III

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Dos semanas habían pasado luego de que el emperador Gildarts se alzara triunfante sobre las tribus germanas y, para la satisfacción de toda Roma, trajeron a uno de los hombres más fuertes del enemigo ya derrotado como prisionero.

Todo esto no hizo más que aumentar el respeto y admiración de la gente hacia el emperador, su amado emperador; y como una celebración por una nueva victoria, en pocos días se daría comienzo a la Munera Gladiatoria.

Ajeno a todo lo que estaba ocurriendo fuera del palacio imperial, Rogue había pedido expresamente que le dejaran a cargo del prisionero Persa, y luego de varias insistencias el emperador cedió.

Seguro y firme fue bajando hacia las prisiones más recónditas del lugar, en donde sólo las antorchas daban una iluminación decente. Cada escalón que Rogue bajaba significaba un paso menos para estar más cerca con su pasado; era consciente de que varios días habían transcurrido desde que aquel chico fue llevado a la Tulliamun, y de seguro ya estaría casi rogando, no... suplicando para que le liberaran o le dieran un lugar entre los suyos.

Mas sin embargo, al llegar allí, no vió más que rostros expectantes y estupefactos mirando en dirección hacia el Persa; éste se encontraba amarrado hacia ambos extremos de las paredes por medio de sus muñecas, siendo presas de dos cadenas de acero inoxidable. Sólo sus rodillas tocaban el suelo, y aunque estuviese escurriendo sangre tanto como por su boca y espalda, él mantenía la cabeza gacha.

─Qué es lo que sucede aquí?─preguntó Rogue apenas vió a Gray entre los guardias que rodeaban al condenado.

─Este sujeto se niega a darnos alguna información valiosa, sin importar que lo torturemos como consecuencia. Es muy capaz para resistir el dolor, y sólo hemos conseguido hacer que nos diga su nombre─dijo Gray en respuesta.

─Cuál es?─volvió a preguntar el ojirojo.

─Sting Eucliffe. Algunos de nosotros pensamos que quizá pudiera ser hijo de un rey o alguien importante, pero...

─Lo dudo. Con tan sólo mirarlo puedo asegurarme de que es un miserable, alguien cuya existencia no es del interés de nadie─argumentó Rogue, acercándose al rubio.

─Seguro eso pensabas de ti mismo cuando mis compañeros persas te lo quitaron todo, verdad?─habló Sting después de mucho tiempo.

Rogue desenfundó su espada en menos de un parpadeo para dirigirla hacia el cuello del rubio en el acto. Gray pudo notar la furia que desataron aquellas palabras en su compañero y amigo, ya que los nudillos de éste se hallaban más marcados y blancos por la fuerza con la que sostenía el arma.

─Sólo trata de provocarte. No caigas en su juego, Rogue─le calmó Fullbuster, viendo cómo Ryos enfundaba otra vez su espada.

─No era necesario haberlo dejado con vida... no sé por qué... ─mascullaba el ojirojo, frustrado.

─Ya está decidido. Perecerá en el Anfiteatro, a la vista del emperador Gildarts y de toda Roma. Además, puede que seas tú su ejecutor, aunque aún no está del todo confirmado ─dijo Gray,  observando cómo el prisionero volvía a bajar la cabeza.

Ese chico era un ser humano también, y nadie soportaría por mucho tiempo ser torturado a latigazos por días; las cadenas hacían su propio trabajo de igual forma.

Entonces, por qué ese chico seguía aguantando de manera obstinada a rendirse, sabiendo que su destino ya estaba sellado?

─Gray─Rogue lo interrumpió en medio de sus pensamientos─, el emperador me ha cedido el permiso para quedarme a cargo de esta basura, así que puedes ir a descansar por fin─acabó por avisarle.

Sangre y Acero | StingueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora