuerto de la ciudad.

Coloqué la fotografía donde estaba, cerrando mi pequeña capital con recuerdos de ambos. Y tras un suspiro atendí el teléfono.

—¡Hola Emma! –El grito de mi mamá fue lo primero que mis oídos lograron captar. – ¿Cómo has estado, hija?

Tomé el teléfono con mi mano derecha, mientras mi mano izquierda tomaba la caja con delicadeza, para colocarla en un cajón de mi cómoda.

—Bien, mamá. –Respondí de manera seca y algo cortante, como era costumbre ya.

—Hija, deberías conseguirte un novio. –Y aquí empezaba, lo mismo de siempre. – Sabes, eres muy joven y bonita como para sólo estar concentrada en los estudios y cuidar a ese horrible hámster.

—Es un cuyo, mamá, y se llama Ramón.

—Como sea, es una rata.

—Cuyo. –Susurré rodando los ojos, al momento en que caminaba a la cocina en busca de algún alimento.

—Bueno, como sea, drogate, fuma, toma, ¡Embarazate! 

—¡Mamá! –Grité en el momento en que mi diestra abría el refrigerador blanco.

—¿¡Qué¡?, sólo te pido que vivas.

—Mamá. –Dije suspirando, sacando el apio y el habanero del refrigerador para después colocarlo en la barra. – Vivir no es coger sin condón.

—¡Oh vamos! ¡Qué amargada! Te compro pastillas. –Rodé los ojos, sintiéndome la madre responsable entre ella y yo.

—Sí mamá, si las necesito yo mismo te llamo. –Mentí deseando con tan embarazosa conversación. –Ahora necesito alimentarme, te veré la siguiente semana.

—Trata de vivir, Emma, tienes una vida por delante, sé feliz. Y que mi nieto salga rubio, adiós.

Y sin más colgó. Mi madre estaba loca, desquiciada, pero la amaba con locura y nunca me había dejado sola, en ningún momento por más que la alejase.

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⏰ Última actualización: Jun 05, 2018 ⏰

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