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Una vez más caía sangre en la arena. Un día más en que el público gritaba con euforia por lo que estaban presenciando. Un instante más en que Ryos, nombre por el cual el joven era conocido en el Anfiteatro, alzaba su espada en señal de una nueva victoria bañada en el color de sus ojos.

Ryos miró lleno de orgullo al hombre al cual le debía la vida, al emperador del mundo: Gildarts. Los aplausos y alabanzas no terminaron hasta que el vencedor abandonó el campo de batalla; cansado, sudoroso, pero satisfecho con su participación.

Regresó en silencio a su celda, en la cual decidió vivir por opción propia, a pesar de que el emperador le propusiera alojarse en los aposentos de mayor clase social; mas se negó a cada petición de éste, insistiendo en que quería ser un gladiador como los demás hombres y vivir en las mismas condiciones que ellos.

Unos segundos después, unas esclavas fueron las encargadas de asearlo y llevarle comida por orden del emperador, ya que ante esto era lo único a lo que Ryos no se podía negar.

Sus días solían ser siempre iguales, todos se reducían a entrenar, comer y luego esperar su turno para arriesgar otra vez su vida batiéndose a muerte con otro Gladiador o enemigo de otras ciudades que fueran atrapados por los romanos.

Luchaba sin tener algún otro propósito más que entretener al emperador y a la plebe; su familia terminó siendo calcinada en uno de los poblados al lado oeste de Roma, por soldados de apodo "Persa", junto a las demás personas que habitaban allí. Sólo era él y su vida, sirviéndole eternamente al actual emperador por voluntad propia.








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La noche cayó, y junto con ello el sueño insaciable de Ryos. El cansancio le pasaba factura la mayoría de las veces, y más porque a sus diecisiete años su cuerpo no estaba bien desarrollado aún. Estaba seguro de que cuando llegase el momento de pelear con un Gladiador que fuese veterano de aquel lugar, acabaría muerto o hecho trizas.

Cuando estuvo a punto de entregarse a los brazos de Morfeo, un extraño ruido proveniente del pasillo lo pone en alerta. Sin demorar y moviéndose a costa de su curiosidad, toma firme una daga afilada y sale de su celda, la cual dejaban todas las noches sin seguro, y con cautela comienza a inspeccionar cada rincón del pasillo. Sabía que ese día no le tocaba patrullaje, siendo que sólo él era capaz de someter sagazmente a los encarcelados que intentasen huir o cometer suicidio por las noches.

Al escuchar pasos muy cerca suyo, se esconde detrás de la pared con la daga en su mano derecha. Uno, dos, tres, hasta cinco pasos y Ryos arrinconó al dueño de aquellos ruidos nocturnos.

Sus facciones se relajaron al ver que era el descendiente devoto a Poseidón.

- Hey, cálmate. Sólo soy yo, y sabes que matándome te ganarás la ira del emperador - se quejó Gray, subcomandante de las legiones de ataque.

- Qué estás haciendo a estas horas y más por estos lugares? - le interrogó Ryos, bajando la daga y liberándolo.

- Tengo noticias favorables para ti. O bueno, depende de cómo te las tomes tú - dijo Gray.

-Habla ya - le pidió el de ojos carmesí, medio exasperado.

- Mañana comenzará una nueva campaña contra los enemigos de las tribus germanas, y lo más probable es que el emperador te quiera ahí, pequeño Rogue - le explicó Gray, viendo cómo la expresión de su "compañero" cambiaba al oír su nombre.

Sangre y Acero | StingueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora