La mañana siguiente a nuestra mudanza fue tranquila, y para mi total sorpresa la llegada de mis vecinos la noche anterior también lo fue; no hubo música alta, ni gritos, ni policía llegando en la noche. Ahora mismo es de tarde y nos estamos terminando de instalar, mi padre está adecuando su estudio de pintura, siempre se toma horas en hacerlo así que decido que es mejor salir a caminar un rato y conocer el lugar.
Hay un stand en cada esquina del pueblo donde dice que puedes conseguir a un mapa del sitio por un dólar, así que me dirijo ahí, consigo el mío y salgo a explorar.
Demoro tres horas recorriendo el pueblo completo. Sabía que era un lugar pequeño pero no imaginé cuánto, «¡he demorado más jugando monopolio».
Luego de venir de una gran ciudad esto se siente algo extraño. En el camino veo una biblioteca, dos supermercados o más bien uno y medio ya que el segundo es más una tienda grande, un centro de policía, la escuela, un hospital y varios sitios de comida y entretenimiento. Fin, se acabó, no hay más nada que ver. Sin embargo, todo el mundo sí parece tener algo que ver en mí cada vez que paso por un lugar. Noto como todos me miran y señalan y aunque sé que nadie acá tiene cómo saber quién soy y lo que he pasado, no logro quitarme de encima la sensación de ser señalada.
Al finalizar mi recorrido acelero el paso hasta que choco con algo que sí logró captar mi atención, y es el bosque que rodea el lugar, al parecer todo el pueblo está protegido por una zona arbolada que es atravesada por un río; es hermoso. Me pican las manos por sacar una foto del paisaje, y agradezco haber traído mi cámara, así que sin pensarlo demasiado me adentro un poco más al lugar apreciando cada detalle, la manera en que el sol hace que las hojas de los árboles se vean de un verde intenso, o como el cielo se ve fragmentado a través de las ramas, eso me encanta; comienzo a sacar las fotografías y de pronto me encuentro al borde de una colina, es entonces cuando veo a alguien.
Justo enfrente de mí, está un chico tendido en el césped, con los brazos bajo su cabeza y un libro reposando en su abdomen. La visión era hermosa. El muchacho tiene el cabello castaño y levemente ondulado en las puntas, la brisa hace que se le pasee por todo el rostro; no puedo verle bien la cara, solo la punta de sus pómulos, parece tener los ojos cerrados.
Sin darme cuenta ya estoy tomando fotografías, capturando la manera en que él parece ser parte del bosque y como todo se ve tan correcto a su alrededor, no sé cuántas fotos voy sacando cuando siento un brazo reposando en mis hombros y el aliento de alguien en mi oído.
―¿Te gusta lo que ves, pequeña acosadora?
El instinto actúa por sí mismo, y girando sobre mis talones con la mano libre extendida la llevo directo al rostro del extraño, dejándola caer sobre su mejilla. El corazón me va mil por hora y la cámara se me ha caído del susto.
»¡¿Qué demonios te pasa?! ―grita el chico sosteniendo su mejilla y mirándome entre incrédulo y enojado; su rostro se me hace levemente familiar.
―¡¿A mí?! ―exclamo en respuesta―. ¿Qué demonios te pasa a ti? ―contraataco llevando mi dedo índice a su pecho―. Casi me matas del susto.
La expresión del chico pasa de enojado a una de fanfarrón mientras una media sonrisa aparece en sus labios. El chico es apuesto: rubio, alto y con los ojos de un profundo color entre verde y café y lleva el cabello en punta...
«Oh, ya sé porque se me hace familiar».
El rubor se apodera de mis mejillas, al darme cuenta que él también me ha reconocido y justamente tomando una foto a su ¿hermano? ¿Amigo? Esto no debe verse nada bien, pero antes de poder hablar, alguien lo hace a mis espaldas.
