VIII

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La noche se le antojaba demasiado intranquila a Rogue. Sus intentos por dormir resultaron ser completamente nulos, y a costa de que pudiesen descubrirlo, volvió a escabullirse en medio de la oscuridad para ir directamente a la celda de Sting.

Éste último había pasado totalmente de él al regresar de la campaña contra el imperio Persa, sin siquiera dirigirle la palabra y mucho menos la mirada. Todos estaban felices, todos celebraban el hecho de que Roma se había alzado sobre los persas, y que gracias a esta victoria todos los enemigos restantes temblarían ante el inmenso poder del emperador del mundo.

Y claro, alguien tenía que salir herido en medio de tanta felicidad ajena.

Rogue se asomó desde la esquina que daba hacia el pasillo que lo llevaría hasta la celda del ojiazul, verificando que no hubiera nadie haciendo guardia o vigilando al susodicho. Sus pasos eran lentos, dudosos, y algo temerosos por no saber con qué clase de persona se encontraría ahora.

Sin duda Sting tuvo que haber cambiado bastante después de haber masacrado a sangre fría a cuyas personas en un pasado fueron su familia, fueron quienes lo acogieron desde que todo Esparta rechazara su mera existencia.

Y lo que más le hacía sentir peor a Rogue, era saber que el rubio lo había hecho por él, por la simple causa de mantenerse a su lado y por ser lo único bueno que había hallado en esta ciudad.

─Sting?─preguntó bajito, permaneciendo unos centímetros lejos de la celda.

La tensión no hizo más que aumentar al no haber recibido respuesta, porque o el ojiazul estaba dormido profundamente, o simplemente no quería saber nada de él.

Más toda duda o miedo quedaron en nada al oír:

─Me sorprende que estés aquí, pequeño.

─Creí que... estarías durmiendo. Tanto cansancio acumulado...

─Cansancio?─cuestionó Sting con desdén─. Eso es lo que menos siento ahora, Rogue. Además, cómo crees que volveré a dormir después de lo que hice? seguramente ellos podrán perdonarme, pero yo no. Nunca... me lo voy a perdonar.

El ojirojo quiso encogerse en su sitio. Ahora mismo tenía enfrente de sí al persa que deseó matar con todas sus fuerzas en un primer momento; ese chico rubio que se lanzó con todo hacia él, mostrando indiferencia, sed de sangre, una frialdad que en este preciso instante volvía a salir a la luz.

Qué podría decirle? apoyarlo con palabras estaba fuera de sus opciones, porque el acto que cometió no podía ser reprimido ni siquiera con contacto físico. Sabía que la decepción iba en contra de sí mismo, que nunca nadie la haría desaparecer. Lo hecho, hecho estaba, y ya no había forma en la que pudiese redimirse.

O eso creía Rogue.

─Por cierto... lamento haberte ignorado durante todo el día. Sentí que no quería tener a nadie cerca de mí, sólo necesitaba pensar... ─Sting lo miró fijamente, para luego darle la sensación de estar analizándolo de pies a cabeza─. He tenido la pesadilla más horrible de mi vida... y lo que es peor... esta pesadilla fue real.

─Te ofrecí ayuda para escapar anteriormente─contrapuso Rogue, bajando la mirada─, mas la rechazaste, y bien pudiste haberte evitado ese mal momento.

─Iban a matarte, no lo entiendes? si me ayudabas a escapar, iban a atraparte y de paso asesinarte por colaborar con un persa, con un enemigo del imperio!─le "sermoneó" Sting, tratando a duras penas de mantener calmadas sus emociones.

─Y eso qué importa?! con tal de que tú escaparas, lo habría hecho a ojos cerrados!─le confesó Rogue, indignado─. No tienes idea de lo mucho que me importas, y no sabes cuánto me frustra no poder hacer algo por ti en este momento, hacer cualquier cosa para aliviar la carga que tienes sobre tus hombros!

Sangre y Acero | StingueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora