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-Capítulo 7.-

~Lucifer...~

El primer ángel caído que se reveló al Altísimo.

~Lucifer...~

El padre de la mentira.

~Lucifer...~

Rey del interminable fuego del infierno.

~Lucifer...~

El maligno, el diablo, el demonio.

~Lucifer...~

El eterno enemigo.

La cabeza de DongHae se llenó de todos aquellos sinónimos que tantas veces había leído en interminables libros. Todo en su mente parecía haber desaparecido en un segundo. Podía escuchar el pausado latir de su confundido corazón y una voz en su mente gritando que huyera lejos, muy lejos. ¿Cuántas veces no había escuchado de dicho nigromante? ¿Cuántas veces JungSoo le había contado historias de Satán? ¿En cuántos versículos se nombraban al ángel caído? ¿Cuántas atrocidades, pecados y fechorías no había cometido en enemigo ángel de alas negras? ¿Cuántas?

Tenía miedo, demasiado. Nunca en toda su vida había sentido tanto terror. Temor de haber pecado y faltado a la palabra de su tío. De haberle faltado al Altísimo que ahora finalmente sabía que existía y que sabía le miraba desde lo más alto de firmamento nocturno.

El sudor frio sustituyó al ardiente de hacía unos segundos. Desorientado, completamente perdido en un mundo desconocido, así se sentía DongHae.

¿Cómo había llegado hasta aquí?

~ ¿Él... me... engañó?~, pensó el azabache temblando de frío y temor. Sentía que la sangre se le congelaba y el corazón moría lentamente en su pecho, como si en cualquier momento fuera a cerrar los ojos y nunca volver a abrirlos.

Cuando un demonio dice las palabras de acoplamiento para marcar y exigir a su consorte, el rito debe de cumplir los pasos y culminarse; sino, el consorte sufrirá una interminable agonía sexual. Marcar al consorte con la semilla del demonio es el segundo paso después de decir la oración de acoplamiento. Marcar el cuerpo del consorte, que la mayoría de las veces es con una mordida en el cuello, es el tercer paso. En el cuarto paso, se tiene que transmitir la ponzoña del demonio a través de la herida cuando se hace la marca en el cuerpo del consorte. El veneno lo matará y renacerá con los ojos del inframundo, el demonio ofrecerá su sangre para que el consorte sepa a quién pertenece y sólo las caricias, besos y palabras de su demonio le traerán paz a su nueva no vida. Siempre juntos hasta el fin de los tiempos.

Pero, DongHae no lo sabía. Ignorando por completo el ritual e impedido por el arcángel Gabriel para su culminación, al niño le faltaba la mordida y el veneno de Lucifer para no sufrir una agonía segura.

HyukJae pudo sentir los temblores en su humano y escuchar sus sollozos. ¡Joder! Todo iba tan bien. Gabriel, de nuevo, había llegado sólo para impedir su objetivo; el arcángel ya lo había hecho una vez cuando quiso ocupar el trono del Padre Celestial, y por abrir su jodida boca lo habían desterrado, a él y a sus subordinados, al infierno. Ahora, el hijo de put* volvía a patearle el culo. Pero esta vez iba a lograr su propósito. Esta vez, el humano iba a ser suyo.

Sin embargo, todo sentimiento de rencor y venganza fue suprimido cuando la voz de DongHae llegó a sus oídos.

-Tú... tú no eres... no eres... -decía Hae entre hipidos.- mi ángel... guardián...
-Hae... -susurró HyukJae, observando con tristeza al pequeño niño aun desnudo bajo sus alas negras.
-¡Me engañaste! -Hae alzó su rostro y el demonio sintió doler su podrido corazón cuando la más cruda tristeza podía brillar a través de esas pupilas canelas de DongHae. El príncipe obscuro se mordió los labios y se dio por vencido ante el frágil jovencito azabache. Ya no quería mentirle, no quería hacer llorar de nuevo a DongHae. Tal vez era tiempo de aclarar las cosas y abrirse para que el niño no sintiere temor y dolor en su corazón.
-Sí... lo hice. -aceptó el demonio de mirada carmesí.
-No me quieres... -susurró el humano al mismo tiempo que una lágrima se derramaba por su mejilla.
-En eso no te he mentido, DongHae. -el demonio tomó entre sus manos el rostro mortal y lo miró, tratando de expresar su sinceridad con su suave voz y su transparente mirada.- No miento cuando te digo que te quiero. -Dijo besando cada una de las lágrimas que humedecían el fino rostro del menor.- No miento cuando te digo lo hermoso que eres. No miento cuando te digo que me has cautivado, que has hechizado con tu pureza. Mi niño... yo jamás te lastimaría.

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