―¿Qué es lo que está pasando? ―Me doy media vuelta y sentado aún en el césped, con los brazos extendidos a su espalda está el chico de la fotografía. Definitivamente estos dos son versiones masculinas y perfectas de la Barbie.
Tiene el cabello castaño como ya había visto y sus ojos, oh por Dios sus ojos son de un azul océano, y parece que el color en ellos se mueve, sus cejas son pobladas y me percato que una de ellas está inclinada mientras el chico me mira con diversión. ¡Oh mierda!
―¿Se te llevó la lengua el ratón? ―me cuestiona el chico de ojos azules.
―No, no sé me llevó nada el ratón ―digo apelando a toda la dignidad que me quedaba―. Y lo que sucede es que tú... amigo aquí, me asustó, es todo. Yo ya me iba.
No alcanzo a dar ni dos pasos cuando vuelvo a tener los brazos del chico pelos en punta nuevamente sobre mí. «Este chico está buscando realmente que lo maltrate».
»¡Suéltame! ―exclamo con más rabia de la que pretendía. El chico me hace caso, pero no se aparta de mi camino.
―Solamente quiero que le cuentes a mi amigo que estabas haciendo aquí.
Desde el césped, el castaño ahora me mira divertido, dándome una sonrisa con todos los dientes. Idiotas.
―Estaba dando un paseo, tomando fotos, eso es todo. ―Me agacho para recoger mi cámara e irme, y el rubio me habla.
―Corrección ―habla él dirigiéndose a su amigo―, ella estaba tomando fotos de ti ―concluye con voz triunfante.
La cabeza del castaño se mueve enseguida hacia donde estoy y en ese momento conozco lo que es tener instintos asesinos, porque realmente quiero matar a pelos en punta.
―¿Ah sí? ―pregunta el castaño levantándose y caminando hacia mí―. Con que eso hacías.
―No es cómo estás pensando ―digo apretando las manos en puños.
―Es exactamente así ―ataca el rubio mirándome―, tienes una pequeña acosadora.
Oh no, ya no lo soporto; puedo sentir mi rostro ardiendo... Por favor tierra trágame y no me escupas este año.
―Y tú vas a tener mi mano marcada en tu rostro si no te callas ―le murmuro con odio.
El castaño comienza a reírse y su risa hace que los vellos de mis brazos se ericen. Es fresca y alegre, natural. Si pudiera capturar un sonido con la cámara me gustaría que fuera ese.
―No vine a fotografiarte a ti ―hablo hacia el castaño―, estaba dando un paseo como ya dije, sacando fotos al lugar y tú apareciste.
―Y tú no desviaste el lente. ¿O sí? ―pregunta el rubio sonriente.
―No, pero no te sientas especial chico, fue puro impulso artístico. Más nada. Ahora, ya me voy ―digo mirando ahora al rubio para que se quite.
El idiota vuelve a hacerme una reverencia burlona, dándome espacio. Empiezo a caminar lo más rápido posible. Cuando el castaño grito tras de mí.
―Puedo ser tu modelo cuando quieras, pequeña acosadora. Solo pregunta por Derek.
Y entonces mi mano derecha cobra vida propia y la levanto para regalarles a los dos chicos un bello gesto vulgar.
Ambos chicos explotan en risas y el castaño dice algo sobre que eso no es propio de una señorita y otras cosas, pero yo ya no escucho, estoy apretando la cámara fuertemente contra mí; solo quiero llegar a mi casa y olvidar que todo esto ha pasado.
¿Por qué situaciones así no me pasan de largo?
ESTÁS LEYENDO
Lo que creíamos perdido ©
Jugendliteratur¿Qué pasa cuando tu vida da un giro de 180 grados? Con la muerte de su hermano y ganas de empezar desde cero, Gabriel y su padre deciden comenzar de nuevo en un pequeño pueblo en busca de algo de tranquilidad. Lo que ella no tenía planeado, es que...